Enseñamos a mirar hacia adentro

Enseñamos a mirar hacia adentro

«El yo es en gran medida un espejo al que no podemos mirarnos
directamente sino a través de los ojos de
nuestros iguales o contemporáneos (Cooley, 1902).»
Imagen: Peace,love,happiness en Pixabay

¿Qué es lo que pienso? ¿Cómo me siento? ¿Qué es lo que más deseo? Desde una perspectiva de sentido común, mientras estemos bien despiertos y atentos este tipo de preguntas no parecen plantear ninguna dificultad. Cada uno, supuestamente, tiene un acceso claro y directo a su propia conciencia, y mirando hacia esta especie de pequeña pantalla dentro de la cabeza, podemos consultar lo que pasa, sin necesidad de ningún tipo de tutoriales, entrenamiento o herramientas adicionales. De esta manera, mirarnos a nosotros mismos no parece tener ninguna gracia o utilidad. Para conocerse uno mismo bastará con apretar el botón de ‘Configuración’ o ‘Sistema’, y allí consultar las características de este dispositivo cibernético que somos cada uno.

Pero, por supuesto, en realidad las cosas no son tan sencillas y la simple pregunta, ¿quién soy yo? nos exige recurrir a fuentes y habilidades adicionales siendo la esencia de la madurez humana. Los más jóvenes quizás se sienten tentados a responder mediante una simple selfie o foto de perfil. Pero una respuesta tan pragmática también tiene sus limitaciones. Por decirlo así, abrir en nuestro interior la carpeta ‘Imágenes’, y buscar la carpeta ‘Yo’, tampoco es tan sencillo como parece, aunque por suerte, esta carpeta está llena de fotos o videos, de muy alta calidad o resolución. Aunque esta clase de informaciones gráficas almacenadas en nuestra memoria seguramente resultarían pertinentes, necesitaríamos también algún tipo de ‘documentos’ o ‘archivos de texto’, por breves que sean, que nos ayuden a interpretarlas, o resultarían inútiles a pesar de la gran fe que actualmente se tiene en los ‘datos’ o ‘evidencias’ por sí mismas.

Por otro lado, en la sociedad en la que nos ha tocado vivir parece que lo más importante es el exterior, lo que los demás ven de nosotros. Lo que importa a algunas personas son cuántos likes les otorgan. Hacemos más caso a lo que los demás nos piden que a lo que nosotros mismos queremos. Pero ¿sabemos quién queremos ser y hacia dónde queremos dirigir nuestra vida? Esta frase tan aclamada desde el Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo» nos puede ayudar a aclarar la cuestión, implicando toda una colección de procesos cognitivos que nos posibilitan el autoconocimiento y el autocontrol de nuestras emociones, de las relaciones que establecemos con las otras personas y del futuro que nos queremos construir.

Por eso, para poder llegar a este conocimiento, a esta toma de conciencia, debemos aprender a mirar nuestro interior desde muy pequeños, y saber hacerlo supone una tarea evolutiva que requiere tiempo, silencio y esfuerzo. Cada uno se mira en función de su historia, sensibilidad, experiencias, heridas, inquietudes, valores, etc., se trata de una mirada única y trabajarla conlleva, sin duda, bienestar, pues cuando nos miramos nos encontramos con nosotros mismos y nos escuchamos, y podremos disfrutar mejor de la vida. Pero no sólo tenemos que mirar hacia adentro sino también mirar desde dentro. Como nos decía Carl Gustav Jung (1934): «Quien mira hacia afuera, sueña, quien mira hacia adentro, despierta».

Para poder alcanzar este nivel de conciencia es necesario que mirar hacia adentro se convierta en un hábito. Y para llegar a consolidarlo como hábito, requerimos del proceso educativo, en definitiva, de la educación; una educación entendida desde la doble mirada: educ-ere, extraer todo lo que hay en la persona, y educ-are, nutrir, alimentar, comunicar, ofrecer posibilidades para que el otro pueda crecer. Esto conlleva que entre el educador y el educando se establezca una relación que debe ir más allá de la transmisión de conocimientos, es decir, una pedagogía de la interioridad basada en la mirada del docente al educando. El educador debe acompañar a la persona para que pueda ser lo que está llamada a ser. Y la primera condición necesaria es que la mirada que ofrece el educador al educando sea una mirada potenciadora, que genere confianza, y que dé alas para que el educando emprenda el vuelo cuando sea necesario. Por lo tanto, educar la Interioridad como paradigma educativo, pide del educador/a despertar urgentemente una visión que activa un corazón pensante y una mente sintiendo. Aun así, cada alumno, cada alumna, puede ser acogido/a «en estado naciente» y el educador/a es, sin duda, parte del ser de aquel niño, de aquel joven. Testimonio de la revelación de sí, que se da en cada uno de ellos en estos años llenos de vida en los que «todo es posible y todo está por hacer». (Zambrano, 1977).

«Pero no sólo tenemos que mirar hacia adentro
sino también mirar desde dentro.»
Fotografía: Daniel Enrique Jiménez Chacón en Pixabay

En esta línea, una pedagogía de la interioridad debería promover la observación y la reflexión sobre uno mismo, en tiempos de silencio y meditación, y donde podamos plantearnos el sentido de la vida. Si lo vinculamos a la educación formal, lo más adecuado sería, por ejemplo, plantear en el aula ejercicios narrativos o autobiográficos de manera sistemática, pidiendo a los educandos que hagan memoria de algún periodo de su vida, sus últimos días, meses o años, y que identifiquen cuando fueron más felices o estaban más contentos, y cuando, al contrario, más tristes o enfadados, también cuando dieron un giro a la situación, un cambio o una transformación. También se les puede preguntar por algún aspecto en el que ellos creen que se parecen o son muy diferentes a la mayoría de su edad, de los miembros de su familia, de su vecindario, generación, escuela, es decir, únicos o especiales. Después deben reflexionar sobre lo que consideran positivo o negativo de este perfil.

De lo contrario formular preguntas que tengan que pensarlas fuera del centro educativo para que puedan dar la respuesta en un periodo de tiempo corto, quizás por la siguiente clase, compartiéndolas en parejas o en pequeños grupos, grabando sus respuestas en el móvil, o en forma de podcast. De todas formas, lo más recomendable es que lo hagan por escrito, por el carácter reflexivo intrínseco en la redacción que implicará hacer pausas planificando y revisando el hilo conductor del escrito, algo similar a un diario, pero no como los de antes (diarios íntimos), sino orientado a generar un diálogo con su grupo de iguales.

En definitiva, dirigir la mirada a nuestro interior con sinceridad significa abrirse a uno mismo y a los demás, porque el yo es en gran medida un espejo al que no podemos mirarnos directamente sino a través de los ojos de nuestros iguales o contemporáneos (Cooley, 1902). No se trata, pues, de buscar likes o followers en los demás, sino en nosotros mismos, sin caer en el individualismo y el egocentrismo. Por lo que es necesario concentrarse y no distraerse con lo que hay en el exterior, conectarse con uno mismo, tarea muy difícil en los tiempos que corren. Y los primeros que deben practicarlo son los/as educadores/as.

Maria Rosa BUXARRAIS
Catedrática de Universidad del Departamento de Teoría
e Historia de la Educación
España
Publicado originalmente en revista RE catalán núm. 112

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