Qué misterio de la vida es este, que cuando uno descubre que hace las cosas mal, es cuando empieza a hacerlas un poco bien. Ya lo dice aquel proverbio antiquísimo: “solamente sé que no sé nada”. Y parece que sea, a partir del reconocimiento de esta ignorancia, que uno empieza a “saber”. Es como quien edifica: es necesario antes hacer los cimientos, aunque en un primer momento parece que uno se equivoque y que cava hacia abajo cuando lo que quiere es instruir hacia arriba. Pero ¿qué sería de una casa sin fundamentos? También la flecha ha de ser tensada y retirada hacia atrás del arco para que salga impulsada con fuerza y precisión.
Así, la persona ha de aprender a retirarse cada día durante un tiempo, para que, después de reencontrarse con ella misma, pueda lanzarse hacia el mundo con fuerza y acierto.
¡Qué importante es vivir un tiempo de soledad, un tiempo de uno consigo mismo! Soledad querida voluntariamente, sin que nadie la turbe. Silencio buscado, sin que nadie lo rompa. Ociar para con uno mismo.
Dicen que el milagro japonés fue bien preparado durante años por pensadores, industriales, políticos, arquitectos, ingenieros… Fueron enviados a una de tantas islas del archipiélago con el fin de programar el futuro proyecto tecnológico del Japón. Vivieron largos días solos y en trabajo interdisciplinar. Desde su soledad personal y comunitaria idearon aquel cambio prodigioso que ha dado este imperio donde nace el Sol.
Qué necesario es llegar a tocar el fondo de nuestra propia realidad: “no soy nada”. Solo a partir de aquí, uno puede empezar a salir con fuerza, con entusiasmo, con sano realismo, ¡con esperanza!
Desde la soledad y el silencio, que no sumerge en lo más hondo de nuestro ser, en este “no soy nada”, veremos también cómo en este imperio interior sale el sol.
Josep Lluís SOCÍAS BRUGUERA
Texto publicado en RE 4-5
