Primeros educadores

Primeros educadores

Fotografía: Josep Alegre

La decisión de ser padres se dilata en el tiempo de manera continuada, progresiva y perenne. Precede al nacimiento y sobrevive a los progenitores ilusionados por acertar. Como consecuencia del amor de los padres y como fruto indirecto nacen los hijos que son seres originales diferentes de sus procreadores, con la genética y psicología personalizadas. El parto es el principio al que sigue toda una vida que hay que completar y construir. Su familia será el primer núcleo imprescindible con el que tome contacto el nuevo ser, con un papel fundamental y decisivo en su crecimiento integral y global: desarrollo afectivo, personal, social, intelectual… En este camino, ambos progenitores son imprescindibles desde su rol diferenciado, decidiendo y responsabilizándose de la educación de sus hijos y sus consecuencias. De lo contrario desaprovecharían una de las experiencias más apasionantes que pueden tenerse: ver crecer y desarrollarse una vida, la de tu hijo.

El paso de los meses se va llevando las sonrisas, balbuceos, canturreos… y no nos los podemos perder por estar ocupados. El niño es cambiante por naturaleza y el crecimiento provoca continuas transformaciones y desconciertos por eso es necesario formarse e informarse para valorar lo que necesitan en cada momento y orientarlos mejor. Los padres han de estar en continuo aprendizaje y adaptación a las necesidades de los hijos, aprovechando también sus cualidades instintivas para ser competentes y responsables en su labor educativa. La incertidumbre del futuro les obliga a adoptar riesgos porque en el crecer del niño educa más lo que se hace o no, que lo que se dice. Adaptando las exigencias a cada edad, es fundamental la educación de las rutinas domesticas porque le ayudan a asumir responsabilidades y aprender a cuidarse de ellos mismos. Es necesario que aprendan a ir por la vida e integrarse en el colectivo que les exigirá responsabilidades en el futuro.

Los niños tienen ritmos diferentes a los nuestros y hay que irse adaptando a ellos con firmeza, siendo pacientes y dedicando tiempo. Es importante que empiecen a responsabilizarse a su nivel desde pequeños porque la buena educación se da solo si las conductas que se provocan van en la buena dirección y se convierten en un bien objetivo para el educando. El objetivo final es su felicidad que debe conseguirse y construirse en el tiempo limitado de su existencia que seguramente no contemplaremos por completo como padres y educadores. Desde lo que somos, vamos madurando como personas y como padres y educándonos a nosotros mismos en la paciencia, el respeto, la comprensión, la serenidad, el positivismo, la sensibilidad, la coherencia, la autenticidad… y estos valores se van activando también en el educando. Estos objetivos son perfectamente alcanzables en la realidad.

Ser padres, nos guste o no,  incluye enfocar la vida de los hijos para ayudarlos a ser personas, pero sin pasarse. Gestionar no significa considerar al hijo como una inversión, negocio o producto de futuro. No hemos de exhibir ningún trofeo que potencie nuestro narcisismo sino ayudar a nacer una persona y a completarla integralmente de la mejor manera posible. Potenciar las aptitudes de los niños y adolescentes es positivo, pero proyectar en ellos nuestras aspiraciones personales o especializarlos desde muy pequeños suele tener consecuencias negativas. Hay que evitar las precoces y apretadas agendas que generan un estrés contraproducente. No hay que quemar etapas.  Lo importante es que sea él mismo, quien descubra lo que más le gusta hacer y que pueda elegir lo que le favorezca en su éxito social y no olvidar que el juego es una actividad importante que no puede faltar.

La cultura actual, consumista y elitista,  ejerce una inmensa presión en los padres. Junto a ello nuestros trabajos, que anteceden a la paternidad,  están marcados por valores y recursos de empresa orientados al buen rendimiento. El vértigo en que vivimos nos puede llevar a importar, igualando e incorporando, los valores de la oficina a nuestro hogar profesionalizando la paternidad, confundiendo la inversión en los hijos con la nuestra, apremiando con todo ello la existencia de nuestros hijos sin dejarlos ser ellos. La buena intención nos confunde y de forma irónica la hiperpreparación que buscamos va acompañada de sobreprotección para obviar las dificultades del camino hacia la excelencia de nuestros hijos. Este exceso de celo para con los hijos con avalancha de actividades como solución práctica de la conciliación familiar y  preparación para el futuro, con padres presionando en el deporte y la escuela…, trastoca el ritmo de la educación, contamina y debilita la evolución de los niños y adolescentes creando en ellos una dependencia porque siempre necesitaran al adulto.

Hay una línea muy fina entre apoyar y empujar. Los padres no pueden avasallar a los hijos sino conciliar la vida familiar y el equilibrio entre la preparación y el tiempo libre. El valor real de la educación viene dado por la relación y los fundamentos que las personas ponen en juego porque el factor emocional es decisivo. Los padres van dando su vida, sin esperar nada a cambio, buscando que ellos la gestionen cada vez mejor. El deseo de los padres respecto a sus hijos podría resumirse así: que nazca, viva, se desarrolle y encuentre su camino para tener una vida feliz. Este itinerario educativo de acompañamiento incluye de manera imprescindible la corrección, la puesta de límites apropiados a cada momento y decir NO cuando convenga. De lo contrario nos podemos encontrar con adolescentes y jóvenes sobrados de conocimientos pero intransigentes, egocentristas y con importantes limitaciones para buscarse la vida y tolerar la frustración. Los padres responden por los hijos y son responsables en buena parte de esa nueva existencia que generan.

Un entorno familiar saludable es básico para el desarrollo global de la cada persona. Hay que educar, de manera personal y única desde el principio, e incluso anticiparse a las situaciones, tratándolo como persona que comprende, con aptitudes, abierta la libertad  y a la capacidad de amar. En educación no hay períodos vacíos ni clónicos. La variabilidad en la edad y las circunstancias son características inherentes de cada educando y es el educador quien ha de adaptarse a él de manera individualizada. Ese es nuestro hijo real,  al que queremos tal y como es, el punto de partida desde el que hay que construir la persona desde sus tendencias reales, positivas y negativas. Porque el hijo no es para los padres sino los padres para el hijo. Este sigue sus huellas y aprende de ellos hasta que es capaz de navegar por su cuenta.

La edad y el modo de ser personalizan a los seres humanos por lo que su educación se centra más en cómo llegamos a ellos que en el rumbo que marca nuestro camino. Siempre nos ha de mover la mejora concreta del niño, su bien. Desde su situación actual pero adelantándose al futuro que le tocará vivir. En todas las etapas y de manera progresiva, aunque algunas sean más difíciles, siempre es posible educar en el único tiempo real que tenemos. La educación exige actuar siempre que sea conveniente, la indiferencia es mala compañera. La educación se apoya en una actualizada confianza, en un continuo recomenzar sin lastres, confiando en la capacidad de mejora. Las conductas uniformes de los padres en la tarea educativa y la actuación bajo el principio de unidad son imprescindibles como pilar educativo. El niño busca en sus padres coherencia, seguridad, generosidad…, como compensación a su inmadurez. La esperanza confiada e insistente de los padres en los hijos, nunca debe resentirse convencidos de que seguirá el buen camino, pero sin bajar la guardia.

Frecuentemente su conducta le traiciona y se equivoca por lo que habrá que corregirle con la verdad y la ponderación, poniéndose en su lugar, con su edad, su singularidad y coyuntura, tratándole con la dignidad de persona que le corresponde, diferenciando claramente lo que el niño es y lo que hace. Todavía más, los padres tendrían que considerar un cambio de papeles y de percepción  en el que ellos hacen suyo lo que les gustaría haber escuchado en una ocasión similar cuando fueron niños. Porque los padres son los primeros agentes educativos, los que más tiempo influyen y en los momentos más cruciales del desarrollo personal. Se concreta en la familia que se convierten  en contexto de interacción donde se desarrollan las primeras relaciones interpersonales y las primeras impresiones sobre uno mismo y lo que le rodea.

En este convivir, compartir y construir se plantean y resuelven los dilemas y contradicciones  de la educación de los padres: colaboración, protección, responsabilidad, conveniencia, preparación, independencia, esfuerzo, educación… La aportación de los padres ha de orientarse siempre al beneficio de los destinatarios sin olvidar todo el proceso por el que va caminado y caminará esta nueva vida engendrada por amor y marcada por este principio también en su educación y evolución. Y la medida del amor es que no tiene medida, es pura y generosa donación. El amor es paciente, bondadoso, confiado, empático, comprensivo, solidario… ¡Menuda savia fértil  para alimentar esa vida! 

Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona
Agosto de 2018

 

Versión completa. “Ayudamos y recompensamos con demasiada facilidad a nuestros hijos”. Tim Elmore

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