El corazón del hombre es un mar,
todo el universo no lo llenaría.[1]
Viktor Frankl desveló en nosotros la necesidad de encontrar un sentido a la vida, sean cuales sean las condiciones con las que ésta se presente. Su experiencia vital y su reflexión nos ha abierto una dimensión que vale la pena asumir. La escueta cita que transcribimos puede ayudarnos a dar sentido a una vida: «Lo que hace falta es darles la vuelta a todas las preguntas sobre el sentido de la vida: debemos aprender y enseñar a las personas desesperadas que el sentido de la vida de hecho en ningún caso depende de lo que todavía esperamos de la vida, sino más bien, y de forma exclusiva, de lo que ¡la vida espera de nosotros!» (L’ home a la recerca de sentit, Edicions 62, Barcelona 2005, p. 89).
Nos proponemos asumir la enseñanza del maestro, e ir más allá en la reflexión sobre la vida y el sentido.
Amo la vida
Amo la vida; amamos la vida. La vida que se manifiesta en mí, en cada persona. Es esta vida la que nos hace personas distintas. Lo que hace diferente a cada vida es que cada vida es diferente. Cada uno de nosotros viene al mundo con un atractivo personal, una luz especial. Es una manifestación de la luz de Dios. «Era la vida de todo ser, y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1,4).
La vida tiene ya sentido. Que el sentido está incluido en mi misma vida es un pleonasmo. Una vida es una luz que ilumina con luz propia, singular. Somos esa luz. Estamos llamados a iluminar con nuestra luz. Ésta es nuestra vocación. Y nuestra vocación es nuestra misión. Nuestra esencia se manifiesta en nuestra vida: somos proyecto.
Vida, luz, vocación y misión nos remiten al ser. Del ser fluye el hacer y éste lo revela. Como la luz tiene la misión de iluminar, así el ser tiene la misión de hacer. La vida va allá de la vida. Somos anhelo. Quizás valdría la pena entrar en el concepto filosófico de conatus. No me atrevo, porque, de filosofía, tampoco sé. Sin embargo, hay que ir tomando conciencia de esta misión. Y estar fiel. De hecho, no puedo renunciar a la vida, porque renunciando a ella elimino su sentido. La vida es ir creciendo, ir madurando. Es conformarse, irse formando. Somos vida inmersa en un todo sistémico. Todo está relacionado, en red, intercomunicado, en este fluir que es la vida, que es un proceso. Lo sabemos: a mayor relación más vida.
Sentido en mí
Somos la herencia genética de una vida que nos es dada, estamos en un ambiente que nos envuelve. Determinados por un aquí geográfico y un ahora histórico. Vivimos con otras personas que nos condicionan y educan.
Vida en mí: yo encuentro sentido en mi vida. Me sale de dentro. Soy capaz de ir en busca del tesoro escondido en mi interior. Me quiero, esto es, autoestima a un nivel justo. Mientras no somos conscientes de que somos, no vivimos en el querer; o en el amor. De hecho, se puede tener todo, pero no tenerse. Pero si uno ama, ese amor se vive. Y de nuevo entroncamos con el sentido de la vida.
Me ha gustado encontrarme con este pensamiento de Teresa Forcades: «¿Con qué me estoy quedando? ¿Qué me llevo a casa de valor? A esto le llamamos “perlas” […]. Debes tener una perla. Algo que te haga vibrar» (Catalunya Religió, boletín 1994, 2-9-2021).
¿De dónde pueden sacar la fuerza tantos hombres y mujeres sino en una vida forjada en el yunque del dolor, en el mazo de la espera? La vida les ha hecho sabios. Y la sabiduría, serenos. Cuando una persona ha encontrado un para qué vivir, está salvada. Los tropiezos de ayer son hoy cantos de vida.
Sentido en el otro
Toda la vida es relación. Podemos entender la cultura como la relación que se establece con el otro. El otro son las personas que me rodean y son aquéllos que me importan.
Encontrar un sentido en la vida es tomar conciencia de la vida del otro. Es ser para el otro; es estar con el otro; es estar en el otro. El otro me hace; yo hago al otro. Somos nosotros.
El pensamiento del obispo Pere Casaldáliga es un reto estimulante: «Yo soy yo y mis causas, y mis causas valen más que mi vida.» Y todavía: «Si no hay causas grandes, la vida no tiene sentido.»
Mitch Albom visita, cada martes, a su maestro Morrie Schwartz, tocado por la enfermedad de la ELA. La esposa de éste un martes le dice a Mitch: «Espera con ansia tus visitas. Habla de vuestro proyecto común, de cómo se ha de concentrar y reservarte un rincón. Creo que le da una finalidad.» Aquel martes Morrie le dice: «Dedícate a amar a los demás, dedícate a la comunidad que te rodea, dedícate a crear algo que te dé finalidad y sentido» (Els dimarts amb Morrie, Ed. Empúries, Barcelona 1998, pp. 99 y 121).
Trasladémonos a los terribles gulags estalinistas. Hagámoslo acompañados de Orlando Figes. El que escribe: «El tema unificador de las memorias de [Eugenia] Ginzburg es la redención a través del amor, un tema que otorga a su obra literaria una enorme potencia. Ginzburg explica que su supervivencia en los campos es el resultado de su fe en el ser humano. El chisporroteo de humanidad que descubre en los demás y que le ayudan a sobrevivir son una respuesta a su fe en las personas» (Los que susurran. La represión en la Rusia de Stalin, Ed. Edhasa, Barcelona 2009, p.854).
¿Cuántos jóvenes, adultos, ancianos han encontrado el sentido de su vida en el servicio al otro? Un sentido que para ellos es luz en la vida. En cambio –negro sobre blanco– podemos entender –o no– unas vidas que, a nuestros ojos, no han encontrado un para qué en la vida. Una vida sin causa no tiene sentido. Por las apariencias, parece que debe ser una vida fracasada; por tanto, triste. Aunque –vete a saber– ¡es tan compleja la biodiversidad humana! Quizás han encontrado un sentido que no explicitan. A veces no sabemos más.
Sentido en lo que es ajeno
Todo lo demás es microcosmos, y macrocosmos en el que estoy inmerso. Teilhard de Chardin nos hizo dar cuenta de que vivimos inmersos en una creación global que avanza. Somos parte de la creación. La vida es expresión.
¿Una gota en el océano? Esta historia puede ser sugerente.
Y si hasta ahora el voluntariado se concentraba básicamente en el otro, debería pensarse en dedicar una parte de nuestro tiempo a apuntalar y dirigir la fragilidad de nuestro planeta. Iniciativas para ir tomando conciencia de la tragedia del cambio climático podrían constituir otro espacio que dé sentido a la vida de tantos voluntarios. De hecho, a menudo nos llega la voz de personas que trabajan por un planeta más limpio, menos contaminado. Acciones de jóvenes que no ven nada claro el futuro que les estamos dejando y que claman para detener la emergencia climática, jóvenes que limpian de plásticos los mares, iniciativas de gente que reciclan residuos vertidos en lugares impropios, la selección de la basura emprendida por tantos municipios, la plantación de árboles, el velar sobre los animales, el desplazamiento con medios no contaminantes, el ahorro del agua y la energía… son acciones que, sin embargo, vale la pena de potenciar.
¿Una gota en el océano? Esta historia puede ser sugerente.
Sentido en lo que nos trasciende
Ramon Maria Nogués: «Entiendo la trascendencia, desde el punto de vista de las competencias mentales, como la capacidad de explorar, experimentar, expresar y proponer dimensiones y valores que están más allá o son más profundos que los conocimientos deducidos de las evidencias experimentales, y que son complemento de aquellos conocimientos» (Cervell i trascendència, Ed. Fragmenta, Barcelona 2011, p. 87).
La trascendencia está en el interior de cualquier vida humana. Hagamos lo que hagamos, nos sumergimos en el mundo de la palabra y del símbolo. Y nos cuestionamos sobre la ética, el amor, el arte, la libertad… Optamos por unos valores. Ya en el nuestro ahora y aquí. De hecho, para vivir no necesitaríamos la trascendencia, pero los humanos nos abrimos a ella. Somos cultura; hacemos cultura. La trascendencia es un más allá de la vida puramente biológica, pero ya en esta vida. El neocórtex nos capacidad. ¡Un privilegio!
Educarnos en ella
Y a crecer toca. Crecer continuamente. Es una invitación que se convierte en responsabilidad. La naturaleza implica cultivo, cultivar la vida. Es aprender, ampliar a la red de conocimientos.
La vida en sí misma no nos dará sentido. Debemos ir descubriéndolo en una tensión constante –un conatus–. ¿No debemos situar aquí el sentido de la vida? Sentido es ir tomando conciencia de la vida.
Y, claro, estamos donde estamos siempre: la educación. ¡Hay que educarnos! Es necesario educar. Dejemos hablar a Natalia Ginzburg: «Lo que nos debe interesar, en la educación, es que a nuestros hijos no les falte el amor a la vida. […] ¿Y qué es la vocación de un ser humano, sino la expresión más alta del amor por la vida?» (Les petites virtuts, Ed. Àtic de llibres, Barcelona 2017, p. 184.) ¡Osémoslo!
Marian BAQUÉS TRENCHS
Profesor emérito URL-Blanquerna
España
Publicado originalmente en RE catalán núm. 108
Notas
[1] J. VERDAGUER, Canigó, Edicions 62 i “la Caixa”, Barcelona 1980, p. 84.