Es este —dicen algunos—tiempo de reinventarse.
Paradójicamente, muchos andan en riesgo de perderse a sí mismos en el empeño (algo desorientado) de encontrarse.
Una vez más, los clásicos se revelan vigentes. “Conócete a ti mismo” —aforismo griego que tiene sus correspondientes versiones en sabidurías de todo el mundo— y “Llega a ser el que eres (o como eres)” —verso de Píndaro—, suenan a faro que ilumine por dónde ha de ir la reinvención. No pasemos por alto que el poeta griego también se refiere a “como has aprendido”.
El ser se descubre y se cultiva. Ambas cosas. Reinventarse es, de hecho, un ejercicio de libertad y fidelidad a uno mismo. Es la ocasión para regresar a nosotros si la vida nos ha ido desviando de lo que nos hace bien, y osar caminos para los que, antes, tal vez no estábamos preparados.
Sin embargo, hay que estar atentos a los cantos de sirenas que, en plena travesía, puedan hacernos perecer siguiendo imágenes de nosotros que no nos corresponden. Como decía Alfredo Rubio, no cuesta esfuerzo ser lo que cada uno somos: lo que cuesta es querer ser otra cosa, más, o menos. Por eso hay que aprender cómo somos —qué tipo de ser y qué persona— y desplegar cómo podemos ser.
En ese océano inmenso de la existencia, desarrollar el ser personal de cada uno está lleno de tantas posibilidades que, a efectos prácticos, son casi infinitas. Las verdaderas historias de superación son las que nos muestran que las limitaciones, tratadas con mimo y respeto, pueden dar de sí lo inimaginable.
Por eso, reinventarse es una nueva oportunidad para ser lo que, en verdad, somos. Nada tan excitante.
Natàlia PLÁ, acompañante filosófica
Barcelona (España)
Febrero de 2019