Momentos de Gracia

Momentos de Gracia

El 29 de febrero de 2012 fue un día especialmente feliz para mí, después de cuarenta y siete años de ejercicio de mi profesión, siempre en la misma compañía, accedía a la tan deseada pre-jubilación. Todos estos años fueron desde todo punto de vista, tanto personales como profesionales, excelentes, me gustaba y la ejercí con profesionalidad y dedicación. Valga decir que también comportó sacrificios personales y familiares, muy a menudo mis obligaciones me llevaban a ejercerlas lejos de casa y ocasionalmente muy lejos, ello quería decir que dejaba familia y por tanto mis obligaciones para con ella. Probablemente esta disposición facilitó que la compañía estuviera más receptiva y,  desde el primer momento, a mi lado. No perdí ni un minuto en empezar a dar contenido a esta nueva situación, en veinticuatro horas ya estaba matriculado en la Universitat Oberta de Catalunya para estudiar historia, siempre fue mi pasión oculta y durante dos años me dediqué con devoción.

«Nuestra vocación desde el principio tan solo pretendía ser de presencia y servicio, sumergirnos en la cotidianeidad de aquellas familias y conocerlas, conocerlas para quererlas.» Fotografía: Carlos Abarca

Se podría decir que lo contado hasta ahora –lógicamente resumido– valdría como resumen de una parte larga de mi vida y valoro todo lo contado con agradecimiento, que no quiere decir exenta de problemas ni de situaciones que hubiera preferido no tener que vivir. Incluso en ese caso mi valoración sigue siendo la misma, lo he vivido como una etapa larga de Gracia.

Por esa razón cuando también Ascensión llegó a esa posición de privilegio –según mi experiencia– que es la jubilación, pensamos que la mejor forma de mostrar nuestro agradecimiento por todo lo recibido era hacer algo a cambio y no cualquier cosa, pensamos que debíamos salir al encuentro de algo, pero no sabíamos de qué. Estos planteamientos sucedieron en tiempo real una noche de primeros de julio, una noche de insomnio en el que a ambos nos asaltó un tsunami de proyectos y de ideas desbocadas. Hemos de salir de nuestro entorno de seguridad, hemos de aceptar un reto que fije nuestra vida a partir de ahora, un reto que nos acerque a las personas, no a tiempo parcial, no esporádicamente, no puntualmente, un reto que te permita conocerlas y quererlas, un reto que te permita saber porqué ríen y porqué lloran, como dice José Tolentino «un reto es lanzarse a los brazos de la vida y sentir en ello el latido del corazón de Dios».

Resucitamos al día siguiente con una sola idea, ya sabíamos lo que queríamos, desinstalarnos durante un año de nuestro espacio de confort, no sabíamos nada más, tan solo que necesitábamos ayuda para tirar adelante esta idea y hacerla posible. Agustín Viñas entró en escena y todo empezó a fluir.

Preparamos con paz y cada día más entusiasmados el proyecto, acompañados del consejo y hasta el último día de Natàlia Plá. Los encuentros, a lo largo del verano, con Lourdes Flavià, María Bori y Jordi Cussó dibujaron para nosotros con casi total exactitud cuál podía ser el encaje de nuestro proyecto y lo que ellas nos podían ofrecer, la honestidad con qué nos hablaron todos permitió dimensionar bien y sin falsas esperanzas el proyecto. Este verano de 2017 fue un regalo, la respuesta familiar y la acogida entre los amigos ayudó y mucho a sentirnos cada vez más dispuestos. Todo se fue dando generosamente y en poco tiempo ya estábamos preparados para salir al encuentro. Más tiempos de Gracia.

A finales de noviembre partimos hacia Chile, con destino primero a San Francisco de Chi Chiu, donde Lourdes y Pepe nos acogieron deliciosamente. La Murtra de la Soledad y Silencio nos ofreció un tiempo y un espacio de conocimiento y de preparación, de a poco debíamos ir  respirando los aires de este nuevo país que nos acogía y qué mejor lugar que este, tan cerca del cielo y al lado de la mitológica cordillera de los Andes. El desierto nos enamoró y también la comunidad atacameña que allí conocimos y a la que nos unimos en sus celebraciones religiosas y festivas en el poco tiempo que estuvimos con ellas. Este tiempo de silencio necesario fue un espacio de escucha y respuesta, escucha del corazón y respuesta de aceptación gozosa e impaciente de todo lo que nos esperaba y que desconocíamos. Fueron pocos días pero fueron especiales, tan especiales que cuando el once de diciembre nos fuimos, sabíamos que la despedida sería solo temporal, que volveríamos, así fue.

Este mismo día, ya por la tarde, entrábamos en Coaniquem, arrastrando las maletas y mirando hacia todas partes, éramos unos perfectos desconocidos para el entorno y el entorno para nosotros. No obstante mi primera impresión fue que todo lo que veía, los edificios, la vegetación, los grandes espacios verdes,  las niñas que por allí corrían, la armonía que se percibía por todas partes, pronto formaría parte importante de nuestra vida.

Así fue, muy pronto y sin ningún mérito por parte nuestra todo aquello lo sentíamos como nuestro –así lo siento todavía hoy–, fuimos acogidos en primera instancia por todo el personal de Casabierta con los brazos abiertos, ya contábamos con ello, pero realmente en los abrazos y en las caras sinceras había un plus de bienvenida. Esto hizo fácil toda nuestra estancia que con el tiempo aumentó, con ellas empezamos a descubrir y a vivir la caseidad.

“Hemos de aceptar un reto que nos acerque a las personas… un reto que te permita saber
porqué ríen y porqué lloran”. Fotografía: Carlos Abarca

Martín, Fernando y Miloban son los tres primeros adolescentes que conocimos y con los que tuve la oportunidad de hacer la primera manualidad, también con sus mamás. Fue el primer fin de semana de presencia y solo con mirar la cara de Ascensión sabía que estábamos en el lugar esperado. El carácter de estos tres adolescentes, su predisposición, su curiosidad por saber y conocer y sobre todo su mirada –la de los tres–, se hizo conmigo, intuí que allí íbamos a ser felices. El tiempo me dio la razón, vinieron muchos más adolescentes y niñas, también más mamás, de a poco y así como cuando la lluvia fina te empapa sin percibirlo, fue como todo empezó a formar parte de nosotros mismos. Nuestra presencia en Casabierta nunca tuvo como finalidad ejercer ningún magisterio, nuestra vocación desde el principio tan solo pretendía ser de presencia y servicio, sumergirnos en la cotidianeidad de aquellas familias y conocerlas, conocerlas para quererlas. El tiempo nos dio confianza y quererlas y sentirnos queridos simplemente se dio y a nosotros solo nos quedaba disfrutar y por el amor de Dios que lo hicimos.

También formará parte de nuestro aprendizaje en Santiago y de nuestro proyecto vital, la puerta que nos abrió Claudia Tzanisen el Hogar Fray Luis Orellana para conocer y convivir con universitarios de distintas regiones de Chile. Acompañarlos, escucharles y sobre todo conocer de sus vidas, sueños y proyectos alimentó nuestros propios sueños y proyectos. Fue un regalo conocer esta obra franciscana como lo fue conocer a la persona que tan bien cuida a los muchachos, la señora María –a la que recordamos mucho–, benévolamente severa y sensible a la vez, pero siempre atenta a los muchachos a los que quiere.

Fue delicioso dejarse abrazar por la bondad del amor de Dios y sigue siéndolo al recrearlo porque una vez saboreada ya no renuncias a ella, son las caricias de Dios, eso… momentos de Gracia.

Carlos ABARCA CAMPS
Aparejador
Girona (España)
Febrero de 2019

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