La convivencia pacífica es un bien frágil y delicado. Si en este momento muchos países vivimos aún en paz, debemos de tomar conciencia del inmenso regalo que eso significa, y cuánto debemos trabajar para cultivar y fortalecer lo que la hace posible.
No olvidemos que hay en curso dos guerras muy visibles para el mundo occidental -Ucrania y Gaza-, y al menos 23 más, activas en países como Yemen, Magreb, Birmania, República Democrática del Congo, Sudán. Si además incluimos en esta lista los conflictos armados que se desarrollan en contra del narcotráfico y del crimen organizado, o de distintas facciones de éste en pugna por la supremacía, fácilmente podría llegarse a 60 guerras.
Los esfuerzos para pacificar las guerras en curso, o para paliar sus terribles consecuencias en la sociedad civil, atraen la solidaridad de miles de personas que de algún modo intentan colaborar en lo posible. Pero frenar la guerra es mucho más difícil que iniciarla.
Por ello es imprescindible, además, la preservación de la paz allí donde se vive. Entender el entramado social -legislativo, económico, cultural, comunicativo- que sostiene la convivencia pacífica, el esfuerzo por gestionar las naturales diferencias y conflictos en toda convivencia, impulsar una cultura de respeto a las personas y de responsabilidad en la viralización de mensajes en redes sociales.
- Un elemento clave en la preservación de la paz es desarmar la historia. Quitar de las narraciones históricas los elementos simplificadores que reavivan y “presentizan” los resentimientos sobre hechos que sucedieron a veces hace siglos, y de los que ninguno de los contemporáneos es responsable.
- Otro elemento es la consideración de todo ser humano como digno de respeto. Nadie se hizo a sí mismo. Nadie tiene mérito ni culpa por hechos anteriores. Todos nos encontramos como fruto de una historia que, de haber sido distinta, no existiríamos. Todos tenemos en común el hecho de convivir en la existencia, y ese sustrato nos hermana de un modo fundamental.
- Y recordar que todos somos limitados. Como individuos y como grupos o comunidades, ninguno de nosotros es inmaculado; no hay nadie que pueda decir “no me he equivocado nunca”; por eso no podemos creernos las historias de buenos y malos en las que todas las tintas se cargan sobre un grupo social considerado como malvado.
En síntesis, unas líneas en el trabajo por la paz consisten en des-presencializar la Historia -y quedar libres de su terrible peso indebido-, reconocernos como afortunados existentes, hermanos de todos los demás contemporáneos, y des-idealizar a nuestro propio grupo social, porque todos cometemos errores, al tiempo que des-satanizamos la imagen negativa de otros grupos sociales con intereses divergentes, tantas veces creada por intereses de parte.
Ese trabajo por la paz se notará en un cambio del lenguaje usado en las redes sociales, promoviendo una cultura del respeto y de la escucha de lo diferente.
Marzo de 2024