Risas y superego

Risas y superego

Fotografía: Mauricio Chinchilla

 

Seamos sinceros: una prueba que toda amistad debe superar es la de la risa. Sí, la de la risa. Reírse con otro es algo harto complicado, sobre todo cuando el motivo jocoso tiene que ver con uno mismo. No todo el mundo tiene licencia para reírse de nuestras cosas y, menos aún, si quiere hacerlo con nosotros.

Qué duda cabe que una de las dificultades a que nos enfrentamos en la relación con otras personas, es el modo cómo enfrentar los límites: los propios y los ajenos. Esos límites que a menudo se nos antojan verdaderos defectos, complicados de convivir con ellos. No siempre es sencillo mostrarnos ante los demás tal como realmente somos. Tememos su juicio, su incomodidad, su burla, su desprecio, su alejamiento… Ese temor nos atenaza y hace que nos comportemos de forma poco espontánea. Y esa incomodidad que, lo queramos o no, expresamos, hace que los demás no se sientan con plena libertad frente a nosotros.

Algunos psicólogos apuntan que el secreto de estar «sueltos» para que los otros nos puedan decir cosas sobre nosotros tiene que ver con el ego y el superego, es decir, el «yo» y el «sobreyo». El superego se construye a partir de muchos elementos que, tal como a veces se nos presentan, nos condicionan el ser: ese dios que dicen que nos está mirando, la justicia, la sociedad, el padre, los tabúes… Este superego metido en las entrañas de nuestra psique nos hace susceptibles y provoca fricciones con la gente, puesto que cualquier corrección que se nos haga —a veces, incluso un mero comentario—, se lee en clave de vigilancia del superego. Además, cuando éste se «desmadra», cuando es tan excesivo que nos ahoga con su peso, nos rebelamos contra él, simbolizado ello en lo que en lenguaje freudiano se denomina «matar al padre».

Un modo de deshacer el superego condicionante es, precisamente, la amistad: al descubrirnos amigos, no hay jerarquía alguna. Los amigos se quieren, se respetan. El uno quiere la libertad del otro y viceversa, así que el superego no tiene nada que hacer con el amigo. Ya no hay susceptibilidades, así que tampoco es preciso «matar» a nadie. Ya se pueden decir las cosas sin herir y sin susceptibilidades. Y, sobre todo, con humor, con mucho y buen humor.

¡Échense unas risas entre amigos a cuentas de su superego!

Teresa JUÁNEZ
Salamanca
Publicado en RE 67

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