Dicen que los pueblos se mueren. Y cierto parece ser. Pero cada vez que piso un pueblo, que respiro un pueblo, no puedo evitar tener la impresión de que ellos saben algo de la vida que yo aún no termino de entender o de asumir.
Una de las reacciones curiosas que nos deja esta pandemia es que de nuevo se mira hacia “la España vacía”, hacia el mundo rural que subsiste, en muchos casos, a precario. El verano está siendo una invitación a recuperar destinos despreciados por muchos en la temporada anterior. Las casas rurales cuelgan el cartel de “no hay disponibilidad para estas fechas”.
Cualquiera que ha vivido un tiempo largo en un pueblo, sabe que los inviernos son mucho más inviernos en él. Pero que también lo son las primaveras. La noche llega antes al pueblo que a la ciudad. (Y la vida parece que solo se despierta realmente en la primavera rural.) Aunque la luz eléctrica también encienda las calles tranquilas de cualquier pequeño núcleo habitado, sigue siendo más noche, sigue siendo más silencio. Uno “se recoge” antes. De hecho, esta es una expresión prácticamente en desuso en las grandes urbes, mientras que tiene pleno sentido en el ámbito rural. Aunque alguna maquinaria agrícola haya incorporado los faros para alargar la jornada, en el campo el día comenzaba antes del alba y terminaba con el atardecer. Y así, había tiempo para descansar, al fresco de la noche o al calor de la lumbre.
Con la luz eléctrica, llegó la inveterada tentación del hombre: ser como un dios que domina todo y que no se cansa. Llegó la ambición de producir más y más y más. Sabemos sobradamente lo que supuso la Revolución Industrial en el concepto de trabajo y producción. El cambio en horario y ritmo implicó un gran avance con sus propios vicios por exceso adheridos. Nadie como Dickens ha narrado eso.
Es verano en estas latitudes. También los veranos son más veranos en los pueblos, sean de mar o de montaña. Las estrellas tintinean coquetas para llamar nuestra atención. Apaguen —apaguemos— la luz, por favor. Es tiempo de descansar algo de esta vida trepidante, de estos desafíos esperados e inesperados que nos ha traído este 2020. Porque hay mucho que otear en el horizonte para hacernos con él. Y para eso, es precisa la calma interior que se nutre del descanso y la contemplación.
Natàlia Plá
Acompañante filosófica
BARCELONA
Agosto de 2020