Introducción
La sociedad actual, considerada por muchos como post-moderna, vive con las categorías de la modernidad, pero sin los valores de la misma. Tal es el caso que nos ocupa: el individualismo.
En la modernidad, el individuo surge como una liberación de las estructuras sociales, religiosas y políticas. Ya no es más siervo de la gleba en un sistema social estático, pero tampoco responde a una estructura religiosa omnímoda ni a un sistema político donde el Rey era señor de vidas y haciendas. Se levanta así el ser individual: el paladín de una nueva época de libertades de todo tipo.
Las características fundamentales de este ser —que surge fundamentalmente con el nacimiento de las ciudades y alcanza su mayoría de edad con la Revolución Francesa—, son la libertad, el derecho y el culto a la razón.
Individuo moderno e individuo post-moderno
El individuo post-moderno parece tener un accionar diferente al que tenía el moderno. En la modernidad, el individuo vivía apegado a normas y reglas de vida que entendía eran universales, ya que había cierta homogeneidad que regía la racionalidad occidental.
El profundo apego a la familia, la solidaridad con los demás, la pertenencia a instituciones sociales de promoción cultural, etc. son algunas de las señales que nos dicen cómo era la vida de los individuos modernos. En la post-modernidad, estos elementos que marcan la identidad de los individuos comienzan a diluirse.
El individuo post-moderno luce ser astro y universo. Los ámbitos de su accionar parecen alcanzar los límites de sus intereses estrictamente personales. Parecería que estamos asistiendo al nacimiento de un Yo de proporción inimaginable, en función del cual girará la sociedad: yo quiero, yo pienso, yo digo, yo mando… Esa nueva expresión del individuo crea un fenómeno que conocemos como individualismo descarnado. Ya que sugiere un ser que, desconectado de su corporeidad, entiende el mundo en función de sus necesidades y no en función de su condición de relaciones con otros seres. Pero también nos devela un individuo solo y frágil. A merced de las más tremendas crisis de identidad y de sentido que jamás haya vivido ser humano alguno.
Algunas ideas que pueden ayudar
Frente al panorama que describimos no queda otra solución que recuperar algunos de los valores de la modernidad y traerlos a la vida post-moderna para iluminar con ellos la vida de los que, atrapados en el individualismo, no encuentran sentido a su existencia. Algunos de estos valores son:
- La amistad: tener amigos con los que pasar el tiempo y compartir la vida crea un espacio de sentido y pertenencia que ilumina la vida.
- La solidaridad: ser solidarios con los que no tienen la misma suerte material o afectiva nuestra, ayuda a incrementar la experiencia de estar vivos y permite alcanzar niveles de satisfacción personal invaluables.
- La soledad planificada: dejar espacio para estar solo con uno mismo y escuchar nuestra voz interior, es una forma de acercarnos a nuestro más íntimo sentido de existir y desde ahí buscar nuestro particular y único camino en la vida.
Conclusión
En síntesis, el individualismo en tanto expresión de los logros alcanzados por el individuo en su emancipación de las estructuras de opresión social es bueno y deseable. Pero cuando el individualismo convierte al ser humano que lo vive en un ser sin sentido, que olvida que todos compartimos la existencia y que como tal, nos necesitamos los unos a los otros para construir la vida, entonces necesita ser intervenido desde lo más profundo de nuestro ser con una buena dosis de «otredad», de presencia de los otros en nuestra vida a través de la amistad, la solidaridad y la búsqueda interior de nuestro verdadero yo, que siempre estará en relación a un tú y a un nosotros.
Alina J. BELLO DOTEL
Profesora de Ética de la PUCMM
Santo Domingo (República Dominicana)
Publicado en RE núm. 68