Humildad óntica y pandemia

Humildad óntica y pandemia

La humildad es una virtud olvidada. Ha desaparecido del imaginario cultural. En nuestras coordenadas sociales, se han enfatizado valores como la autonomía, la tolerancia, la solidaridad, la libertad, la privacidad, la creatividad, la diversidad y el emprendimiento, pero la humildad se ha abandonado como una reliquia en el desván de la de memoria.

«La humildad, …, es una fuente de sabiduría
y abre nuevas posibilidades de futuro.»

Tiene connotaciones de carácter clerical que activan todo tipo de anticuerpos. Se vincula a figuras como santa Teresa de Ávila (la humildad es andar en la verdad) o a maestros espirituales medievales como san Agustín, Tomás de Kempis o san Benito de Núrsia y los doce grados de humildad de su Regla. Nunca se ha considerado un ideal moderno, un valor de emancipación social, cultural y político. No está en los tratados de virtudes de la Modernidad, tampoco en la trilogía de la Revolución Francesa ni entre los valores que inspiran las Cartas Magnas de los Estados Nación contemporáneos. Aquí están reseñados valores como la igualdad, la libertad, la justicia social, la solidaridad, incluso la fraternidad, en su versión laica, pero la humildad brilla por su ausencia.

Es una noción que se asocia a etapas y períodos de la historia superados. Se sitúa en la esfera de lo religioso, en la cultura de la obediencia y sumisión medieval, incluso se vincula, equivocadamente, a la humillación y al desprecio de uno mismo. Todo esto tiene connotaciones negativas en una sociedad que idolatra la filosofía de la ilimitación.

No es extraño que defender la virtud de la humildad represente un choque cultural, porque, en esencia, más allá de su contenido estrictamente religioso, evoca la idea del límite y esto es, precisamente, lo que, en nuestro tiempo presente, no se tolera.

En una sociedad donde no hay límites, donde, supuestamente, uno puede conseguir todo lo que se proponga, la idea de límite no procede. Y, sin embargo, la humildad evoca, claramente, ese contenido semántico: la limitación, el asedio que no podemos superar.

Es frustrante recordarle a una persona que tiene límites, que existen muros insuperables, cuando desde que ha nacido le han persuadido, por activa y por pasiva, que para él todo es posible, que es una especie de deus ex machina. A nadie le complace que le recuerden que se equivoca, que fracasa, que envejece y muere. Es difícil de asumir y digerir.

En general, uno responde airadamente a este tipo de revelaciones y se opone combativamente contra este sermón avinagrado que frustra sus proyectos, sus expectativas de autorrealización total.

La crisis nos ha hecho más humildes. También más lúcidos. Ha catalizado la conciencia de nuestra fragilidad óntica. Ésta es una lección que no deberíamos olvidar porque la humildad es la única manera de progresar en el conocimiento y en el saber. Los grandes científicos siempre lo han sabido. Constituye una lección moral de primer orden, porque muestra que no controlamos lo que creíamos controlar. Esta revelación nos genera vértigo, pero nos sumerge en un baño de profundo realismo. Descubrimos que nos necesitamos mutuamente, que debemos cuidarnos y protegernos, que debemos desapegarnos de nuestros sueños de grandeza.

«La crisis nos ha hecho más humildes. También más lúcidos.
Ha catalizado la conciencia de nuestra fragilidad óntica.»

Hemos aprendido que, a pesar de todos nuestros esfuerzos titánicos, no hemos podido evitar la muerte de miles de seres humanos en todo el globo terráqueo. Hemos tenido que limitar nuestras libertades civiles, hemos estado obligados a cerrar persianas y tiendas y todo esto contra nuestra voluntad. También hemos constatado que la ciencia no tiene todas las respuestas a nuestras preguntas, que progresar en la curación es un proceso largo y dificultoso que exige mucha entrega, mucha inversión y, aun así, puede no encontrarse el remedio. Todo esto nos ha hecho más humildes como especie.

La humildad, más allá de los tópicos y del estigma, algo que también ocurre con la palabra compasión, es una fuente de sabiduría y abre nuevas posibilidades de futuro. Nos predispone a la escucha, a la deliberación racional, a la atención a los latidos de la tierra. Nos exige mayor paciencia y tolerancia a los errores propios y ajenos, a buscar soluciones compartidas, lejos de la unilateralidad, a reconocer nuestra esencia.

Nos creíamos dioses, pero somos humanos. La humildad no es el desprecio ni el desdén contra la condición humana. Es tomar conciencia de lo que realmente es, pero también, de sus extraordinarias capacidades de vencer dificultades. Como dice C. S Lewis: «La humildad no es pensar que eres menos, es no creerte más».

Francesc TORRALBA
Filósofo teólogo
Publicado originalmente en RE catalán núm. 103

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