A lo largo de los años me he encontrado a muchas personas que expresaban incomodidad en los espacios y tiempos vacíos, porque el silencio y la soledad les exponía a los ecos incómodos provenientes de su interior que preferían no escuchar. Unos y otros encontraban escapatorias fáciles en nuestros días: ruido / música constantes, conversación a toda costa y con cualquier persona, trabajo sin fin, entretenimiento, series, redes sociales… dispersión para no ver ni escuchar eso que les venía de dentro.
Una de las muchas consecuencias de esta fuga constante es que la persona no se conoce a sí misma. No sabe por qué actúa como lo hace, no toma conciencia sobre sus propios patrones repetitivos de pensamiento y conducta, no aprende de sus errores, no se toma tiempo para valorar sus propias reacciones o conocer sus emociones dominantes, y si considera cambiar o mejorar en algún sentido, es probable que elija un objetivo poco realista y no concorde con sus capacidades reales…
Cuando uno no se conoce a sí mismo, va ciego por la vida, no tiene una noción clara de lo que le motiva, y es normal que se tope con paredes u obstáculos que no vio mientras caminaba.
Otra consecuencia es que las reacciones de los demás también le toman por sorpresa: no dedica tiempo a reflexionar sobre cómo son las personas de su entorno, qué les gusta o motiva, cómo son sus reacciones. Y es entonces cuando surge, con gran carga emocional, el interrogante: «¿Por qué me pasa esto a mí?» No debería de sorprendernos que las cosas nos sucedan impreparados, si no dedicamos atención y tiempo a ver nuestra propia trayectoria.
Conocerse a uno mismo no es tarea fácil, ni siempre grata. Solemos tener una idea vaga —y con frecuencia negativa— sobre nosotros mismos, tomada en gran parte de lo que nos dijeron en la infancia, de cómo nos trataron y qué experiencia tuvimos durante la fase escolar. En la adolescencia esa imagen seguramente cambió mucho, y empezó a depender del tipo de cuerpo que desarrollamos en esa etapa, lo que nos expresaban los amigos y amigas, la comparación con los modelos de referencia (actrices y actores, cantantes, futbolistas, influencers, etc.)…
Pero de nuevo: no podemos tener un conocimiento de nosotros mismos a base de mensajes más o menos inconexos, divergentes a veces, emitidos con mayor o menor afecto y lucidez. Es necesario tomarse tiempo para analizarlos y asimilarlos de manera personal, filtrar lo más veraz y dejar fuera lo falso. Y sobre todo: para construir nuestra propia y madura imagen de nosotros mismos necesitamos ver cómo es nuestra actuación real en la vida. Qué es lo que realmente hacemos. Allí nos conocemos con nitidez.
Una dinámica de vivencia/aceptación/conocimiento
¿Por dónde se empieza?
- Curiosamente, por la experiencia de vivir. La vivencia de ser es el «clavo» del que pueden colgarse la aceptación y el conocimiento de sí mismos. El conocimiento de sí no es antes que nada un ejercicio intelectual, sino previamente es vital. Experimentarnos vivos es pararse, tomar conciencia de existir, paladeando el momento presente. Y para ello requerimos silencio.
- Al paladear el simple hecho de existir, si lo valoramos, surge la experiencia de que es algo bueno, algo en realidad sorprendente y valioso: viene entonces la aceptación de ese estar existiendo. Si no nos damos un «sí» de entrada, difícilmente nos atreveremos a entrar en el conocimiento de los detalles. Esa aceptación que nos damos por el simple hecho de ser, es condición necesaria para dar el siguiente paso.
- Entonces podemos adentrarnos en conocer y comprender la maraña del cómo somos, qué nos pasa, por qué nos pasa… y empezar a procesar lo que los demás nos indican sobre nosotros mismos. Soy quien soy y como soy… o nada. ¡Y ver que, al existir, estamos en constante transformación (hacia adelante o no, depende de nosotros…). Soy lo que soy, más lo que puedo llegar a ser. Tengo en mi interior la semilla de mi propio futuro.
- Para ello es también necesaria la amistad auténtica con personas que te ayuden en este no fácil proceso. Alguien que te quiere y acepta, ojalá, tal como eres, para poder sostenerte cuando es difícil asumir eventos o decisiones de tu propia vida que desearías no haber tomado.
Parte clave de la madurez en las personas consiste precisamente en aceptarnos sabiendo quiénes somos, en un proceso progresivo y dinámico entre aceptarse / conocerse / transformarse / aceptarse / conocerse….
Este es un camino esforzado, pero nos ayuda a vivir cada día con mayor paz y sosiego, dejando que el silencio no sea un enemigo a evitar, sino el gran compañero que nos ayuda a entendernos mejor y desarrollarnos como personas.
Leticia SOBERÓN MAINERO
Psicóloga y doctora en comunicación
Madrid, junio 2024