La enfermedad es un mal.
Encontrarse enfermo, sea física, psíquica o espiritualmente, no es deseable para nadie.
Dicho esto, y habida cuenta de que, a pesar de no ser deseada, la enfermedad es una viva realidad que en un momento u otro de la existencia puede aparecer —en uno mismo o en su entorno más inmediato—, es fundamental aprender cómo situarse frente a ella, cómo mirarla frente a frente, asumirla o convivir con ella.
Vivir de espaldas a la posibilidad de enfermarse no nos previene de padecer algún desajuste físico y en cambio, asumir que somos enfermables puede ayudarnos a estar mejor preparados y hasta a sacar partido de esa situación.
La enfermedad puede acarrear una pérdida de capacidades: físicas, mentales, emocionales, cognitivas… Esta posibilidad comporta necesariamente un “tener que pasear” por un proceso de duelo, de pérdida, un camino o paseo emocional, con más o menos sacudidas y turbulencias, llegando a parecerse a la montaña rusa, dibujando y cambiando nuestra vida.
Si no asumimos del mejor modo posible esta situación, podemos caer fácilmente en el desánimo crónico y salir perdiendo en todos sentidos. Toda situación adversa representa una oportunidad y la enfermedad no es la excepción.
Necesitaremos para ello toda la fuerza de nuestra decisión y el apoyo de las personas de nuestro entorno, para no dejarnos abatir sino salir fortalecidos.
No existen enfermedades, sino personas enfermas
El modo como cada persona sufre la enfermedad es muy personal. Por eso es difícil aplicar recetas universales en cuanto a la gestión de los malestares, etc. Es importante para la persona enferma compartir experiencias, explicar tu enfermedad. Suele haber siempre un fruto en el oyente. Se siente cercano a quien está enfermo, y reflexiona sobre su propia situación, quizá valorándola más que antes.
Pero las fases que se atraviesan ante un diagnóstico serio, suelen ser bastante parecidas en un gran porcentaje de personas:
1– Shock o rabiosa negación de la enfermedad.
2– Miedo, inseguridad, ansiedad, estrés.
3– Enérgico enojo, ira.
4– Profunda tristeza, depresión.
5- Aceptación porque la vida sigue adelante.
La enfermedad puede fortalecernos internamente Foto Pixabay
El ritmo para pasar de una fase a otra es completamente individual, y hay personas que se estancan en una de ellas durante más tiempo, pero suelen avanzar con ayuda de su entorno o por maduración interna.
La enfermedad no nos pidió permiso para atacarnos, pero nosotros somos dueños —o podemos llegar a serlo— de nuestras actitudes ante ella. Al menos, podemos conquistar, poco a poco en nosotros mismos, unas actitudes adecuadas para afrontar la situación actual y para ir evolucionando de la mejor manera posible.
Las claves que más nos pueden ayudar son:
- Amor: Es importante aprender a quererse primero a uno mismo, como una nueva persona que “ha nacido” como consecuencia de esas pérdidas, de esas limitaciones y de su nueva realidad. Ya somos otro, nada será igual. Se empieza una nueva vida y hay que aprender a reconocerse y quererse con esa y desde esa nueva realidad, fomentando la autoestima y el “amor propio”; asumiendo que uno llega donde llega, es tal cual es y, por tanto, solo es así como se le puede ver, conocer, querer y amar por su pareja, sus hijos, sus amigos… Todos ellos tienen derecho, igual que lo ha tenido uno mismo, a experimentar y pasear, tranquilamente, por un proceso de duelo. Sin prisas porque la persona a quien aman ya no es “aquella” sino que es una persona “nueva”, que llega donde llega, y con quien tienen derecho a construir una nueva vida desde esa realidad, nueva para todos.
- Humor: El amor sin humor es rigidez y el humor sin amor es cinismo; no hay amor sin humor, no hay humor sin amor. Ante la adversidad de la enfermedad, que nos ha cambiado la vida sin pedir permiso, incluso y a pesar de nuestra más firme oposición, uno puede, a grandes rasgos, desde su propio “ser”, adoptar dos grandes posiciones vitales: quedarse en la fase de negación, enganchado, condenado en ella, enojado, amargándose la existencia, no solo uno mismo sino también a su entorno: “Ni hablar, yo por aquí no paso ni pasaré”. O bien, dar ese salto mortal sin red hasta el “¿y por qué no a mi TAMBIÉN?”. Mirar la vida, no desde la ingenuidad sino con profundidad. Desde el buen humor, desde la sonrisa gratuita, amable y agradecida porque la vida nos ha sido regalada y no hemos hecho nada para estar ahí y, menos aún, para seguir estando ahí y, a pesar de ello, lo cierto es que somos y estamos ahí. La vida nos ha sido regalada y nos la merecemos regalándola; poder bromear con la enfermedad, tutearla, poderte reír de ella, desde ella, con ella, a pesar de ella… El efecto mariposa: contagio mi humor, tanto mi buen humor como mi mal humor; mis buenos momentos y también los no tan buenos, desde mi responsabilidad; para bien y para no tan bien, sabiendo que no vivo ni deseo vivir aislado, en medio de la solitaria inmensidad del inmenso océano.
- Confianza: Mirarse al espejo dudando de uno mismo, más nunca imaginamos que nos encontraríamos con nuestro mejor yo; confiar en uno mismo, en la propia evolución personal, sabiendo que la enfermedad cambia a las personas pero que, visto ex post, en el stop del camino en que nos encontramos se admite con gozo que hemos devenido en una persona más sensible, más tierna, más acogedora, más vulnerable, más humilde. Hay un antes y un después de que la enfermedad irrumpiera en nuestra vida y nos preferimos ahora, aprendiendo a redescubrirnos y a reconciliarnos con nosotros mismos. Es un desaprender para aprender día a día, instante a instante, a dejarse querer, desde el amor sincero de los que te acompañan en el caminar, la familia y los amigos. Aun cuando a lo mejor no era necesario hacerlo de esta forma, si somos creyentes, dar gracias al Misterio del que uno se siente profunda y amorosamente acompañado y que le ha descubierto esa nueva realidad, esa nueva forma de ser, hacer y sentir, de leer la vida y la existencia y, ciertamente, visto ex post, preferirse así.
- Gratitud: Gracias a la vida, que me ha dado tanto” (Violeta Chamorro). Gratitud es saberse y reconocerse vulnerable. Es, como dice la frase, “soy con los otros” ahora que uno ya no llega solo donde antes llegaba sin ninguna dificultad, mostrar gratitud hacia los otros (familia, amigos…) por su cariño y apoyo, sin tener porqué hacerlo, ya que la enfermedad es de uno, no de ellos. Es dar las gracias por estar ahí, por cogernos del brazo cuando lo hemos reclamado, por compartir nuestras pérdidas, por escucharnos y animarnos cuando lo necesitamos, por aguantar nuestros lloros con amor. Y, también, agradecer al Misterio, a la Existencia, al Espíritu —o a aquello en lo que cada uno crea—, por estar ahí y cogernos del brazo, por consolarnos cuando nos derrumbamos, por regalarnos la posibilidad de ver, en nuestra vida, más allá de nuestras propias narices.
En definitiva, redescubrir la enfermedad como una magnífica oportunidad para reconstruirnos como una persona mejor, por y para nosotros, por y para los otros.
Josep Ma. ALCALDE
Abogado. Casado y padre de dos hijos, tiene esclerosis múltiple.
Mataró, Abril 2025
(Texto tomado del ebook «Fortalcerse en la enfermedad», de la Dontknow School of Life, 2018)