Personas sosegadas

Personas sosegadas

Estos días he ido un poco más agobiado de lo normal. A veces se complican las cosas y los asuntos en los que trabajamos se nos escapan de las manos. El miércoles, mientras tomaba un café, se acercó una señora, a quien no conocía, pero que por su aspecto estaba necesitada y sabía que se acercaba a pedirme algo.  Le contesté con un: «ahora no puedo, espere un rato, al menos déjeme terminar el café”. Al salir de la cafetería, no encontré a la mujer y ya no la vi en todo el día.  Me supo mal, y no me pude olvidar de su imagen en todo el día. Es en estos momentos cuando te das cuenta que andas metido en tus cosas, centrado en ti mismo, incapaz de ver a los demás como se merecen. Y vuelves a sentir el deseo de sosegarte, de retirarte a la soledad y el silencio, sientes la necesidad de mirar las cosas a distancia, de descentrarte de tu ego y abandonarte de nuevo en Dios, de reencontrar la calma.

Encontrar la calma
Sientes el deseo de sosegarte

Laín Entralgo define el sosiego como una manera de vivir: “es la ejecución tranquila y serena de la vida, es un estado de ánimo directamente opuesto al de la prisa”. Sin embargo, la prisa no excluye el sosiego, el problema radica en la sensación de inquietud o intranquilidad  que nos comporta el ritmo de vida que llevamos. Perdiste el sosiego cuando te das cuenta que tomar con tranquilidad un café se convierte en algo más importante que atender a una persona.

Nuestra sociedad ha entronizado la actividad, de forma que nuestra agenda es una sucesión de trabajos, citas, actividades, ocio organizado, etc. El problema no es tener cosas que hacer: esto es bueno, pues significa entusiasmo de vivir, tener interés en desarrollar nuestra manera de ser, según nuestras capacidades.  La acción se vuelve conflictiva cuando es excesiva, cuando su realización nos impide disfrutar de lo que hacemos y nos desestabiliza; cuando algún imprevisto nos sacude e interrumpe sin cita previa en nuestra vida y nos deja totalmente descolocados y alterados.

Y son tantas las cosas que de manera repentina afectan nuestra vida. Los conflictos, el sufrimiento, la muerte, los problemas, las necesidades urgentes, juegan un papel importante en la existencia de las personas. Y es vital que aprendamos a encajar estas situaciones sin que nos trastornen en exceso. Por eso hay que entender el sosiego como una manera de vivir. No es que la persona sosegada no sufra o permanezca imperturbable ante los acontecimientos, sino que ha integrado la serenidad a su realidad y sabe vivir las vida y sus circunstacias en paz y alegría.

Con el tiempo he descubierto que la oración personal, la meditación diaria,  es una buena herramienta para llegar a esta forma de vida pacífica, que la ejecución serena de la vida y admitir la realidad tal como es mejor plataforma para lanzarse a trabajar e intentar cambiar las cosas reales y posibles que están a nuestro alcance. Durante muchos años he pensado que con orar un ratito era ya suficiente y que la mejor oración era la acción, que a su vez, era la oración que Dios mejor entendía. Después he visto que detenerse, entrar en uno mismo, mirar el mundo y a los demás, me ayudaba a entender más la realidad y hacer más efectivo mi trabajo y mi dedicación a ellos. Y cuando he conseguido acallar los ruidos y las prisas, las preocupaciones, las ocupaciones, los desasosiegos, es cuando he descubierto que Dios es quien da la paz y la serenidad para vivir la vida, para gozar de las cosas, a pesar de todas sus urgencias y necesidades. Me he dado cuenta de que si me veo más agobiado de la cuenta, tengo que detenerme, retirarme en la soledad y el silencio, en la oración personal, porque he evidenciado que ésta, siempre es una fuente que nos permite llegar a todos los que se nos acercan y atenderles como realmente se merecen, creando sosiego familiar y social.

Jordi CUSSÓ
Sacerdote y economista
Santo Domingo, RD
Enero de 2018 

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