El conflicto y el afecto: dos caras de las relaciones

El conflicto y el afecto: dos caras de las relaciones

Las relaciones humanas se caracterizan por una amalgama de variables que llegan a ser inalcanzables por nuestros sentidos, emociones y cogniciones, rasgo que las hace tan difíciles y complejas como enriquecedoras y plenas a la vez. Toda relación socioafectiva, siempre que sea sana o potencialmente sanable, nace en un marco de aprendizajes compartidos entre componentes de estima, de disfrute, de silencio, de desilusiones, a veces de desamor y, posiblemente, de conflictos.

Es cierto que el conflicto y el afecto son las dos caras de la interacción social humana, en cualquiera de los contextos sociales: el familiar, el de pareja, de amistad, compañeros de trabajo, o algún otro en el que participamos. Nos consta que el paseo por el calor y la acogida es placentero, vitalizador y reconfortante, mientras que mucho más abrupto, espinoso y vertiginoso resulta el sendero del desencanto.

«Sería bueno que la resolución de aquellos bloqueos personales y relacionales, conjugara valores como
la comprensión, con reciprocidad de respeto, conciencia de responsabilidad, no de victimismo, y una autoestima sana, que mire de encontrar un equilibrio entre la autoprotección y el bienestar de las otras personas.»

El afecto nace de un impulso natural de unirnos o de compartir con alguien, donde el sentimiento y el deseo de amar o de sentirse amado, desvanece o nos libera de nuestras inquietudes y agravios, aunque sea por un pequeño espacio de tiempo. El conflicto, en cambio, nos subsume en emociones, pensamientos, y actitudes contrapuestas, que puede abocarnos a una confrontación interna, externa, o incluso a ambas. Así pues, si el afecto nos da estabilidad emocional, psicológica, y nos realza la autoestima, el conflicto actúa como «agente» perturbador. Pero si estos dos elementos se mantienen como polos opuestos del propio bienestar emocional, es entonces cuando el afecto y el conflicto se retroalimentan negativamente.

Cuando una crisis relacional desestabiliza la estima, un afecto desatendido puede incrementar el grado de conflicto, con sentimientos agridulces de injusticia, de tristeza, de impotencia, pero a veces también de añoranza, de reconciliación, y quizás de encuentro afectuoso. Desde este flujo emocional desbordante, nos acompañará al distanciamiento, o en acciones estériles, o de escalada desproporcionada en la relación. Cuando la actitud sanadora sería permitir que emociones, pensamientos y conducta, pudieran dialogar desde una perspectiva amplia del problema: con escucha activa, reflexión, revisión, rectificación o nueva negociación relacional con el otro.

Los seres humanos somos imperfectos de manera connatural, complejos, en buena parte por construcción sociocultural, contradictorios desde un plano intrapersonal, y también en el interrelacional social, al tiempo anhelantes de recibir el calor de los otros, pero no libres de dificultades para acercárselo. Y no pocas veces tanto el afecto como el abordaje de las adversidades se convierten en carencias con las que convivimos tanto individual como colectivamente. Por lo tanto, llegamos a ser sujetos potencialmente activos y creadores de conflictos.

¿Cómo salimos de esta laberíntica y abrumadora confrontación vital?

Hacer una mirada del conflicto desde una visión global e integradora en todas sus vertientes: desde el yo, nuestra versión, el otro interlocutor, pero también desde un nosotros, como coproductores activos o pasivos de la desavenencia.

También sería deseable partir de ciertas premisas:

– Aceptar con naturalidad, y sin temor, la potencial presencia del conflicto en las relaciones humanas. Es consustancial a nuestra existencia y experiencia vital.

– El conflicto en las relaciones sociales no es siempre eludible, sin embargo, sí es reconducible.

– Poder compartir con alguien los problemas relacionales que podamos tener, y mantener actitud activa hacia la búsqueda de posibles soluciones

– Comprender que la libertad humana, a veces opta por el espanto y el egocentrismo, sin que esta libertad sea ningún derecho hacia ninguna persona.

– Amar es compartir momentos de alegría y diversión, angustias y disgustos, pero también respetar los espacios propios de los otros en su libre desarrollo personal.

Es importante destacar que una actitud proactiva hacia la búsqueda de soluciones en las dificultades con los demás, no se traduce en clave de victoria o fracaso personal, sino en la voluntad de disminuir o evitar un sufrimiento innecesario que nos secuestra el bienestar personal propio o de otras personas. A menudo tenemos que hacer renuncias, tomar decisiones a regañadientes ante la pérdida. Los conflictos si se enquistan, pueden convertirse en una autopercepción de incapacidad de afrontamiento de las posibles adversidades que podemos encontrarnos en la vida, perdiendo autoconfianza, estima propia, o incluso, al riesgo de llevarnos a la complicada travesía de la ansiedad, incluso de la depresión.

Sería bueno que la resolución de aquellos bloqueos personales y relacionales, conjugara valores como la comprensión, con reciprocidad de respeto, conciencia de responsabilidad, no de victimismo, y una autoestima sana, que mire de encontrar un equilibrio entre la autoprotección y el bienestar de las otras personas. De este modo, se puede revertir la retroalimentación del conflicto y el afecto en positivo, donde la superación de una crisis nos permita desarrollar una estimación del otro más auténtica, libre y satisfactoria.

El conflicto, que siempre es relacional, bien interno o externo, nos abre a un amplio abanico de oportunidades de aprendizaje, y de crecimiento personal: profundizar en el autoconocimiento, en el de quienes nos rodean, a desarrollar habilidades como la empatía, la creatividad, la comunicación, a renegociar relaciones. También a salir empoderados de una crisis relacional, y a sentirnos más autónomos ante los retos que puedan presentarse en el día a día, menos atemorizados ante la sombra del conflicto, y la posibilidad de mejorar la calidad de nuestras relaciones personales.

Eva GALÍ Y MOLAS
Psicóloga
Publicado originalmente en RE catalán núm. 95

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