Normalmente asociamos la caridad con una de las tres virtudes teologales. Sin embargo, también se utiliza el término caridad para definir un sentimiento que impulsa al individuo a ser solidario con los que le rodean.
Normalmente, cuando ejercemos la caridad utilizamos la técnica de los dos bolsillos, en uno ponemos el dinero que ganamos y, desde este, traspasamos al otro bolsillo el dinero que vamos a destinar para dar respuesta a nuestro sentimiento de responsabilidad social, a la vez que tranquilizamos nuestra conciencia.
Desde un punto de vista económico, podríamos trazar una línea imaginaria que enlazara la caridad con la rentabilidad. En un extremo estaría el afán por optimizar la rentabilidad de nuestras inversiones y en el otro, estarían aquellos recursos que vamos a destinar a la solidaridad de los cuales no esperamos obtener ningún tipo de retorno.
Desde hace un tiempo ha surgido la idea de que es posible encontrar un punto medio entre ambos extremos; donde se considera que pueden llevarse a cabo inversiones en proyectos que conlleven un impacto social pero que no deben, necesariamente, ser objeto de una donación o estar exentas de rentabilidad. Es decir, se considera que es ético ser solidarios a la vez que obtener una cierta rentabilidad de dicho acto de generosidad.
A estas inversiones se las llama inversiones de impacto social o en inglés “venture philanthropy”. La inversión filantrópica, consiste en hacer coincidir el alma de la filantropía con el espíritu de inversión, lo que acaba comportando un alto compromiso y un enfoque a largo plazo, capaces de crear un impacto en nuestra sociedad. Es un concepto novedoso para nosotros, aunque realmente el término fue acuñado ya hace tiempo por John D. Rockefeller III en 1969.
A primera vista puede parecer que estamos diluyendo un valor tan alto como es el de la generosidad, sin embargo, lo que realmente está ocurriendo es que se están ampliando las formas en las que se concibe la manera de ejercer la solidaridad. No parece una aportación tan descabellada, en una sociedad que prima principalmente las relaciones causa-efecto y la inmediatez, donde se busca que todas las cosas tengan un resultado medible y donde el individuo busca una intervención más directa sobre su aportación solidaria.
Nuevos tiempos, nuevas formas. Lo que no cambia es el fondo, sigue vigente la necesidad de participar en la construcción de un mundo más justo y solidario. En este nuevo entorno, la mayoría de los emprendedores sociales, a parte de su encomiable “capacidad de entrega”, disponen de un alto nivel de resiliencia y viven esperanzados en la acción transformadora de su misión. Sin embargo, para poder seguir consiguiendo recursos económicos que financien sus proyectos, han de ser capaces de incorporar a sus estrategias, nuevos instrumentos y formatos más alineados a las necesidades y expectativas de aquellos individuos que siguen estando dispuestos a invertir en solidaridad.
David MARTÍNEZ GARCÍA
Economista
Barcelona (España)
Publicado originalmente en: http://universitasalbertiana.org/. Editorial newsletter mayo de 2018