Estudios realizados en España y en otros países de la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá, estiman que un 23-25% de las niñas y un 10-15% de los niños padecen abusos sexuales antes de los 17 años; el 80-85% de los casos es intrafamiliar y en el entorno de confianza, el 60% no recibirá ningún tipo de ayuda y el 90% no lo dirá durante su infancia (Félix López, 1994).
El abuso infantil es, por tanto, un problema de salud pública que requiere una atención especializada y, sobretodo, de una toma de consciencia por parte de toda la sociedad.
Como muchos autores comparten, las experiencias, las respuestas y el grado de afectación de un Abuso Sexual Infantil (ASI) son tan variadas que resulta difícil valorar el impacto traumático que supone haberlos sufrido; dependerá de las características del hecho traumático, las características del menor así como del abusador. La potencia traumática del ASI se basa, principalmente, en la traición de la confianza del niño. Este abuso se da, mayoritariamente, en el círculo de convivencia y de confianza del menor (familia, escuela, etc.). Cuando el maltrato, el engaño, el abuso de confianza y de poder se dan repetitivamente en un momento en que el niño se está construyendo como persona, se corre el riesgo que la estructura, tanto de su personalidad como de su identidad, se vean altamente afectadas. El miedo, la vergüenza y la culpa (consciente o inconsciente) característicos de una víctima de ASI, echan raíces profundamente en la personalidad del niño convirtiéndose en objeto de otros maltratos (violencia de género, acoso, etc.) (Rosa Royo, 2016, Echeburúa, 2005).
En el ASI, el abusador utiliza y manipula la dependencia afectiva y los niños no encuentran otra alternativa que aceptar esta situación como legítima. Además, el conjunto de los comportamientos abusivos, así como sus significados, son camuflados o simplemente negados por el discurso del pedófilo. De esta manera, el ASI es presentado al niño como «gestos de amor» aparentado «normalidad» ante estos gestos abusivos. Al mismo tiempo, el abusador exige a la víctima lealtad absoluta, imponiendo la expresión del malestar que la situación provoca (Rosa Royo, 2016).
El ASI es un comportamiento que requiere una planificación del acto, a diferencia de otros tipos de violencia más mediados por la impulsividad. El ASI se caracteriza por iniciarse con la seducción y la manipulación para pasar gradualmente a la amenaza directa a medida que el menor se da cuenta y se rebela (UNICEF 2015, R. Royo 2016).
El abuso sexual es parcialmente invisible ya que los indicadores directos (como lesiones físicas) están ausentes, es muy difícil reconocerse como víctima. El ASI existe, casi siempre, rodeado de silencio, que lo hace más invisible aún. El silencio es uno de los principales problemas para detectarlo. Los niños no hablan de estas vivencias cuando las están viviendo. Los motivos del silencio son variados, el principal de ellos es que los menores no pueden reconocer el ASI como tal. Si el niño no tiene aun idea de qué es un abuso, difícilmente lo podrá registrar como una acción anómala. Una vez reconocido, se puede mantener el silencio por el miedo que explicarlo sea una traición al abusador, generalmente alguien apreciado por el niño y la familia. A menudo también callan por miedo a las repercusiones, tanto por las amenazas del abusador como por la respuesta del ambiente: separaciones, rupturas familiares, etc. (Rosa Royo ,2016).
Si aun el menor saca fuerzas para hablar todavía faltará superar un último paso: ¿lo van a creer? Si el menor denuncia el abuso a la familia o a cualquier persona de confianza y no lo creen, dudan de la veracidad o no le dan el valor suficiente, añade un nuevo acto de violencia sobre el niño. Es aquí donde el menor puede empezar a reconocer que si rompe el silencio, quizás, las amenazas del abusador se cumplirán. El miedo a generar dolor a la familia lo retiene y sufre su dolor en soledad. Puede haberse incluso acabado el ASI, pero el abuso de poder, expresado por el silencio, perdura muchos más años (Rosa Royo, 2007).
Hemos de dejar de negar que eso, a mí y, aun más, a mi familia, no le pasará nunca. Las altas estadísticas nos revelan que la seguridad no existe. Ante esta realidad pues, hay que proteger a los niños haciéndolos fuertes, seguros e independiente para que sepan cómo y a quién pedir ayuda si la necesitan. Para conseguir ese reto es necesario empoderar a los niños haciéndolos seguros de sí mismos, dándoles espacios de comunicación donde puedan ser escuchados activamente y sin ser juzgados o minimizados y, finalmente, hay que entrenarles en sus derechos, desde el derecho a la intimidad hasta saber decir NO cuando lo consideren (Vicky Bernadet, TED, 2016).
Maria TORRES TORRES
Sicóloga
Caldes de Montbui (España)
Agosto de 2018
BIBLIOGRAFIA:
– Echeburúa, E. y Guerricaechevarría, C. (2005). Concepto, factores de riesgo y efectos psicopatológicos del abuso sexual infantil. En J. Sanmartín (Ed.)
– López, F (1994). Los abusos sexuales de menores: lo que recuerdan los adultos. Madrid: Ministerio de Asuntos Sociales.
– Royo, R. (2007). Del Silenci paraules. El maltractament a la infancia. Revista Aloma, Facultad de Psicología Blanquerna, núm. monográfico conmemorativo del 150 aniversario del nacimiento de Sigmund Freud, pp. 183-200.
– Royo, R. (2016). Sufrir ASI. Revista Temas de psicoanálisis. Núm. 12.
– UNICEF (2015). Abuso sexual infantil. Cuestiones relevantes para su tratamiento en la justicia. Recuperado de: http://www.unicef.org/uruguay/spanish/Abuso_sexual_infantil_digital.pdf
– TED (Productor). 2016. La confianza educada. https://www.fbernadet.org/la-fundacio/qui-som/
– Violencia contra niños. Barcelona. Ariel, pp. 86-112.