Dar la vida por nuestras creencias

Dar la vida por nuestras creencias

Cuando escribo estas líneas todavía estoy bajo la impresión de las imágenes que los distintos medios de comunicación mostraban del ataque terrorista en la Ramblas en Barcelona. Imagino que como la mayoría de personas,  aún sigo asombrado y haciéndome un montón de preguntas que no tienen fácil respuesta. Además me acompaña la inquietud de los que sucederá después de este atentado y de cómo podemos sanar el corazón humano para que no sigamos cometiendo atentados en cualquier otra ciudad de nuestro planeta.

Me pregunto cuál era el  grado de resentimiento, —o deberíamos decir odio— que había en el  corazón de las personas que durante tanto tiempo pensaron y elaboraron una estrategia para sembrar el terror, y que después de un primer fracaso con los explosivos, siguieron pensando y trabajando para ver como podían  hacer el máximo daño posible.

Porque una cosa es creer en una causa, en una idea, en Dios, y llegar hasta el extremo de dar la vida por lo que tú piensas o crees. Pero otra cosa muy distinta es dar mi vida, arrastrando la vida de muchas otras personas que no tienen nada que ver con lo que yo pienso o creo. Puedo estar dispuesto a inmolarme por mis ideas, pero no puedo matar a otras personas con mi inmolación. ¿Qué me lleva a asumir como una acción necesaria, el sacrificio de la propia vida, con tal de lograr la aniquilación de mi enemigo, que ya ni siquiera es un enemigo de guerra sino un infiel?

La religión que yo profeso siempre nos enseñó que hay que dar la vida por los demás, y dándola por los demás es como la damos también por Dios. Que incluso podemos darla por nuestras ideas, creencias e incluso podemos darla por nuestros enemigos. Jesús mismo nos dio ejemplo dando su vida, muriendo en la cruz por nuestros pecados. Pero que de ninguna manera podemos liberar a otros provocando su muerte. Matar no es liberar, es simplemente no creer en el otro, es impedir que pueda liberarse de aquellas realidades que realmente le oprimen.

Juan Pablo II después del primer encuentro de Asís, donde reunió a los diferentes líderes religiosos para orar por la paz, les pedía que velaran para evitar las actitudes fundamentalistas que se pudieran dar en el seno de las respectivas religiones. El fanático es aquel que no dialoga, aquel que solo es capaz de ver su verdad y se ofusca ante cualquier otra postura. Es importante que  todos revisemos aquellas posturas intransigentes que se puedan dar en nuestras vidas o en nuestros grupos. Debemos estar atentos, para que todos, creyentes y no creyentes, abramos los ojos para descubrir el mal que somos capaces de hacer y de esta manera humildearnos  para dialogar, con todos los que nos rodean, para superar enfrentamientos y vivir en una permanente actitud de dialogo.

Termino con unas palabras que decía una persona viendo las imágenes del último ataque terrorista por televisión. «Cuánto esfuerzo y dedicación puesta al servicio de hacer el mal». Esto me hizo pensar, no solo en esta acción concreta, sino en tantas situaciones de injusticia, de guerra que se dan en todo el mundo. ¡Cuánta inteligencia al servicio del mal…! Solo el bien, la bondad, el amor construyen totalmente sociedad. Estos valores son lo que demandan toda nuestra creatividad. El mal solo destruye lo que con tanto esfuerzo todos nos dedicamos a edificar.

Como diría San Francisco de Asís: «Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que allí donde haya odio, ponga yo tu amor; donde haya ofensa ponga yo perdón; donde haya discordia ponga yo unión”. Que donde haya guerra construyamos nosotros la paz.

Jordi CUSSÓ
Sacerdote y economista
Barcelona
Septiembre 2017

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