La tentación de eludir lo humano

La tentación de eludir lo humano

Las narraciones evangélicas en que Mateo y Lucas describen las tentaciones que Jesús de Nazaret sufrió antes de iniciar su vida pública, tienen una enorme profundidad que podemos evocar una y otra vez, sacando siempre nuevas luces para entender las luchas internas del ser humano que desea ser coherente consigo mismo.

Recordemos que las tentaciones se sitúan en el desierto, a donde Jesús «fue conducido por el Espíritu Santo» y tras un prolongado ayuno, siente hambre. Ante la tentación de convertir las piedras en pan, responde con la Escritura: el ser humano no vive sólo de pan, sino también de la palabra de Dios. Luego es tentado para realizar algún gesto espectacular de modo que las personas crean en él (tirarse del pináculo del templo, para que los ángeles se apresuren a socorrerlo), pero sabe bien que no tiene sentido poner a prueba el amor del Padre para ganar el favor de los hombres. Finalmente el maligno le muestra la posibilidad de alcanzar la gloria y el poder de los reinos de este mundo, únicamente con la condición de rendirse a él. De nuevo Jesús evoca la Escritura y la primacía de Dios sobre todas las cosas. Entonces Satanás se aleja de él y los ángeles le sirven.

El Espíritu lo llevó al desierto                                                                                                                                 Imagen de Jörg Peter en Pixabay

Como decía, estas tentaciones nos recuerdan nuestras propias luchas interiores, tantas veces intensas y dolorosas. Este párrafo que he entresacado del teólogo José Ignacio González Faus comentando ese pasaje, me parece muy iluminador para orientarnos en similares circunstancias:

La tentación consiste, pues, en el uso de Dios y de la relación privilegiada con Él, como medio para alterar la condición humana en beneficio propio, eludiendo de esta manera la tarea del hombre en el mundo.

Dios es visto como protector, y la relación con El como ventaja personal frente a las fuerzas ocultas y necesidades de la vida, a las que el hombre teme cuando ha experimentado hasta qué punto pueden destrozarle y hasta qué punto está indefenso ante ellas. Así se comprende que la respuesta de Jesús sea una apelación a la condición humana. Si se hubiese tratado de interrogar a Jesús sobre su filiación divina, el redactor podía haber puesto en su boca cualquiera de los pasajes bíblicos relativos a ella que la comunidad primera aplicaba a Jesús (v. gr., Sal 2,8). Pero lo que ahora importa no es la realidad sino el significado de esa filiación divina; y la respuesta de Jesús equivale a decir: la filiación divina no elimina nada de la condición humana. Y el hombre es tal que no vive sólo de pan, sino de todo aquello que procede de Dios, es decir: de toda la realidad de la vida, en cuanto entregada a él para que la domine.

Es evidente que hay que satisfacer el hambre, pero sin esperar en los milagros para ello; es evidente que hay que convertir los desiertos en pan, pero no a base de rogativas, sino por el esfuerzo humano: ésta es la condición humana y esto es aquello de lo que «vive el hombre». Porque Dios no está con él sólo cuando tiene pan, sino también cuando no lo tiene, cuando cree estar sin Él: ya que se le manifiesta precisamente en la llamada a convertir en pan las piedras”. (J. I. González Faus, La Nueva Humanidad. Ensayo de Cristología. vol. I, Madrid, 1974, pp. 182-194).

En síntesis, para superar la tentación es necesario abrazar la condición humana con sencillez y humildad, de modo que, reconciliados con nuestra existencia, asumamos nuestras responsabilidades confiando en que Dios se hará presente con su gracia en la carne de nuestros días.

Jordi CUSSÓ PORREDÓN
Sacerdote y economista
Santiago de los Caballeros, R.D.
Marzo 2020

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