Desde hace unos años la palabra interioridad se ha hecho más presente en la cultura y los medios de comunicación. Esta palabra ha sido un feliz hallazgo para hablar de algo de la persona muy nuestra, de siempre e importante, que necesitamos decir y para la que otras palabras como alma o espíritu, que habíamos utilizado en otras épocas, nos parecen poco adecuadas o difíciles de entender. Nos llega a la vez que, además de los hechos religiosos, espirituales y culturales tradicionales, diversas propuestas sapienciales, espirituales, metodológicas que se han extendido apelan a la interioridad: el yoga, la meditación, el mindfulness, técnicas psicocorporales… por citar unas pocas.
Hablamos de interioridad porque esta «cosa» interior, que tiene que ver con la experiencia que hacemos, la queremos defender, darle un mayor relieve, porque es importante para la vida. Necesitamos sustantivar una experiencia, afirmarla como «cosa», reificarla. Porque no nos basta con adjetivar con un «interior» lo que vivimos. Al mismo tiempo hablamos porque hay que afirmarla como realidad, porque está amenazada, protegerla en un entorno agobiante, abundante en solicitaciones que nos estiran y nos llevan hacia fuera y que nos erosionan como personas. Nos encontramos en un medio en el que la globalización, las tecnologías y las redes presentan situaciones que afectan lo que somos y que no sabemos muy bien cómo manejar y cómo podemos derivar1.
Este término difícilmente lo encontramos escrito antes del siglo XVIII, va tomando cuerpo con el romanticismo y su exploración de la intimidad y se va extendiendo junto al nacimiento de la antropología y psicología durante el siglo XX. A finales del siglo XX y especialmente a principios del XXI se ha extendido en ambientes pedagógicos de habla catalana y castellana (no la encontramos tanto en medios anglosajones). Se trata de un «paradigma emergente»2. Alrededor de él se han hecho numerosas reflexiones desde diferentes enfoques, de carácter más ético-moral, más pedagógico y metodológico, más filosófico-espiritual, etc.3
La palabra interioridad tiene el valor intuitivo de referirse a algo que pasa en mí, dentro de mí, en lo que soy, lo que vivo, aunque no sea consciente, que se deslice de su conceptualización o no sepa bien como denominarlo. Es un concepto de espacio, que no pide la abstracción ni las explicaciones que necesitamos si hablamos de alma, espíritu o conciencia. A la vez constato como con otros términos referidos al mundo interior como cognición, sentimientos o emociones no alcanzo a explicar todo lo que vivo.
Como palabra nueva se emplea de maneras muy diferentes, desde acepciones muy genéricas como sinónimo de subjetividad, de intimidad, o de sentimientos… a acepciones más precisas con un sentido más antropológico. Es en este sentido antropológico que creo que nos puede ayudar en la escuela. Es decir, que interioridad represente algo importante para la persona, que profundizamos en los posibles significados que puede tener y en cómo estos inspiran una acción educativa relevante, significativa y humanizadora.
Esto que yo soy, y todo lo que llevo conmigo, lo llevo a todas partes, hablemos o no. Lo lleva cada educador y cada alumno en la escuela. Y con lo que soy, hago, leo, estudio, me relaciono, reacciono, tomo decisiones. Lo que soy no es sólo algo que percibo en mí, un conjunto de sentimientos, sensaciones, emociones. La interioridad no tiene que ver sólo con el funcionamiento de la persona, sino también con lo que la persona es. Es algo que me constituye. Interioridad es más que intimidad, estado de ánimo, exigencia subjetiva. Por eso podemos hablar de una interioridad objetiva (M. Sciacca), como una manera de entender la persona, del ser de la persona.
Una afirmación como la anterior necesita ser más profundizada que lo que estoy haciendo enunciándola. Habría que pensarla críticamente cuando hoy estamos en una sociedad cada vez más y más plural, intercultural, en que las concepciones de la persona son diferentes.
En cualquier caso, en este momento en el que esta palabra se hace más presente en la escuela, y en el que estamos construyendo la significación de este neologismo, una comprensión vigorosa de la interioridad, antropológica y hasta, diría, ontológica, nos puede ayudar a profundizar en el concepto de educación integral que declaran algunas leyes (LOGSE, LOE, LEC) y numerosos planes educativos. Enriquecer los significados alrededor de esta palabra nos puede ayudar a ocuparnos de esta integralidad que el sistema educativo nos pone delante.
Las leyes educativas y teorías pedagógicas que las inspiran no son textos de antropología, pero contienen una comprensión de la persona, del alumno, destinatario de la acción de la escuela. Implícitamente nos hablan de quién es el alumno. No sólo cómo se comporta, qué costumbres tiene, como aprende, cómo es influenciado por el entorno o cómo responde a diferentes propuestas metodológicas. En un medio cada vez más plural la aparente obviedad implícita de quién es el alumno puede no ser tan válida. La pregunta por el quién es el alumno es muy difícil de responder. Pero no por ello nos lo tenemos que dejar de plantear con toda la fuerza.
¿Quién es el alumno? Es una pregunta central para el sistema educativo, aunque buena parte del sistema se tenga que dedicar a pensar en los objetivos, funcionamiento, las metodologías, la evaluación, la organización, la función docente… Esta pregunta, está siempre presente y la contestamos de forma implícita cuando concretamos los objetivos de la educación, el funcionamiento de la escuela, los contenidos curriculares, las metodologías pedagógicas o el sistema de evaluación. La respondemos de una manera más directa cuando hablamos de aprender a ser4. Iría bien planteárnosla de manera explícita y ensayar respuestas, porque lo que respondamos puede influir en el resto de las categorías del sistema educativo.
Limitándome ahora a la concepción de interioridad, según como lo entienda, el cuidado de la misma puede ser, por ejemplo, algo funcional (una interioridad subjetiva que me ayuda a manejarme en el ámbito de las emociones, los sentimientos, de mis retos, mis dificultades) o puede acentuar también la personalización de todo lo que es el alumno y la calidad de la relación (si entiendo que ser profundamente yo es ser profundamente con los demás). Según qué comprensión de la interioridad tengamos, derivaremos acciones educativas diferentes. Resultado de actividades de cuidado de la interioridad en la escuela, podríamos concluir que ayuda a los alumnos a la calma, a estar más relajados, a reducir el estrés y la ansiedad. O también que contribuye a su calidad anímica, los predispone a la empatía en las relaciones, en la compasión y la justa indignación cuando la vida de los demás o el entorno son amenazados. También los puede llevar a abrirse a más vida que la que les llega por la inmediatez, a disfrutar más internamente, a que se pregunten por el sentido, los predispongan a la sorpresa, al agradecimiento. Porque su interior es un espacio amplio, rico, con paz, con serenidad interior, se rebelan contra lo que niega la vida y se suman a lo que la afirma.
El interés por la interioridad que nos llega, y que el sistema educativo cobija al considerar la educación como integral, puede hacer una contribución importante a la educación y al crecimiento de los alumnos. También nos pone un reto a la escuela. Nos invita a progresar porque, con todo el cuidado y respeto imprescindibles, la escuela se ocupe «de todo lo que somos si lo que queremos conseguir es una buena expresión de todo lo que somos»5.
Lluís YLLA
Miembro del equipo de dirección de Jesuïtes Educació
Colaborador en temas de interioridad y espiritualidad
Publicado originalmente en Revista Re Catalán núm. 97 «Interioritat»
Notas
- Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Buenos Aires. Ed. Fondo de Cultura Económica.
- Martin, J; Aleixandre, D et al. (2004). La interioridad: un paradigma emergente. Madrid, Ed PPC
- Buxarrais, María Rosa, Burguet, Marta (coords.). (2017). Aprender a ser, Por una pedagogía de la interioridad. Barcelona. Ed Graó.
Fradera, María y Guardans, Teresa (2008). La séptima dirección: el cultivo de la interioridad. Barcelona. Editorial Claret.Esteban, H; Galve, R; Ylla, Ll. (2013). Ser en la escuela, una pedagogía para educar la interioridad, Lleida. Pagès Editors. - Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Informe elaborado por Edgar Morin. UNESCO, 1999. Centro UNESCO de Cataluña para la traducción catalana, 2000
- Mestres, L. (2018). Infinitas posibilidades. La educación emocional como motor del cambio educativo. Barcelona. Ed Sunya, p.55