Nuestra “normalidad” se desencajó. Teníamos respuestas para todo, pero nos cambiaron las preguntas. Un ser microscópico hizo tambalear nuestras certezas, sabidurías y omnipotencias. Pero lo vivido ha de ser aleccionador y educativo para todos. Ahora deseamos volver a lo de antes, aunque quizá la “normalidad” que teníamos, y a la que pretendemos volver, no es la que más nos conviene. Hemos de analizarlo en profundidad, porque tal vez esa “normalidad” ha de ser diferente. Necesita ciertos encajes: colocar las personas en el centro, tener la empatía y solidaridad como ejes de nuestra casa común, ser corresponsables eficientes, crear un esperanzador futuro de oportunidades para todos… Es momento de mejorar individual y colectivamente, de superar “otros virus” que nos aproximen cooperativamente a la nueva realidad que juntos hemos de alumbrar.
1.- Nueva realidad
Buscar el equilibrio entre las inteligencias: los datos, las emociones, lo físico y lo espiritual… es una primera disposición necesaria. La nueva realidad o es humana o no será. Todos tendremos algo que aportar, siendo coherentes, y sin dejarnos llevar por los mensajes apocalípticos. La vulnerabilidad, individual y colectiva, se ha visibilizado en el presente y nos ha removido, pero tenemos un pasado en deuda, y un futuro potencial que construir. Hemos de aspirar a crear juntos una realidad mucho más amable, mucho más justa, mucho más ilusionante, que nos traiga mejoras a todos. Hemos de pensar, sentir y vivir en grande. Solo unidos podremos salir adelante, reforzados, si acabamos con las rivalidades y enfrentamientos. Los valientes retan el statu quo emocional, social político y/o económico… para abrirse a las nuevas oportunidades que se presentan ahora.
La nueva realidad, que ha de conducirnos al bienestar conjunto, nos exige esfuerzos por conectar de una manera genuina, reinventando nuestra forma de relacionarnos, ajustando nuestro quehacer a un aprovechamiento respetuoso, amigable y pleno. Ahora, tras identificar la tormenta que nos asola, somos invitados a recrearnos con valentía en todas las dimensiones de nuestro ser; a salir de nuestro entorno familiar conocido y confortable; a afrontar la dificultad, el dolor, la incertidumbre y desasosiego que arrastra los cambios relacionales, vitales, laborales… Si nos ponemos en marcha y queremos encontrar el camino, sabremos cómo hacerlo. Probablemente habrá que retar al statu quo establecido y modificar algunas cosas para salir reforzados e iluminar la ignorancia con inteligencia y responsabilidad. Pero aquí comienza el camino que nos hará crecer.
Todos tenemos ante nosotros problemas y oportunidades. Es tu decisión si quieres ganar en resiliencia y levantarte, o prefieres silenciar las desgracias dilatando su remedio. Quizá es un tiempo en el que algo nuevo quiere nacer y para ello hay que volver a lo esencial y más genuino de nosotros buscando crear un futuro renovado y diferente. Este revivir exige no solo una transformación del corazón sino también cambios radicales en nuestras maneras de ser y de actuar, en las estructuras y sistemas. En este dilema habrá que buscar caminos para que el optimismo tenga salida y dejar que la creatividad nos regale formas de acercamiento a los demás para seguir juntos. Hemos comprobado que el bienestar digital no es suficiente. Las personas hemos de convertirnos en agentes del propio bienestar y educadores de la potencial fortuna de quien nos acompaña (hijos, alumnos, personas dependientes…).
2.- Un tiempo de luz y esperanza
Todo lo que estamos viviendo puede ser el inicio de un nuevo tiempo lleno de luz y esperanza para todos. Más allá de los dramas del día a día, hay ritmos de cambio que pueden convertirnos en mejores personas. Podemos salir reforzados y con más energía para construir un mundo más justo, menos desigual y más solidario. La fragilidad está detrás de cada acción de nuestra vida: niños, adolescentes, adultos, mayores…, necesitan padres, profesores, educadores, médicos… para paliar su endeblez. Sobre esa vulnerabilidad congénita se levanta la estructura creativa del amor salvador que nos rescata con su bondad. Somos capaces de hacer más allá de la inseguridad, angustia, miedo… y con coraje y valentía podemos desarrollar cada día con grandeza. Este buen ánimo nos enfoca en la serenidad, el entusiasmo, la confianza…, hacia todo lo humano (sentimientos, sensibilidad, servicio a los demás…).
Desde este aroma humano surge nuestra grandeza. Brota del cuidado de la vida y la invitación a recrearnos con un porqué y un para qué que transforme nuestras más profundas emociones y nos encamine a un tipo de sueño que posibilite transformar esta realidad. Para llegar a este estado necesitamos un movimiento interno y externo que nos permitan reconocernos en lo que somos y en cómo lo somos. La familia es el primer momento para apuntalarlo. Los padres, que somos una de las referencias, podemos aprovechar cada situación para expresar lo humanos que somos, lo que sentimos como personas, incluyendo las ignorancia, inquietudes…, y apoyarnos unos a otros en el mejor camino para salir adelante. Se puede ser un padre extraordinario, si se hace lo que se puede con lo que se tiene para generar un entorno lo más amable posible en las circunstancias que tocan vivir.
Porque la felicidad es el encuentro con los demás. De esa reunión emerge de manera natural la voluntad de cooperar que nos permitirá iniciar un proceso de transformación al unirnos todos en un ideal común, ayudándonos unos a otros, cooperando y siguiendo juntos desde la cordialidad, la empatía, la compasión y la capacidad de perdón. Hay que encender esa inteligencia colectiva que ha permitido al ser humano adaptarse siempre. En este camino todos somos estudiantes. En la proximidad, la unión, el consuelo y la ternura, está la solución y la sabiduría, que permiten confiar en medio de la incertidumbre. Solo así, juntos, saldremos adelante, con una mirada de gratitud y de solidaridad hacia los más necesitados. Ahora la dimensión relacional, social y comunitaria, son más importantes y necesarias que nunca. Solo así engendraremos la gran familia humana.
3.- Trabajar proactivamente
El sincerarnos en nuestra coexistencia nos incomoda, y en paralelo asoma en nosotros el compromiso y conciencia de ser mejor. Es como un eco del interior que nos lleva a ser una identidad encarnada en todo momento, que impulsa a escoger siempre lo mejor. Buscar a tientas una salida, con tiento y contentos, supone decidir con la mejor actitud cómo nos queremos sentir y orientarnos para dar sentido a lo que vivimos. Este planteamiento será viable si tomamos buenas decisiones ligadas a lo que tiene más valor para nosotros. Lo físico, mental, anímico y espiritual, son marcas excelentes para el camino de aprendizaje y entrenamiento. Urge volver a lo bueno de antes para, sobre ello, construir cosas nuevas. Necesitamos elevarnos para situar cada cosa en su lugar, para ver todo desde la calma, para decidir de forma más acertada y agradecida…, y desde esta atalaya tomar las más acertadas decisiones.
Nuestro ser humano es corporeidad y por eso hemos de cuidarnos con el ejercicio físico, con la nutrición adecuada, con el sueño reparador… Tenemos que proteger nuestra mente entrenando nuestra atención, enfocándonos en nuestra tarea, centrados en nuestro ser presente… Somos responsables de transcender nuestro yo para encontrarnos con el tú y generar el nosotros. En este profundo humano que nos transciende ha de aparecer el amor a la naturaleza, el interés por los demás, el encuentro y celebración de la diversidad, los momentos de cordialidad, empatía, compasión, perdón… En el ser que transciende no hay mascarillas, ni distancias de seguridad, ni excusas… La energía del corazón encuentra miradas apreciativas, tonos de voz afectuosos, gestos entrañables…, cuando se busca la unión. Nada debe separarnos de la humanidad que compartimos.
El primer humus vital se siembra en la familia. En este entorno, que es el ámbito de socialización primaria, se aprende a colocarse frente al otro, a convivir, a soportar, a respetar, a ayudar, a escuchar, a compartir, a agradecer, a ser generosos, a ser solidarios… Aquí aprendemos a abrirnos a los demás, a crecer en libertad, a afrontar los primeros desafíos… Por lo vivido ahora, hay destrezas que deben acometerse y trabajarse precisamente en este momento porque se hacen necesarias en situaciones como las que hemos experimentado. Aunque sea costoso, todo acontecimiento hemos de vivirlo como un aprendizaje. La educación ha de obtener enseñanzas positivas de lo vivido. Hemos de pensar juntos qué saberes hemos de incorporar al aprendizaje, potenciando el acompañamiento cercano y la escucha activa, que permitan desarrollar destrezas útiles ahora y a lo largo de la vida.
4.- La escuela del cuidado mutuo
La escuela es fuente de conocimiento y experiencia de bien común. Nos ayuda a comprender, crecer, actuar sobre el futuro de la humanidad; impulsa el desarrollo de actitudes y comportamientos orientados al bien de todos; ofrece estrategias para desplegar habilidades sociales que ayuden a consolidar la autonomía, a mantenerse enteros en el día a día, a ser conscientes de cómo nos proyectamos hacia el futuro… Fomenta el pensar críticamente sobre la información que recibimos para darle valor pertinente y fiable. Aprender hoy es ser competente en buscar, recopilar, filtrar, compartir y comunicar los datos, trabajando colaborativamente para obtener el mejor provecho. Somos responsables de los conocimientos y de los desconocimientos, que no han de generar segregación, exclusión…, de los bienes comunes. Educamos para ayudar a comprender nuestro mundo y actuar mejor sobre él en beneficio de todos.
Vivimos en unas circunstancias concretas que nos condicionan y que no podemos ignorar. Hemos de ser conscientes de nuestras acciones y omisiones y del cuidado social y colectivo. Educar es acompañar al educando a ser lo que está llamado a ser en su coyuntura; abrir y ensanchar los horizontes de desarrollo y ampliar las perspectivas; favorecer entornos abiertos y curiosos y practicar la atención individualizada adaptada a cada contexto vital. Todo educador ha de asumir al otro como esencial colocándolo en el centro de la acción. Este es un proceso compartido y una acción interminable que ha de estar marcada por la solidaridad. La toma de conciencia de la existencia del otro y de nuestra interdependencia, la vulnerabilidad y la fragilidad humana, la vivencia de lo común, la recuperación de lo auténtico…, tendrían que ser lecciones que deberíamos aprender en las primeras etapas de la vida.
La vulnerabilidad y la vinculación son congénitas y muy presentes en los niños, adolescentes y jóvenes que están construyendo su futuro. El ambiente en que se mueven les modela y configura en sus capacidades personales y sus sistemas de vida. Por eso el contacto, acogida, cuido… se convierten en cohesionadores de la comunidad: conocer, hacer, vivir y ser son eslabones progresivos que han de construirse. La autoestima consciente, el autocontrol emocional, la confianza en las propias posibilidades, la convivencia positiva y asertiva, la creatividad y flexibilidad de pensamiento, el sentido del humor… deben ser educados y construidos en la relación con los demás. La inteligencia escudriña los mejores caminos, equilibrando las emociones y pensamientos, para que las capacidades prosperen de manera positiva reforzando un proyecto de vida que valga la pena.
5.- Una nueva forma de vivir
Somos seres en camino y la decisión más importante de la vida es elegir entre el mundo de la apatía o el de la amistad. Si se elige oportunidad, se enfoca por lo positivo y la vida toma forma de apertura, comunicación permanente, comunión gozosa rebosante de esperanza y gratuidad. Palabras como aceptar, agradecer, dialogar, preguntar, responder, acoger, acompañar, animar, demostrar afecto y cariño…, tienen su situación, presencia y tiempo en las circunstancias de la vida. La presencia se invade de pequeños gestos de cercanía, ternura y cariño. Se deja educar en su vulnerabilidad por la afectividad, la comprensión, la caricia… Se encamina en la justicia y solidaridad que surgen desde la sensibilidad, delicadeza y humildad. La amabilidad brota del propio corazón que se conmueve y expande ante lo ajeno. Se crean encuentros en las circunstancias, acontecimientos y ocupaciones cotidianos.
Pero desafiar un statu quo que nos hipnotiza, implica un cambio ético en las conciencias, la mentalidad y el actuar de todos los ámbitos de la sociedad. Los primeros brotes se amamantan en la familia, a la que hay que atender y entender. El disfrutar de los primeros rayos de luz ha de proyectarnos al nuevo nacimiento, portador de la claridad y energía, que hay tras el horizonte de todas las vidas. Esa primavera ilusionada que se anuncia llena de savia, color y gozo se enriquece en el contacto con los otros y bendice nuestro vivir. Con el perfume de las presencias, la existencia se llena de felicidad y lo celebramos. Incluso imaginamos un futuro diferente y mejorado para nosotros y las futuras generaciones apoyado en una economía humana, respetuosa y solidaria. ¿No es esto lo que queremos? Solo juntos podremos hacerlo posible, desafiando primero y construyendo después, un statu quo incluyente, ecológico y solidario.
Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona, España
Febrero de 2021