Refiero aquí una conversación con el pensador y sacerdote Alfredo Rubio, que tuvo lugar en primavera de 1981 conmigo y otro universitario. Le preguntábamos sobre la búsqueda de la verdad. Era otro contexto; en ese momento aún se tenía el deseo de buscar y encontrar una verdad que nos ayudara a apoyar la propia existencia. Hoy ese deseo casi estaba desapareciendo, pero las nuevas ideologías/creencias que dividen a las sociedades, han vuelto a poner de actualidad esta cuestión. ¿Cómo podemos estar seguros de acertar en nuestra visión del mundo (política, religiosa, económica, de género…), y por lo tanto promoverla como un bien para otros? ¿Si estamos seguros de ella debemos defenderla, o más bien dejar estar e intentar convivir pacíficamente con personas convencidas de lo contrario?
Las respuestas del Padre Alfredo iluminan este tema, también a la luz de su fe, más allá de las circunstancias del tiempo.
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Pregunta: Muchos afirman que la verdad puede ser alcanzada por quienes la buscan con sincero corazón y recta razón; están convencidos de que desde esa verdad pueden distinguir y juzgar a los que no creen en ella y por lo tanto están en el error. Pero esta postura lleva a situaciones de orgullo, de rivalidad y menosprecio, de división en la sociedad…
Respuesta AR: Esta búsqueda de la verdad puede ser buena en principio, pero luego fácilmente en un cambio de vías se equivoca de binario. Se sigue más lo que se cree de recta razón que aquello del sincero corazón. Pilato pregunta a Jesús: “¿qué es la verdad?” Jesús no le contesta con un concepto, sino con una persona: “Yo soy la verdad”. Lo existente amante es lo verdadero. La verdad es amar, que presupone el existir en libertad. Entonces las gentes se dividen, no en los que están en la verdad y los que no lo están, sino en los que aman y los que no aman, y esa es la verdad más verdadera.
Los que desde el trono de la verdad juzgan implacables a los que no están en la verdad, ellos mismos, por eso mismo, se hacen falsos. En cambio, los que aman, por una parte no juzgan, y por otra, en vez de despreciarlos, los aman incansablemente. Donde no hay amor, pon amor y recogerás amor. En vez de juzgar y ejecutar, el amor cura y convierte o al menos no escatima nada para lograrlo. Incluso da la vida por los enemigos, como Cristo, sumo amor, en la cruz. El estudiante responde que la cruz es el alambique donde se destila el verdadero amor.
Pregunta: Si eso es así, el que quiera sembrar la verdad con ideas, no la sembrará: es infecundo. El que siembre en cambio obras de amor, sembrará la verdad verdadera y fecunda.
Respuesta AR: En efecto. Poco les importará a los que sólo confían en esa forma de entender la verdad, amar o no amar, o incluso odiar, ya que de todos modos sienten que se salvarán por la verdad que creen poseer. Vistas así las cosas, caen en otro precipicio. Es como si deslumbrados la verdad, no sólo les diera igual obrar bien o mal, amar o no amar, sino que llegaran a borrar las lindes entre lo bueno y lo malo, o el amor y el desamor. Se volverían ciegos a lo más fundamental, a fuerza de esa luz que creen tener, que al deslumbrarles es más oscuridad que luz, pues la luz verdadera no deslumbra sino que ilumina.
Cristo, que es amor, es luz que alumbra. El amor ilumina y hace ver con nitidez lo menos bueno, lo bueno y lo mejor, y el poco amor o el mucho amor.
La mera búsqueda de la verdad sin sincero corazón nos puede tornar orgullosos (como sucede con muchos sabios). El amar, que es la búsqueda del amor, nos hace cada vez más humildes. Y sólo en la humildad encontramos la verdad, pues justo la humildad es la verdad. Nos hace recordar que no somos dioses, sino hijos, amigos de Dios.
Los que creen estar en la verdad elaboran códigos desde esa “su verdad”, y anatematizan a los que no tienen su misma postura, y les acusan de error, porque convierten en verdades objetivas sus verdades subjetivas. Son dogmáticos, intransigentes e incapaces de escuchar, con lo cual acaban siendo incapaces de pensar; y ellos que se creían tan racionalistas y sinceros buscadores de la verdad, acaban encerrados en sus propias obsesiones, débiles e inseguros.
Sólo el amor es el “arte de pensar”. Sólo el amor da fortaleza al entendimiento. Sólo el amor descubre en su humilde madriguera a la verdad, como el río, remontándose a sí mismo, descubre la humilde fuente de donde procede: el ser, que es el mismo amor.
Pregunta: Pero…¡es lícito buscar la verdad!
Respuesta AR (con sonrisa): siempre que vayas de la mano del amor, porque si no has alcanzado ya la verdad, y por eso la buscas, es que aún eres ciego. Y sólo el amor es el buen lazarillo para llevarnos en nuestra ceguera por el accidentado camino hacia la auténtica verdad, donde al fin nuestros ojos se abrirán a la luz. Entonces veremos, como los discípulos de Emaús, que la verdad era ya aquel amor que tan solícitamente nos acompañaba en nuestra ceguera. Le diremos entonces al amor: “¡quédate con nosotros!”, y creeremos que nos desaparece, sin darnos cuenta de momento que no se ha ido, porque nos ha convertido a nosotros mismos en Él, en el auténtico amor y verdad. Es como si el sol que veo se metiera a través de mi retina, en mi cerebro. Ya no le vería, pero yo mismo sería este sol.
Leticia SOBERÓN
Psicóloga
Madrid
Marzo 2019