“La esencia de la hospitalidad se enraíza en la idea de que todas las fronteras son franqueables”
El pasado 20 de mayo de 2021, en las costas de Ceuta, España, se vivió una situación que llegó a todos los rincones del mundo. Una voluntaria de la Cruz Roja abrazaba a un inmigrante ilegal recién llegado a tierra. Tras ser interceptado por las fuerzas del orden, la voluntaria consiguió que le dieran unos minutos para asistirlo. Fue en ese instante donde entre lágrimas el marroquí abrazó a la voluntaria. Alrededor de ellos, personas indocumentadas corrían buscando con esperanza una oportunidad para encontrar una nueva vida y la prensa capturaba el momento.
En estos tiempos de pandemia donde abrazarse no está permitido, era precisamente un abrazo lo único que este ser humano necesitaba para sentirse mejor. Luna, la voluntaria de la Cruz Roja, le regaló ese abrazo. La pregunta es, ¿todos lo hubiéramos hecho? y, de ser así, ¿cuál sería el costo de un acto humanitario como ese? Lo que hemos presenciado por medio de las pantallas va mucho más allá de una noticia que levanta una ola de opiniones diversas y polarizadas, es un gesto humano que, hoy por hoy, nos resuena profundamente desde la vulnerabilidad óntica de cada uno y en la humanidad propia tan necesitada de ese humilde gesto, que entraña lo más genuino de las posibilidades humanas: acoger y ser acogido por un igual en dignidad, aunque distinto en su unicidad y, en ocasiones, también en posibilidades. Detenernos en el abrazo ofrecido por esta voluntaria y recibido -o arrancado- por el inmigrante nos da la posibilidad de resignificar ese gesto y todo lo que puede llegar a contenerse dentro de él.
Ya son muchos meses desde que la distancia física es necesaria para sobrevivir, pero, ¿qué hay de la necesidad de nutrir el alma con el contacto con el otro? Como seres humanos necesitamos el contacto físico y nos hemos adaptado a estos tiempos abrazándonos con la mirada y la palabra, buscando otros canales de expresión, de cercanía desde la distancia física. ¿Qué otras formas de abrazo hemos experimentado? ¿Llegaron estas nuevas maneras de expresión para quedarse?
Los niños, hoy en día, están normalizando saludar sin besar ni abrazar, muy probablemente eso hará que las próximas generaciones se relacionen de maneras distintas a las anteriores. Ahora bien, ¿será tan negativo como ahora se está resintiendo?
Muchas culturas tienen tradiciones donde, al conocer a personas nuevas, se les saluda de beso. Dependiendo de cuales, incluso más de uno o hasta con abrazos. En ese uso, excesivo de contacto o por mera costumbre, puede perderse el sentido profundo de este y, por ende, un poco de la libertad de decidir si quiero o no quiero tener contacto con ciertas personas.
Hay abrazos esporádicos con extraños que nos nacen del alma, como el inmigrante abrazó a la voluntaria que le ofrecía agua después de ser empujado por las fuerzas del orden, imagen que dio la vuelta al mundo interpelándonos por el simbolismo intrínseco donde surge la pregunta: ¿estamos dispuestos a sostener ese abrazo como sociedad y todo lo que implica?, ¿son simples actos que surgen de los buenos modales, por caridad o educación?
Y si hablamos de educarnos en base a esas tradiciones, quizá o en cierto modo, nos podemos explicar qué hemos normalizado por nuestra cultura y tradición, dónde lo observamos, sobre todo en los niños, donde cualquier conocido-extraño es abrazable y besable sin considerar, muchas veces, maldad en ello. ¿Es este un momento histórico para resignificar nuestras demostraciones de afecto y cercanía y dejar atrás las buenas costumbres por obligación de tocar al otro aun cuando no nos nace?
No hay duda de que la situación mundial nos exige remirar nuestras expresiones personales y comunitarias a la hora de demostrar cercanía. Francesc Torralba dice, “el hogar -la llar, en catalán- no es el espacio físico, la casa o el habitáculo donde el peregrino se rehace de su camino, sino que está constituido por presencias entrañables”. ¿Somos ese refugio, hogar, casa donde otros pueden sentirse profundamente acogidos y cuidados, más allá de un mero formalismo?
Sin duda, el abrazo sincero, que nace del alma, ayuda a sentirse mejor, fortalece la interrelación con los demás mejorándola. Se podría decir que es la expresión de conexión entre dos personas.
Un abrazo nos hace sentir valorados y cuidados, además de potenciar la comunicación afectiva y facilitar la empatía. El abrazo es una forma de comunicarse no verbalmente pero que, en según qué ocasiones, expresa cosas que con las palabras no podríamos. Abrazar y ser abrazado es -en definitiva- acoger, hospedar, bienvenir y crear vínculos más allá de las fronteras físicas.
¿Quién, rompiendo las leyes de lo infranqueable, no siente, hasta hoy, esa presencia entrañable de los que están lejos o ya han partido de este mundo con solo pensar un abrazo suyo?
Ana Belén CINTAS
Maritza D’AGOSTINO
Soledad MATELUNA
Santiago de Chile
Junio de 2021