Ya Newton lo decía con su segunda ley: la fuerza aplicada a un cuerpo es proporcional a la aceleración e inversamente proporcional a la masa, F = m*a. Esto, que se aplica a los objetos físicos, podría acercarnos a algo que nos es más interno y familiar. La masa, esa carga que soportamos, nos demanda aumentar la fortaleza para conservar el ritmo cotidiano, porque no somos impermeables a los problemas ni adversidades que nos llegan, son variables que dependen inevitablemente unas de otras.
Ante hechos que nos sobrevienen y que no podemos controlar, de los que somos inocentes, llegamos a ser responsables en la gestión de su desarrollo y en cómo el sentimiento de frustración o fracaso se puede apoderar de nuestra energía. Hemos, por tanto, de tomarle bien las medidas.
A modo de ejemplo, y entendiendo que otra persona pudiera contemplarlo desde otra perspectiva, encuentro necesario compartir una experiencia que he vivido en una etapa reciente. A ojos de una sociedad competitiva y que se mide por los logros tangibles, todo indica que soy una fracasada: en menos de un año perdí mi puesto de trabajo, me he preparado a unas oposiciones en las que me quedé a las puertas, he tenido que romper relaciones personales que eran dolorosas para mí… En cambio, reafirmo que el fracaso no viene de fuera, no es provocado por circunstancias externas sino que depende de cómo la persona lo afronte, lo viva y canalice lo que va sucediendo. El fracaso no está en las circunstancias desabridas que van pasando, porque todas las personas las encuentran a lo largo de su vida; el fracaso está, más bien, en no intentarlo, en no adaptarnos, en no disfrutar del cambio. El fracaso no viene de fuera sino que somos responsables de la afección que ésta nos pueda ocasionar, precisamente, porque la fortaleza nace de la voluntad.
Un punto importante que fortalece nuestro ser es tomar perspectiva. Cuando focalizamos todas nuestras acciones, pensamientos o deseos en el problema, vamos restándonos energía. No quiere decir que obviemos lo que ocurre y vivamos engañados, ¡no! Pero no podemos centrarnos exclusivamente en ese dolor. Al igual que cuando estamos sentados en una habitación tenemos un solo punto de vista y perdemos el resto de visiones, es necesario dar un giro para sumar percepciones. Las de aquí pudieran estar erradas, las de allá magnificadas, acullá peyoradas; es en su conjunto cuando recobran su valor real y aportan mayor información. Se trata de trascender el ego, como sugería Freud, no eliminándolo sino no estando limitado por él. Crecer más allá.
La fortaleza es mesurable y se puede ir alcanzando con el paso del tiempo, por eso es distinta del talento o de la capacidad que se tenga para realizar algo con más o menos soltura; estas últimas se pueden desarrollar pero son más difíciles de adquirir si no se tiene un fundamento innato, como cantar, ser atleta… Así, en la psicología positiva se indica que la fortaleza puede nacer, incluso, desde una base frágil si se pone voluntad y determinación.
Somos más fuertes de lo que pensamos. La experiencia, el conocimiento que se va teniendo de uno mismo ante las circunstancias que nos acompañan, nos ayudan a alcanzar sabiduría y madurez para afrontar la situación con paz y alegría. Hablamos, eso sí, de una fortaleza que nace de la aceptación y de la serenidad, no del rencor, la resignación o la dureza que pueda ir recubriendo nuestra capacidad de amar. Desde las primeras civilizaciones que el ser humano ha ido tejiendo, encontramos fortalezas militares que custodiaban las riquezas más interesantes. Grandes bloques de piedra erigían murallas robustas e impenetrables por los ejércitos más voraces. Pero esto que en ocasiones ha salvado ciudades, no se aplica de la misma manera al ser humano, puesto que endurecer tu visión ante la vida, caer en la desesperanza o perder el entusiasmo te llevan a una debilidad evitable. Precisamente, una actitud positiva, que potencie la creatividad, la originalidad y el ingenio, es signo de fortaleza personal.
Claro está que dicha fortaleza personal no surge por reacción espontánea, sino que es fruto de la perseverancia y la constancia, de creer que nuestra vida, la única que somos conscientes que podemos vivir, merece la pena y es tal y como la queremos vivir. No hace mucho, me compartía una buena amiga que se había cansado de luchar por su relación de pareja, que ya no tenía fuerzas para intentar lo que hace meses le entusiasmaba. Puede ser que el desgaste fuera grande y que la frustración se apoderara de ella; la fortaleza emocional que le animaba a la consecución de una meta, debido a la situación de dificultad, se fue apagando porque aquello que entendía posible se tornó irreal. Pero también puede ocurrir que ese coraje, esa valentía, persistencia y vigor para alcanzar su integridad y autenticidad, no se desarrollaron fuertemente. Ahora se para y analiza lo que realmente quiere conseguir, toma un parón en su vida para abrazarla con más fuerza, porque ésta nos va otorgando un abanico inmenso de posibilidades.
Además, corroboro que somos seres sociales y que, aunque la fortaleza sea personal y de decisión propia, es necesario contar con el apoyo de los más cercanos, de los que nos conocen y quieren cuidar, pilares que te dan calma, personas de confianza, desarrollando la empatía. Porque nuestra vida es nuestra, pero se entreteje con la de otros. Esta inteligencia social, que nos hace tomar conciencia de las emociones y sentimientos tanto propios como de los demás, siendo generosos y altruistas, fortalece también nuestra posición ante la adversidad. Solo así, amando y dejándonos amar, no por debilidad sino por conciencia de hermandad existencial, lograremos un mejor desarrollo de nuestro ser. Sin apegos absorbentes, sin dependencias que cargan en la otra persona un peso evitable, a modo de perchero en el que colgamos diversidad de aparatosas necesidades. No se trata de ser autosuficientes, porque somos seres sociales y entre todos nos atendemos, sino de alertar los excesos de subordinación.
“Depende” es el slogan que nos quieren imponer desde diversos frentes los que mueven los hilos de la sumisión: “Depende de tu cuenta bancaria para ser feliz, depende de mi compañía, depende del aprecio y aceptación social. Porque si no dependes, si no te cuelgas todo esto, te quedarás colgado”. Ante esta situación, el lastre puede resultar cada vez mayor; sin embargo, todo “depende” –valga la redundancia– de cómo nos posicionemos. Siempre tenemos la opción de situar nuestro ser atento y de no generar dependencias. De esta manera habremos conseguido, contra todo pronóstico, ser autónomos y promover, potenciar la autonomía. Permitir el vuelo. Y volar.
Muchas veces escuchamos que no se es valiente para cambiar de vida, para dejar algo que no te otorga pasión y diversión. Puede darse esa posibilidad, pero la fortaleza está más bien en abrazar la vida con lo que vaya sugiriendo y hacer cada situación novedosa. Vivo en una ciudad donde se acoge con pasión el tiempo de carnavales, que surgieron como crítica social ante las injusticias. No deja de ser una manera de fortaleza el ser ciudadanos responsables que buscan la equidad, con un toque de humor. Porque el humor salva y el arte nos reconcilia con la belleza, fuente de fortaleza.
Así, y con todo esto, la vida me está enseñando que el fracaso y las circunstancias adversas son relativos, que el triunfo se resume en permanecer con paz y alegría ante las batallas que nos llegan. El objetivo no está al final, sino que se va alcanzando según el modo en que aprendimos a afrontar, a abrazar el sufrimiento sin que tuviera éste la última palabra.
Sara CANCA REPISO
Socióloga
Publicado originalmente en RE catalán núm. 88