Sí, vulnerables y frágiles

Sí, vulnerables y frágiles

Hace solo un par de meses, nuestra vida discurría con total normalidad y de repente, un virus nos cambió todos nuestros hábitos y costumbres, y de pronto la cotidianidad se convirtió en anomalía, y nos encontramos confinados en nuestras casas, esperando que los médicos e investigadores encuentren una solución a una enfermedad que se ha convertido en una pandemia. Se nos impuso una realidad, el coronavirus acabó con muchas ilusiones y esperanzas, a corto, medio y largo plazo. Quedamos confundidos, mirando como suben las cifras de contagiados y de muertos. Y sobre todo sin saber qué hacer, sin poder salir y, por encima de todo, con el miedo de contagiarnos y de contagiar a nuestros seres queridos.

De repente, todo se volvió inseguro e incierto.

El coronavirus nos instaló en la incertidumbre y ello nos llevó a vivir la angustia. La angustia se define como una experiencia emocional que experimentamos cuando nos encontramos ante una situación presente o futura que no podemos predecir, anticipar, calcular o planificar. ¿Puedo infectarme?, ¿si enfermo, habrán UCI libres para atenderme?, ¿si muero, qué pasará con mi familia?, ¿podré estar cerca de mis familiares, o tendrán que morir solos?, ¿cuánto tiempo durará este confinamiento?, ¿perderé mi lugar de trabajo?, ¿tendré economía para afrontar el después del coronavirus?, ¿nuestros dirigentes serán capaces de conducir esta crisis? En definitiva, solo tenemos preguntas y casi todas ellas sin respuesta. Se nos abrió el suelo y desaparecieron nuestras seguridades y apoyaturas. De repente, todo se volvió inseguro e incierto.

Cuando uno tiene muy claro lo que vendrá, lo que se encontrará, cuándo y cómo acontecerá, la incertidumbre se disuelve y la angustia también. En ese caso, uno sólo tiene que prepararse para lo que vendrá. La incertidumbre genera angustia precisamente por no saber qué puede acontecer.

El ser humano es frágil e interdependiente.

A su vez, en los artículos de opinión, en los distintos comentarios que aparecen en las redes sociales, empiezan a surgir dos palabras que nuestra sociedad tenía como olvidadas o escondidas: la vulnerabilidad y la fragilidad. Parece que nuestra sociedad se olvidó que los seres humanos somos vulnerables y tremendamente frágiles, y vino un virus, para recordarnos algo que es consubstancial al ser humano. Y ésta es nuestra condición de ser, no existe otra manera de ser en este mundo que ser vulnerable y frágil. A veces, lo más evidente es lo que queda más escondido.

El realismo existencial nos recuerda que los seres humanos no somos autosuficientes. Y la autosuficiencia no hace sólo referencia a los niños, los enfermos o los ancianos, sino a todo ser humano en general. Lo que quiere decir, que necesita del otro, de los otros, de lo que es ajeno a él, para poder existir y sobrevivir. Necesita del oxígeno, del agua, de alimentos, de las bacterias y de los virus, y, obviamente de los demás seres humanos. Este momento que vivimos nos hacer tomar conciencia de esta realidad.

El filósofo Francesc Núñez hablando del coronavirus apela a nuestra corresponsabilidad:

Ser consciente es ser responsable y esta es una característica de la persona prudente y precavida. Pero a menudo, en nuestras sociedades contemporáneas la conciencia individual se ha vuelto individualista, egocéntrica y calculadora. Son los efectos-reflejos de la modernidad (y del neoliberalismo) en la conciencia. Sin duda, estos efectos aturden y dificultan el darnos cuenta de nuestra condición social y de los efectos de nuestras acciones u omisiones. Cada individuo puede ser afectado en su cuerpo por el coronavirus, y esto es un hecho personal, no hay ninguna duda, pero debemos tomar conciencia colectivamente y de forma individual, que el cuidado y la defensa no puede ser individual y personal, sino social y colectiva. Esta puede ser una oportunidad para que la conciencia individual, y a menudo totalitaria, tome conciencia de la existencia del otro y de nuestra interdependencia.

El coronavirus ha hecho aún más patente la conciencia de nuestra vulnerabilidad y la interdependencia entre unos y otros. Por eso, la vulnerabilidad y la fragilidad humana tendría que ser la primera lección que deberíamos aprender en las primeras etapas de la vida. La vulnerabilidad forma parte de la vida, de toda la creación, todo tiene límite y final: el sol un día se apagará, y los árboles, los animales y nosotros mismos moriremos, porque todo lo que existe tiene límite y final.

Por lo tanto, si eso es tan evidente, tenemos que preguntarnos: ¿si me prepararon para cualquier cosa que tuviera que hacer en mi vida, por qué no me prepararon para la vulnerabilidad?, ¿por qué no me prepararon para la incertidumbre? ¿Por qué nadie me preparó para morir? Si omitimos o escondimos la vulnerabilidad, la enfermedad, la ancianidad, la muerte, no estamos preparados para afrontarla y vivirla cuando ésta llega a nuestra vida. Como diría Viktor Frankl: no podemos alterar las circunstancias, pero sí variar nuestra actitud ante ellas. No podemos cambiar la realidad del coronavirus, pero si nuestra manera de afrontarlo y nuestras actitudes a la hora de asumirlo.

Hacer frente a la incertidumbre con la fuerza de la unidad, del amor, de amistad.

Una educación que no contempló nuestra fragilidad y nuestros límites, ahora no nos ayuda a encarar una situación como la que vivimos. Fue una educación mutilada la que ahora nos genera una carga de miedo innecesaria, en un momento social, que en sí mismo conlleva dificultades y temores, porque no sabemos qué pasará con nosotros. Como dice el refrán: No se aprende a nadar en el momento del naufragio.

¿Y qué puede ayudarnos a encarar tanta incertidumbre? No se trata de convertir en cierto lo que es incierto. No se puede generar certeza cuando hay incertidumbre, fundando esta certeza en la mentira y en la falsedad. No podemos negar la certeza de la muerte o de la enfermedad. Pero sí que podemos subrayar algunas certezas emocionales, algunas verdades que no han cambiado y que son verdad en nuestras vidas. En nuestras casas, con nuestra gente y amigos debemos compartir un depósito de certezas que será la fuente de serenidad. En una sociedad que se definió como líquida, más que nunca, necesitamos vivir la certeza del amor y de la amistad.

Ahora es tiempo de que nos ayudemos unos a otros a llevar una carga que nos afecta a todos, independientemente de ideologías, creencias o clases sociales. No es tiempo de ver a los demás como enemigos, sino como amigos, como seres humanos frágiles y vulnerables, todos iguales. Solamente desde una amistad cierta, verdadera, podremos vencer esta pandemia.

Abril 2020

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