Y la vida nos detuvo…

Y la vida nos detuvo…

Bien ser en tiempos de Covid-19

«Más que nunca, aprender a vivir vidas sostenibles, con menos cosas, respetando más la naturaleza
y con mayor calidad de relación.» Imagen de Shameer Pk en Pixabay

Primera ola

Y la vida nos detuvo. Nos paró un ser tan minúsculo que no podía ser cazado, atrapado, matado… Y nos sentimos impotentes.

Un ser que logró lo que tantas asambleas, manifestaciones y peticiones no habían logrado: paralizar el engranaje social.

Y lo percibimos poderoso y peligroso.

A costa de muchas pérdidas tangibles e intangibles.

A costa del colapso de la economía, la pérdida de empleo, de la reclusión en casa.

A costa de mucho dolor, enfermedad y muerte.

A costa de tanto…

La vida –en microforma de virus– nos detuvo.

Y nos recluimos en casa. Casas-cárceles o casas-hogares; casas de aquellos que tienen un hogar, y los sintecho, que no tienen ninguna casa.

Agendas en la basura. Ciudades sin gente, tiendas cerradas. No hay coches, ni aviones, ni idas, ni vueltas, ni multitudes.

Se acabaron las prisas. Todo se detuvo. Muchas cosas siguen todavía en el ralentí. ¿Sin consumir, consumiéndonos?

¿Sin consumir, sin saber qué hacer con el tiempo vacío? ¿O haciendo demasiado para no tener que reflexionar y encontrarnos con nosotros mismos?

Sin consumir buscando ávida y desesperadamente con que llenar nuestro tiempo «demasiado libre».

Cae la contaminación ambiental. Sin la actividad de los humanos el planeta y los demás seres vivos respiran.

Encararnos con el tiempo vacío nos lleva la primera semana de confinamiento a una hiperactividad desencadenada en las redes, donde quien más o menos se enreda: tutoriales de todo tipo, manualidades, cocina, vídeos, performances, actuaciones en los balcones, aplausos, danzas… hacer-hacer-hacer… llevamos el ansia de fuera dentro de casa.

Todo menos encararnos con el vacío.

Porque el vacío nos muestra quiénes somos, desnudos de capas superficiales, de maquillaje y disfraces, títulos y fachadas.

Porque el vacío está engendrado con silencio y nos permite sentir el ritmo de nuestros corazones, un tam-tam que nos llama a bucear en nuestro iceberg personal, para bajar al agua helada del autoconocimiento que nos permite reconocer quiénes somos.

¿Lo oís? Es el silencio del «sin» …

La ciudad sin ruidos, sin coches, sin contaminación, sin gente apresurada.

La ciudad sin tentaciones, la publicidad sin consumidores, el local sin clientes, los autobuses sin pasajeros.

Sin distracciones nos reencontramos, nos remiramos.

Se ha liberado el tiempo.

Es tiempo para vivirlo, no para llenarlo, perderlo, gastarlo, ocuparlo…

Desocupar el tiempo, vaciarlo.

Escuchad el silencio.

Contemplad «lo que hay», sin expectativas de querer encontrar nada más.

Buscad signos de belleza, incluso en la pintura de la pared que se ha desconchado.

Dejemos de hacer para permitirnos «ser», «estar» y «estar con», una atenta presencia que detiene la mente y nutre el corazón.

Son intangibles que no nos pesan y nos curan. Es, más que nunca, hora de vaciar y permanecer tranquilo.

«La esperanza es una luz conectada al sentido de la vida. Perder esa luz sería perderlo todo.
Es necesario alimentar más que nunca el valor de la confianza y hacerlo desde la acción.»
Imagen de nuralamin12 en Pixabay

Segunda ola

Nos dijimos: «Vamos a salir mejores» y «Todo irá bien». Y más de uno se lo creyó. Esta experiencia debía hacernos mejores personas.

Todo un regreso al pensamiento mágico: Resulta que la COVID19 –feminizada sobre la marcha– nos tocaría con su varita mágica y, de todo ello, saldríamos más bondadosos, más solidarios, más humanos, más generosos y responsables, más ecológicos… seríamos humanos más avanzados que cuidarían la vida. ¡Cambio de paradigma!

Hay que decirlo alto y claro: no se cambia de hábitos sin poner esfuerzo, sin tomar conciencia de que hay precios a pagar por todo cambio. Cuidar el planeta significa también aprender a cuidar de nosotros mismos, darnos los ritmos, el tiempo, el amor, el cuidado físico, emocional, mental, relacional y espiritualmente que nos merecemos. Hacer un mundo física, económica, ética y emocionalmente más sostenible significa también renunciar a muchos aspectos de nuestro status quo.

Bien ser para bien vivir, para bien cuidar, para avanzar juntos como humanidad es el gran reto. Pregunto: ¿realmente hemos avanzado estos meses?

Esto es lo que veo…

Quien era irresponsable y egoísta, quien era insolidario, ensuciaba el planeta y se movía con afán egoísta poniéndose delante… sigue siéndolo sea la segunda o la tercera ola…

A quien ya estaba en camino de mejorar como persona, esta experiencia le está sirviendo para confirmar más que nunca la importancia de la bondad en acción, del cuidado del equilibrio del ecosistema natural. Más que nunca reconoce lo valiosas que son las personas que nos acompañan y aman, la urgencia de los más vulnerables y de preservar el legado de conocimientos, vida y experiencias de nuestros mayores.

Los valores de la educación y la salud se posicionan en primera línea. Más que nunca quien ya estaba en camino… sigue caminando.

De una oleada a otra sin pausa.

Los viejos hábitos se imponen porque las personas olvidamos con facilidad, a menos que el tema nos toque de cerca.

La incertidumbre sigue presente. También la necesidad imperiosa de «seguir funcionando como sociedad». La economía nos empuja. La política está atrapada entre dos frentes o quizás más.

¿Y ahora qué?

Más que nunca, tiempo de esperanza y confianza

Frente a la incertidumbre del vivir, la certeza de que vivimos. La esperanza es una luz conectada al sentido de la vida. Perder esa luz sería perderlo todo.

Es necesario alimentar más que nunca el valor de la confianza y hacerlo desde la acción.

Sea donde sea que nos lleve la vida, sea cual sea el paisaje, hay intangibles que nos ayudarán a no perder nuestra humanidad.

Aquí propongo unos grandes retos:

Dar la bienvenida a los nuevos humanos que nacen y crecen en estos momentos. Dotarles de una educación repleta de valiosos valores humanos unidos a estrategias para gestionar su mundo emocional sea cual sea el paisaje que les toque vivir, por incierto que sea. Personas CAPA (Creativas, Amorosas, Pacíficas, Autónomas) harán un mundo más ético y emocionalmente más ecológico.

Acompañar con amor, compasión y ternura, a la generación que marcha (eufemismo de morir). No permitir que sigan muriendo sin una mano amorosa que les despida. Realmente lo podemos hacer mucho mejor de lo que hemos hecho en la primera ola de pandemia. En ningún caso la tecnología puede sustituir la calidez de la mano o de la voz de quien amamos.

Y en medio… lo nuclear, nuestra vida, la de cada uno.

¿Qué haremos para iluminar con nuestra chispa de luz la oscuridad?

Más que nunca, asumir la responsabilidad de llevar la antorcha de esperanza, de alimentar la chispa que proviene de nuestra humanidad. Más que nunca, aprender a vivir vidas sostenibles, con menos cosas, respetando más la naturaleza y con mayor calidad de relación.

Más que nunca, aprender a desprendernos de todo lo superficial, que pesa, que cansa, que desgasta, que agobia, para viajar ligeros equipados sólo con lo que importa y que nadie nos puede quitar pase lo que pase y estemos donde estemos.

Bien ser yendo hacia donde nos lleve nuestro corazón, y uniendo los corazones de todos con un único latido que clame: VIDA.

Maria Mercè CONANGLA
Psicóloga@ecoemocional
Publicado originalmente en RE catalán núm. 104

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