Contribuir a la paz

Contribuir a la paz

La vida humana es un gran tesoro, pero vivir es una tarea muy compleja, llena de multitud de situaciones y acontecimientos. Estas experiencias, que nos deberían ayudar a vivir con más plenitud, a veces se convierten en una carga, en una cruz, en un sufrimiento, que pide culpables, y que busca venganza contra aquellos que consideramos causantes de nuestras desgracias.

El drama es que las prisas del día a día y la frivolidad que nos envuelve, no nos deja ver ni comprender que todos somos causa de muchos de estos acontecimientos. No somos culpables de todo el daño que provocamos, pero es evidente que nuestros comentarios y decisiones, son causa de muchas reacciones que se producen a nuestro alrededor. Somos causa, y muchas veces sin culpa, de alegrías, tristezas, sufrimientos o de gozo. Cuando los efectos generados son positivos, la gente tiende a vanagloriarse, cuando son negativos, tienden a negarlos, a justificarse, a esperar que el paso del tiempo permita olvidar el mal que provocamos. Nos agrade o no, los seres humanos somos capaces de hacer el bien, pero también somos capaces de producir daño. Y algunas de nuestras actuaciones, fruto de nuestro propio límite, generan situaciones de injusticia, y si no tenemos conciencia de ello, nada podremos hacer para enmendarlo y con ello sembraremos resentimientos en nuestro corazón, en el de los demás y en el de la sociedad.

Fotografía: Serthayos

Y eso nos afecta a todos, porque nadie está libre de padecerlos y provocarlos. El resentimiento va creando desconfianza de unos hacia otros y genera tensiones, reticencias y prejuicios. Este malestar se expresa después en respuestas violentas o vengativas. Y ese resentimiento lo podemos detectar de forma explícita o implícita porque siempre conlleva una actitud hostil hacia los demás, que pueden ser personas individuales, grupos, instituciones, partidos políticos, pueblos, religiones etc. El problema de todo esto es que el resentimiento impide el diálogo, la conversación tranquila, obnubila el corazón y la mente y conduce al conflicto. Y qué difícil es gestionar los conflictos si no somos conscientes de nuestros resentimientos. Nuestro presente es leído en clave de pasado, de lo que nos tocó vivir, del agravio comparativo sufrido, de la comparación mal asumida. Y esta lectura sesgada nos impide encontrar las soluciones idóneas al momento presente que estamos viviendo.  Por eso el resentimiento es uno de los grandes obstáculos para la paz.

Tenemos que aprender a ser más prudentes, porque no hay duda de que la mejor manera de trabajar contra los resentimientos es no provocarlos. Hay que detenerse, tomar conciencia, reflexionar, para ir al fondo de la vida, de los hechos acaecidos, y descubrir aquellas cosas vividas que nos han dejado huella en el corazón. Aquellas emociones, que después de pasar por nuestra razón se han convertido en un sentimiento. Sentimientos que muchas veces nos generan paz y alegría, pero que también, en otras ocasiones pueden provocarnos un sentimiento tóxico hacia nosotros mismos y los demás.

La muerte, la enfermedad, la rotura, la injusticia, el agravio comparativo, forman parte de la vida, y tenemos que integrarlas en la realidad de lo que somos y vivimos. Y, si es difícil encajar el mal que nos hacen, aún es más difícil encajar el daño que provocamos. Conocer la condición humana, quiénes somos y como somos, y no escandalizarse de nuestros límites ni de los límites del resto de seres humanos, nos hace precavidos y andar con mayor cuidado con aquello que decimos y hacemos. Si somos conscientes del mal que producimos, seremos más sensibles a entender los límites de los demás, y asumir con una actitud más serena y reflexiva el mal que los demás nos puedan hacer. Sin negar el sufrimiento, tendremos más capacidad de vivir las cosas y, sobre todo, de revivirlo sin deseo de venganza o de represalia. No habremos dejado espacio para que crezca el resentimiento y estaremos contribuyendo a la paz.

Es vital que todos seamos más conscientes de que nuestras actuaciones pueden generar actitudes de desprecio, de injusticia, y por más que nos justifiquemos en mil razones, tenemos que aprender de la vida, que nos enseña que es más probable errar que acertar. Si somos conscientes de lo que podemos provocar, seremos más prudentes a la hora de actuar. Porque no hay nada peor en esta vida, que pensar que somos perfectos, que todo lo hacemos bien, lo cual, nos hace intolerantes con los defectos y las actuaciones de los demás. Y esta prepotencia, esta «falsa perfección», es causa de muchos males y generadora de resentimientos. Entender que los seres humanos, por ser limitados, nunca seremos inmaculados, ni seremos del todo justos, nos ayudará a quitar la espoleta de violencia que tenemos escondida detrás de muchos sentimientos hostiles. Cuando la hostilidad se convierte en contraste, en comprensión, somos capaces de convivir de manera más pacífica y gozosa.

Jordi CUSSÓ PORREDON
Economista
Santiago de los Caballeros (Rep. Dominicana)
Marzo de 2018

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