Una obra colectiva

Una obra colectiva

Fotografía: Josep Alegre

En el largo proceso de construcción de nuestra vida recibimos tres influencias decisivas: la de nuestros padres, la de nuestros maestros y las de la sociedad. Habitualmente lo hemos diferenciado en educación formal (la escuela), educación no formal (la familia y otras actividades no reguladas) y la educación informal (el entorno aparentemente imparcial). Son distintas y a veces discordantes, aunque cada una por su parte trate de intervenir de la mejor manera posible. Sin embargo, ¿la educación puede en el momento actual moverse por separado o quedar relegada en un segundo plano?

La escuela es un organismo cultural y social interdependiente. En los países exitosos en educación, ésta se sitúa en el centro como prioridad social. Un trimotor impulsa las actuaciones: la familia como principal variable, la buena escuela hecha por los buenos maestros que desarrollan la educación y la sociedad comunitaria ocupada y preocupada por la educación. Juntos caminan hacia el éxito, conscientes de que el contexto y el entorno y las relaciones que se establecen en él y con los demás, marcadas por las emociones, la experiencia, la ética social…, serán decisivas para afrontar un futuro en el que el talento será lo más valorado.

La conexión del educando con su entorno y las posibilidades que se le abren para transformarlo son pautas de acción irrenunciables. En un mundo en crisis demográfica, ambiental y económica, es posible educar para que las nuevas generaciones puedan ser sanas, sabias y capaces de escoger un mundo mejor. Los nuevos escenarios antropológicos y culturales, distintos de los que hemos vivido con anterioridad, exigen de nosotros el mismo empeño, esfuerzo y responsabilidad, para corregir las deficiencias y errores cometidos de forma cíclica en la sociedad. Porque el derecho a la libertad y la felicidad que le corresponde a cada etapa vital, exigen de nosotros una gestión adecuada que lleve a la plenitud la singularidad, más allá de lo estrictamente académico.

La educación y el pensamiento se desarrollan durante toda la vida: la realidad cambiante exige mayor flexibilidad, la naturaleza conflictiva de muchas situaciones humanas y sociales  demandan una adaptación a las modificaciones permanentes integrando las emociones y conocimientos…, porque estamos acompañando y ayudando a crecer a individuos en toda su integridad para que lleguen a ser buenas personas. La educación se inmoviliza si otras lógicas o fines, conscientes o inconscientes, la apartan del lugar central que le corresponde perjudicando a las personas y a la larga el conjunto de la sociedad. Entonces, ¿cómo y quién ha de cooperar en ésta principal misión de cualquier sociedad desarrollada?

En una sociedad compleja como la nuestra, las perspectivas desde las que se mira la educación son diversas, se influyen mutuamente y presentan diferentes actores. Los primeros agentes de la educación son los padres que delegan parte de la educación de sus hijos en profesionales de la educación que son individuos que forman parte de instituciones educativas con una visión y manera de hacer en educación. Están integrados en comunidades humanas donde actúan marcadas por la regulación de administraciones educativas y grupos políticos que deciden y fijan programas y recursos. También están presentes sindicatos, editoriales, medios de comunicación… que contribuyen a la configuración concreta de la educación. En esta obra colectiva toda va bien si el interés particular va unido a la razón última y central: el desarrollo personal completo e integral del educando.

En este entramado aparece el profesor como intermediario pero la educación trasciende a la escuela y a la familia. En el mundo concreto, todo está interrelacionado porque todos jugamos un papel en la sociedad y los valores y actitudes que emanan de ella son reflejo de nuestra manera de ser, estar y aportar como individuos. La escuela es solo un eslabón de la cadena y la educación no se limita al ámbito y horario escolar: la escuela no puede ni debe asumir toda la responsabilidad sobre la educación. La escuela y la sociedad se necesitan, comparten responsabilidades y dependen solidariamente en una actitud inaplazablemente cooperativa. El reto está en establecer vínculos educativos para gestionar y canalizar estas visiones diferentes enmarcadas en una reforma continuada que siempre busca la armonía y la mejor versión de los educandos en su actuación educativa. Si no adoptamos un enfoque integral las medidas parciales se desvanecen.

Incluso estando muy bien preparados y vocacionalmente comprometidos, no es fácil ser profesor en las condiciones actuales que nos envuelven. La delegación ampliada de funciones, la falta de referentes paternos obligados en ocasiones por el sistema económico y profesional absorbente, las condiciones laborales o la desesperación callada de un modelo que no ofrece un futuro feliz…, el éxito fácil y recompensado socialmente de los famosos frente al esfuerzo y trabajo que no es recompensado de la gente de a pie, las expectativas ocupacionales futuras en claro declive frente a la vida opulenta que llega a través de los medios… Acostumbrados a este entorno los educandos se encuentran con una persona sencilla y normal, sin efectos especiales y con poco reconocimiento social… que intenta hacer más de lo que puedo para cumplir su extra misión (profesor, psicólogo, reeducador… y cuando no padre) que les sobreviene por el abuso de tareas que se encomiendan a la escuela para compensar las faltas de la sociedad.

Los adultos tienen que tomarse muy en serio su papel en la educación replanteando algunos comportamientos en diferentes aspectos que rayan en lo infantil. La calidad en la educación se mide por la constancia y el rigor con que intentamos educar. Detrás de toda educación hay esfuerzo, sacrificio, argumentos, límites, tiempo, emociones… por eso no es fácil educar. Las leyes del hedonismo y el todo vale mientras el hijo sea feliz, por desgracia, son la crónica de un fracaso anunciado. La educación es una cuestión de actitud y responsabilidad: dedicar tiempo, atender las necesidades emocionales, no evitar las dificultades sino enseñar a superarlas, inculcar valores como proyecto de futuro, alimentarnos intelectualmente, seguir aprendiendo, continua educación y readaptación a los tiempos cambiantes, estrechar vínculos educativos con la escuela y la sociedad.

¿Qué sociedad tenemos? Los padres, ¿pueden desatender sistemáticamente su responsabilidad como educadores? La sociedad, ¿pueden seguir alimentando: alumnos amargados, comportamientos impropios de la edad, actitudes de desconfianza, rechazo, violencia, incomprensión…? ¿Queremos seguir con juventudes depresivas, desilusionadas, enganchadas a las adicciones, excluyentes…? Estamos atrapados en un mundo feroz competitivo, especializado e individualista…, en que no se da importancia a la educación en valores. Todo se ha torcido. Los avances tecnológicos nos han de llevar a una vida mejor. La riqueza nos da más comodidad pero nos empobrece a nivel afectivo. ¿Cómo apoyar, reforzar y completar la educación de estos colectivos vulnerables en formación? ¿Cómo podemos prevenir su formación integral como personas?

La realidad escolar es un reflejo de la diversidad de visiones de un mundo plural. Necesitamos cruzar las miradas, implicarnos todos y reafirmar la dimensión colectiva y compartida de la educación. Urge ser magnificentes y poner todo lo que está a nuestro alcance, sin límite, sin escatimar esfuerzos y recursos ante un tema tan importante como es la educación. Hasta ahora se ha quedado corta la generosidad, pero no todo está perdido aunque son muchos los deberes por hacer. Las primeras brechas se abren en casa porque no hay educador que pueda sustituir a los padres, pero si aunamos esfuerzos y trabajamos en la misma dirección el futuro nos abre esperanzadoras posibilidades:

a) Los padres han de ser referentes para los hijos superando caminos fáciles y actitudes infantiles de abandono, huyendo de la pasividad y valorando las consecuencias de la educación en sus hijos y orientándolos en la libertad responsable.

b) Los profesores en su labor de encaje de pluralidades personales e influencias múltiples, ocupados por la adquisición de contenidos, valores, competencias… y ayudando en el desarrollo de capacidades e inquietudes.

c) Las empresas facilitando una vida más equilibrada en su plantilla que permita compatibilizar los diferentes roles de las personas y facilite la conciliación laboral, familiar y personal. Lejos de resentirse, la empresa optimizará sus resultados.

d) El tiempo de ocio con sus diferentes agentes ha de fomentar la capacidad de elección imaginativa y creativa que ayuden a ser, pensar y actuar por uno mismo. La ejemplaridad, la absoluta deportividad y los valores en juego han de ser “limpios”.

e) Los medios de comunicación tan influyentes pueden convertirse en una escuela paralela, aunque no lo pretendan, lo cual les obliga a asumir su parte de responsabilidad en la difusión de valores, ideologías y modelos que presentan.

f) El estado ha de dotar de recursos y acompañar el proceso evitando la politización que perjudica a todos. Ha de promover una política educada, que nace del acuerdo y el compromiso compartidos, en la que los profesores han de ser sus impulsores.

La educación pide generosidad y visión de futuro por parte de todos, que somos los implicados. Quizá ha llegado el momento tan esperado de ser magníficos ante un tema tan importante como es la educación, que nos ha de llevar del personaje que representamos a la persona que somos y hacer posible esta obra colectiva. Urge un paso de la resignación a la acción, de la queja a la búsqueda de soluciones, de la desconfianza al abrazo sincero, de la diáspora al proyecto común, del monólogo a la creación compartida…, porque la educación es una obra colectiva.

Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona, España
Mayo de 2019

 

 

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