El título de este artículo, de forma expresa, diferencia dos conceptos: palabras y discursos, porqué en la sociedad actual la comunicación se hace en tuits, con los que intentamos condensar el máximo de información en frases cortas construidas con pocas palabras. Incluso buscamos la comunicación sin palabras, simplemente con imágenes o emoticonos.
Por este motivo es importante diferenciar entre palabra y discurso. La palabra tiene que ser muy connotativa, referente, clara y explícita, para que no deje espacio a la confusión. La palabra es como un bit, una unidad de información muy condensada. Así pues, si la palabra es correcta, aunque exista deficiencia en la comunicación, no hay posibilidad de múltiples interpretaciones.
Mientras que la complejidad es propia del discurso. El discurso es un encadenamiento de palabras, que no se puede confundir con un listado sin conexión, ya que precisamente en él los términos conectivos tienen una función muy importante. Exige una ligazón de ideas. Y, además, todo discurso es un texto, formulado en un contexto y con un pretexto.
En la actual sociedad mediática acelerada destaca el poco tiempo que se ofrece a los discursos, cada vez más se pierde el hábito intelectual del uso de los términos conectivos, la importancia de los tonos, la aplicación de comas, etc. No es lo mismo decir: “No vengo” que “No, vengo”. Es evidente que una coma puede cambiar todo el significado, el tono o el registro de una sola frase.
La pérdida de la riqueza del discurso es evidente. Según especialistas de las academias
hispanoamericanas, un ciudadano medio español no utiliza más allá de mil palabras –los jóvenes no superan las 300 palabras- y solo los muy cultos alcanzan los 5.000 vocablos. Esto es un porcentaje ridículo, ya que el diccionario de la Real Academia Española define unas 88.500 palabras, lo cual representa una gran pérdida de lenguaje y un empobrecimiento mental. No es lo mismo decir estoy triste, chungo, taciturno o melancólico. Deberíamos ser conscientes de las diferencias y los matices de estos términos, pero muchos ciudadanos ni lo son ni conocen algunos de ellos.
Y todo esto, ¿qué relación tiene con la pacificación? Pues, mucha. El lenguaje es terapéutico, por eso un empobrecimiento del lenguaje complica el trabajo con las víctimas. Muchas veces la terapia no puede llevarse a cabo porqué las víctimas no hablan, se aferran al silencio, son incapaces de expresar su situación con palabras, por qué no tienen suficiente riqueza de vocablo ni siquiera diálogo interior.
Discursos envenenadores
La palabra envenenamiento se refiere a dos características típicas de este tipo de discursos: va directamente a generar un mal, es decir, tienen como objetivo la aniquilación del otro o, por otro lado, busca generar algún tipo de resentimiento o rencor, efecto aún peor en términos de cultura de paz, porqué este mal es menos visible que el físico y, generalmente, no somos conscientes de ello. Un ejemplo es el denominado lenguaje “políticamente correcto”; un lenguaje aceptado, pero cínicamente violento, y que va envenenando poco a poco. Hay mucha gente que nunca pierde la compostura, pero ejercita una lengua viperina, de serpiente venenosa.
De hecho, a pesar del famoso dicho —“las palabras se las lleva el viento”— estas, una vez
pronunciadas, quedan en el aire y pueden cortarlo. En general, quien las ha pronunciado se olvida, pero no quien las escucha. A veces las palabras quedan enclaustradas y resuenan por mucho tiempo en la cabeza del oyente que no puede olvidarlas. En estos casos, debemos preguntarnos: ¿Quién responde de lo que se ha dicho? ¿Quién es responsable por lo que dejó de decirse? ¿Quién se hace responsable del envenenamiento de las palabras y los discursos? Esta es la cuestión.
Logos (en griego λóγος -lôgos-) significa “palabra”, “habla” o “discurso”, pero también “razón”, “razonamiento” o “pensamiento”. Mi voluntad, con esta reflexión, es recuperar el “logos” de la palabra y, literalmente, desarmar la palabra. El poeta español Gabriel Celaya (Hernani, Guipúzcoa, 1911-Madrid, 1991) escribió La poesía es una arma cargada de futuro (Cantos Íberos,1955), pues debemos desarmar la palabra para que un futuro en paz sea posible. Igual que el veneno, los discursos envenenadores, en grandes dosis son letales —de forma rápida o lenta—, pero en pequeñas cantidades pueden resultar curativos. Debemos, pues, ajustar la dosis del veneno de los discursos para que estos sean curativos y no mortales o generadores de resentimientos.
Fragmento del libro: Discursos envenenados (Barcelona, 2012)
Begoña ROMÁN MESTRE
Filósofa
Barcelona, España
Junio de 2024