Las enfermedades del ser

Las enfermedades del ser

Elementos para sanar la propia raíz

¿Por qué las enfermedades «del ser»?

Las escuelas humanistas de psicología iniciadas por autores como Carl Rogers (EEUU) señalan que la imagen de uno mismo es el «organizador» de todas las demás experiencias. De esta manera, si uno tiene una imagen gravemente distorsionada de él, su percepción del mundo y su relación con los demás también estarán distorsionadas. En otras palabras, la persona es más sana cuanto más convergen en ella lo que es, lo que cree ser y lo que desea ser. Correlativamente, será más patológica si existe más divergencia entre estos tres elementos. Carl Rogers cita a Kierkegaard, que invitaba a cada uno a «ser la persona que realmente es».

Esta intuición me parece muy iluminadora y la puedo ver día a día en la experiencia personal y terapéutica. Además, tiene diversos ámbitos de validez. Sin duda, uno de ellos es el de la «fenomenología psicológica»: el que soy (que sería más bien el «cómo soy»), la autoimagen que he construido de mí mismo y lo que deseo ser.

Fotografía de Sasha Kim en Pexels.

Pero un ámbito de validez más profundo se descubre a la luz de lo que el doctor Alfred Rubio de Castarlenas, médico barcelonés, señaló en 1980: la importancia de conocer y aceptar lo que somos en el plan del ser. Es más evidente y más básico que el plan psicológico. Advierto aquí que es importante comprender el nivel en que nos encontramos, más allá de la anécdota de nuestras historias concretas. Se trata del nivel óntico, el de la existencia. Es como mirar una radiografía de mi ser en su esqueleto básico, más allá de la anécdota. El doctor Rubio acuñó el concepto de «enfermedades del ser», referidas al malestar que emerge del rechazo que existe en algunas personas respecto a una o varias características básicas de la condición humana que les son propias. Él las llama de «el ser», precisamente porque se refieren a la manera concreta que cada uno de nosotros tiene de existir en el universo. Como «condición humana», entiendo el hecho de que cada uno de nosotros tuvo un principio; antes no existíamos y, en un momento dado, se inicia nuestro ser, al juntarse dos células que dan lugar nuestro concreto e irrepetible código genético. Ninguno de nosotros se dio a sí mismo la existencia y, además, podían no haber existido, si cualquiera de las cosas que incidieron en nuestro origen hubiera sido diferente.

Tenemos y somos un cuerpo, con rasgos concretos, engendrados en unas circunstancias que no escogemos, como fruto de una historia más o menos esplendorosa o dolorosa, y en una determinada cultura. Nuestras capacidades, por amplias que sean, son limitadas: tanto física como anímica, artística o intelectualmente.

Además, tenemos la posibilidad de enfermar y somos mortales; en una palabra con referencia filosófica, somos «contingentes». Estas coordenadas ónticas no las vamos a escoger. Son el dato de entrada de nuestra concreta realidad existencial.

Constituyen la sorprendente constelación de nuestra concreta existencia y son el punto de partida para cualquier aventura o desventura que podamos vivir. Puede ser que el primer acto de libertad de un ser humano sea precisamente esta aceptación (por definición, a posteriori de lo que ya soy, para lanzarme a construir lo que deseo llegar a ser.

Hay personas que viven toda su vida rechazando alguno o todos estos aspectos de su existencia, o lo que es lo mismo, «son» sin querer ser ellos mismos. Aquí no nos referimos a las circunstancias más o menos felices que puedan constituir nuestra historia y que explican muchos de nuestros comportamientos y conductas, sino que nos referimos a la raíz. de nuestro ser. En otras palabras, a la manera de existencia concreta que tengo yo y cada uno o cada una de nosotras.

La aportación del doctor Rubio se inscribe dentro de la corriente existencialista que revolucionó la filosofía, acentuando y valorando, más que las ideas, las realidades existentes. El existencialismo dio un giro al idealismo y al racionalismo cartesiano, obligándolos a ponerse de pies en el suelo. Sin embargo, produjo una gran dosis de angustia en muchos de sus seguidores, porque interpretaban la existencia desde la evidencia de la muerte, y ésta, para ellos, despojaba totalmente de su encanto la globalidad de la vida. Querían, por decirlo de alguna manera, «lo absoluto» del ser y se sentían mal para no poseerlo.

Por su parte, el doctor Rubio valora la vida desde el origen: ve que podía no haber existido, que habían millones de posibilidades en contra y, sin embargo, él concretamente existe. Esta evidencia le hace, primero de todo, sorprenderse; y pasa de esta sorpresa a abrazar y acoger al ser que es, con todos sus límites. Esto lo llama «humildad óntica» como actitud realista de acogida consciente, libre y alegre, de todo lo que configura su ser contingente. Soy quien soy y como soy, o, simplemente, no soy nada. En este «como soy» está toda la mera galaxia de mis posibilidades, siempre en relación con otros y situadas en un momento histórico. Supone el existencialismo, pero lo invita a avanzar a través de la reconciliación con el propio ser, sin recurrir a nada que no sean las evidencias y las experiencias humanas. Cada persona tiene inmensas capacidades que puede desarrollar, si no pierde el tiempo en desear imposibles.

Antes de señalar algunas enfermedades, vamos a las preguntas frecuentes que suelen aparecer frente a este tema. Esta aceptación del propio ser, no produce pasividad, sino que nos lanza a una entusiasta creatividad y nos aleja de estériles lamentaciones. Además, esta aceptación no limita nuestros horizontes, sino que nos hace capaces de soñar cosas posibles, aunque sean arriesgadas, grandes o intrépidas, y alcanzar. mucho de lo soñado. Una actitud humilde tiene la fortaleza de lo auténtico: la humildad es caminar en la verdad.

Dos manifestaciones del orgullo óntico

El doctor Alfred Rubio habló directamente de tres enfermedades del ser: orgullo, vanidad y ambición. Añadió dos más, casi sólo esbozadas: el contrarismo y el masoquismo.

Con este enfoque nos ofreció un marco muy sugestivo para comprender el origen de muchos malestares derivados de estas enfermedades.

Me gustaría citar dos expresiones del orgullo óntico que tienen muchas consecuencias para la vida personal y familiar: el complejo de Adán y el síndrome del engendrador desilusionado (los nombres son míos y sólo pretenden ser ilustrativos de actitudes muy profundas en la línea del orgullo).

El «complejo de Adán»

Quién sufre este complejo se olvida —o desea olvidarse de él— que tiene ombligo. Esta cicatriz es muy elocuente, porque ente recuerda que vamos tener uno principio, que no ente vamos hacer a nosotros mismos y que provenimos de una otro ser humano. El ombligo es la señal que queda de un cordón umbilical. Eso significa que la persona no debe quedar «ligada» al sede origen ni constreta a vivir al ritmo de quien lo dio a luz; sino que es autónoma y respira por ella misma. Pero le queda este señal como uno recordatorio muy útil que conduce a un mayor realismo al valorar los propios méritos.

El mío, en su modestia, puede remitirnos también por extensión a las diversas dimensiones de nuestro «ser hijos» de otras personas: de una familia, de un pueblo, de una cultura, de la historia. … Recordar u olvidar esto, que parece una verdad irrelevante, tiene muchas consecuencias para la vida diaria.

Los que sufren el «complejo de Adán», viven, actúan y deciden como si inventaran la historia —su pequeña historia—, como si nadie hubiera existido antes que ellos —o todo se hubiera hecho mal—, y fuera un deshonor para su persona el hecho de reconocer y agradecer la trayectoria de los que han construido el entorno hasta su presencia en el mundo. Este mismo complejo es visible en los que creen haberse hecho ellos mismos, y no perciben ni valoran, por ejemplo, los esfuerzos de sus padres o educadores para darles una formación; o los de los compañeros de trabajo, que les enseñaron claves necesarias para una buena a realización; o de los que inventaron las mil herramientas que les sirven ahora para desarrollar su labor habitual.

Este «Adán», sea él o ella, no acostumbra a tener en cuenta, ni mucho menos a sorprenderse de él, el inmenso cúmulo de cultura sobre el que hoy se cimenta su vida, y que le hace la vida más fácil. y confortable. Un «niño salvaje» solitario y aislado de la sociedad no llegaría durante toda su vida, seguramente, a inventar la rueda; entonces pensamos en la simple riqueza de un fósforo, una carretera asfaltada, el agua corriente, una nevera, un libro, una lengua compleja y rica, un coche, un teléfono o el ordenador.

Sin canonizar ninguno de estos elementos, es un ejercicio de realismo y humildad poder mirar qué trago se ha recorrido antes que nosotros y los enormes esfuerzos acumulados por los seres humanos. que nos han precedido a lo largo de la historia, aunque en tantos aspectos se hayan equivocado y hoy vivamos también numerosas consecuencias negativas de su acción.

El síndrome del engendrador desilusionado

Cuando se esperan hijos sucede que, si uno no tiene cura, empieza enamorarse de las ideas e imágenes que se hace de cómo será el pequeño o la pequeña. Sueña cómo debería ser, qué debería hacer, incluso qué personalidad tendrá y cuál será su profesión. Puede ser que uno piense que se trata de un deseo noble: que los hijos alcancen lo que uno mismo no alcanzó. Pero, detrás, se esconde otra forma de orgullo óntico. Se desea escapar al límite por la vía, no de uno mismo, sino de los hijos. Se desea engendrar hijos perfectos y, sobre todo, a imagen de lo que uno se ha construido en la cabeza. Desearíamos ser «dioses engendradores» que materializaran nuestras propias ideas e imaginaciones.

Pero ¿qué sucede? Que el hijo o la hija sale diferente. Son ellos mismos, con su propia personalidad y preferencias y casi siempre diferentes de las que se esperaban.

La siguiente frase podría adjudicarse a muchos niños y jóvenes, a los que les han dado constantemente regalos, pero que no siempre han sido aceptados en su radical realidad: «Una vez que mis padres decidieron tener un hijo, lo deseaban perfecto. Ellos se creen muy valiosos y esperaban unos hijos iguales o mejores que ellos mismos. ¿Y qué pasa? Que les sale un hijo concreto que quizá empieza por ser del sexo contrario al que deseaban. Y con otros valores.

Ellos se sienten tantas veces desilusionados conmigo… ¡Querían un hijo!, pero no a mí. A mí también me gustaría escuchar de mis padres que están contentos conmigo tal y como soy. Que no me cambiarían por otro posible. Que no sólo me soportan, porque voy a venir, sino que me aceptan con la alegría precisamente por ser quien soy».

El hijo o hija concreto y existente es más digno de amor que cualquier idea o fantasía que pudieran tener el padre o la madre en la cabeza. Este hijo no se hizo a sí mismo; es fruto de un acto de los padres, más o menos consciente, pero ciertamente un hecho que deben asumir como responsabilidad propia. Es humildad aceptar que uno genera a otros seres que también son limitados, pero dignos del máximo respeto y autónomos (¡también tienen ombligo, ya no cordón umbilical!). Aceptarlos como son es la base de una relación familiar sana. ¡Cuántos problemas se mitigarían o incluso desaparecerían, si los padres dijeran este «sí» necesariamente a posteriori, a los hijos concretos que han engendrado!

Epílogo

Sanar de estas enfermedades no hace más que poner a la persona en condiciones de tomar sus decisiones más sanamente y liberarla de pesos para ejercer la capacidad de estimar de forma gratificante y duradera. Es como poner su motor a punto para ir hacia donde la persona desee, es decir, sanar las propias raíces para poder caminar hacia la meta que escoja.

Cualquier «terapia óntica» cuenta con la libertad de la persona. Hay muchas discusiones en el ámbito de la psicología, especializada en detectar los condicionamientos que nos hacen menos libres. Pero el doctor Rubio, como muchos otros autores, defiende el hecho de que existe un ámbito —sea más amplio o más reducido— en el que el ser humano decide cómo asumir su propia realidad.

Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga
letisober@gmail.com

Extracto de la conferencia realizada en las Jornadas organizadas por el Ámbito María Corral, noviembre de 2005 «Patología de los Sentimientos. Claves para un bienestar emocional»

Publicado originalmente en RE catalán núm. 110

Publicaciones relacionadas

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *