Cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa, la base de la «Caseidad»
Desde tiempos muy remotos, los hombres se juntaban para construir abrigos y cultivar la tierra; labores que, aunque primitivas, exigían un mínimo de planificación (J. Eduardo Caamaño). Cuando nos referimos al ámbito de habitar y al contexto que lo estructura, lo queremos abordar desde cuatro aspectos, es decir, desde lo útil, lo lógico, lo estético y lo social, siendo estos aspectos a la hora de comprar, arrendar y/o elegir un espacio según la necesidad que tengamos, desde estas cuatro dimensiones. La vivienda en general es la expresión física de una cultura que expresa las modalidades del vivir individual y colectivo, de esta forma la tradición es parte del inconsciente colectivo que ha resuelto sus necesidades, transmitiéndolo a sus siguientes generaciones con el agregado de su identidad personal. Además, pensando en que cada persona es actor relevante a la hora de configurar su hábitat y se guía según sus expectativas de satisfacción por lo que este le puede deparar.
Lo útil
Aquí lo relevante es la adecuación de lo construido en función de que se desarrollen las actividades pensadas para el habitante. Es un sistema constructivo empleado, sin exceso ni faltas, mientras más apegada se encuentre la forma a la función, mejor es la solución.
Con esto queremos poner en valor al derecho que tenemos los usuarios cotidianos de los espacios de este hábitat residencial, a que sean propicios para aportarnos satisfacción y calidad de vida, que en alguna medida son conducentes a la felicidad integral de las personas.
Lo lógico
Tenemos que en el espacio cotidiano en el que nos desenvolvemos, es posible identificar al menos tres tipos de actividades, las que a grosso modo podemos identificar de acuerdo a la mayor o menor necesidad que tenemos de hacerlas, y por este motivo requieren un tratamiento muy diferenciado del ámbito donde ellas se llevan a cabo. Así se las identifica al hacer un paralelo con los usos del espacio público en el que nos desenvolvemos en el medio urbano como: actividades necesarias, actividades opcionales y actividades sociales (Gehl, Jan 2006. Página 17).
En el caso de las necesarias los residentes no tenemos opción, las debemos llevar a cabo cotidianamente, como lo son dormir, comer, usar el baño, realizar las tareas y gestiones complementarias del diario vivir y son autónomas del contexto y del momento en que se realizan, y se reconocen como las tareas inherentes a la vida en el hogar.
Luego se tiene las actividades opcionales, las cuales se desarrollan solo si las condiciones de contexto son las apropiadas, es decir, si hay voluntad de hacerlas, y si son propicias las condiciones climatológicas, así como el espacio y tiempo disponible para efectuarlas. Identificamos actividades como leer, estudiar, mirar televisión, escuchar música, salir al patio o jardín para tomar el sol, o el aire, sentarse a disfrutar de las condiciones del día sólo por el goce de la vida.
Y las actividades sociales, que están supeditadas a la presencia de otras personas en nuestro hogar, donde es posible identificar los juegos de niños, las conversaciones, los encuentros, las participativas que serían más bien los contactos de carácter pasivo para ver y oír a otras personas. El contexto donde se desarrollan estas actividades es variado al interior del hogar. Se tiene que estas actividades pueden ser programadas, como las visitas de amigos o familiares para actividades predeterminadas, o ser espontáneas o resultantes de la actividad que pueden estar llevando a cabo los residentes de un hogar determinado, como por ejemplo con conocidos o amigos donde se saludan, se hablan, interactúan. El carácter de estas actividades sociales estará condicionado por las características de la conformación del espacio habitable donde se producen y del nivel de intimidad que tienen los actores entre sí; así se producen diferentes niveles de intensidad de las mismas, desde el nivel más próximo como una pareja de enamorados hasta el más distante, que solo produce un contacto pasivo como el mirar y escuchar.
Lo estético
La función de un recinto para habitar no debe dejar de lado lo que nos produce agrado por su aspecto, teniéndose que lo bello es condicionado a lo bueno o útil. Por tanto, sus características formales nos parecerán agradables, que se asocian al uso de formas puras vinculadas a la estructura del recinto proporcionándole gran valor, lo cual incide en que el simbolismo se hace presente logrando gran dignidad.
Todo lo anterior se debe desarrollar en la vivienda que nuestros profesionales han configurado y que no siempre han sido precisamente las más propicias para dar cabida de forma eficiente a estas actividades. A partir de esto se abre un abanico de posibilidades para plantearse que hay oportunidades de otorgar un espacio residencial que aporte efectivamente al desarrollo de la calidad de vida de los habitantes y por tanto, de la felicidad.
Lo social
La vivienda en general es la expresión física de una cultura que expresa las modalidades del vivir individual y colectivo, de esta forma la tradición es parte del inconsciente colectivo que ha resuelto sus necesidades, transmitiéndolo a sus siguientes generaciones con el agregado de su identidad personal.
Por lo tanto, el habitar no tiene nada de ingenuo ni de espontáneo, son constantes elementos de la tradición, de lo útil, de lo necesario y de lo posible al alcance del habitante.
Es necesario ocuparnos entonces de revisar los espacios existentes que dan cabida a las actividades sociales y a las actividades opcionales de manera fundamental, ya que aquellas catalogadas como necesarias, se podrán canalizar desde otra perspectiva más vinculada al estándar del hábitat residencial. De esta manera, nos referimos a aquellas actividades que percibimos como de vinculación con y entre los residentes de la vivienda, es decir de sus interacciones, para lo cual es válido revisar aquellos espacios que las acogen y el grado de logro de su función en virtud de las expectativas en común de estos usuarios, identificando aquellos aspectos del diseño residencial que las favorecen y aquellos que las dificultan o simplemente no contribuyen en nada a facilitar las actividades deseadas.
De esta manera estaremos buscando el camino para atender las condicionantes necesarias para dar cabida a las interacciones sociales de los residentes de un hogar en sus espacios residenciales de encuentro, que permitan generar contactos de mejor calidad y afianzar así identidades de lugar, satisfacción y pertenencia en el uso del mismo. Esto porque la arquitectura de un espacio en particular, puede influir en algún grado en facilitar o dificultar las expectativas de ocupación de los residentes para sus actividades optativas o sociales que inciden en definitiva en la interacción que desarrollan, siendo una herramienta de diseño para adaptar las condiciones de acuerdo a la necesaria mejora de la calidad de vida del hábitat residencial.
Carlos MUÑOZ PARRA
Arquitecto, Profesor Universitario
Santiago de Chile
Junio de 2017