Hoy asistimos a una sobreestimulación de los sentidos: centenares de imágenes y sonidos, y miles de propuestas que nos distraen. Una exagerada atención a lo que está fuera de nosotros puede llegar a convertir la existencia en una sistemática huida hacia el exterior. Frente a esta realidad, aparece una posibilidad accesible de vivir más plenamente nuestra propia realidad interior y personal: guardar unos espacios y tiempos cotidianos para la soledad y el silencio. Espacios en blanco que se dejan en la agenda. Ser silente y estar en soledad es un estilo de vida que nos permite anclar la existencia en esta actitud. Es como una brújula para no perder el norte y para soportar los embates del día a día con alegría y paz.

En estos espacios se respira el oxígeno de la libertad y de la autenticidad. De hecho, vivir la soledad y el silencio es un acto de libertad en el que, a veces, sin saber ni cómo, empiezan a surgir diversas formas de expresar la belleza de cada uno. Estar en soledad y silencio es como entrar en una dinámica creativa, ordenar el caos interior y encontrar que, en uno mismo, se empieza a gestar aquello bello, que, por ser bello, también es bueno.
En la soledad y el silencio todo lo que nos rodea, los pensamientos, las situaciones, las relaciones, se va aquietando; nuestra propia realidad se resitúa y adquiere su justa importancia. En estos espacios, la persona puede sentir que está viva, que respira, que su corazón late, y puede paladear incluso la alegría y la sorpresa de existir. Pero al mismo tiempo surge un profundo sentimiento de humildad, de saberse limitado, mortal y parte del universo.
Quien no practicara el silencio sería como un cineasta que no tuviera ninguna pantalla que le recogiera la proyección: las imágenes se dispersarían en el espacio y se perderían sin que pudieran ser vistas.
En un mundo donde se ha perdido el hábito de escuchar con atención, el silencio es, además, hospitalario y acogedor, porque permite atender a los otros. Javier Bustamante, responsable de una casa de silencio, dice: «Podemos hacer de nuestro silencio un cuenco donde el otro pueda verter lo que es, donde pueda ser en plenitud.»
En el silencio emergen los sentimientos y las emociones y podemos aprender a cultivarlos. En el silencio nos acercamos a los otros y nos abrimos a la solidaridad. Todo ello contribuye a humanizar nuestra existencia.
- ¿Cómo encontrar espacio y tiempo para cultivar la soledad y el silencio?
- ¿Cómo convertirlos en un estilo de vida?
- Esta necesaria interiorización, ¿tiene una dimensión social?
ÁMBITO MARÍA CORRAL
Barcelona
Texto de convocatoria de la 164 Cena Hora Europea