La toma de conciencia sobre los efectos de la acción humana en el cambio climático, junto con la expansión del coronavirus por distintos puntos del planeta, nos han caído como un mazazo colectivo. Nos estamos percatando de un aspecto que -al menos en las culturas occidentales- estaba como desdibujado: los vínculos reales y operativos que existen entre los seres humanos. Ahora resulta muy evidente que de nuestras acciones u omisiones individuales y colectivas se desprenden consecuencias que nos afectan no sólo a nosotros mismos, sino también a los demás, a los animales, a la naturaleza. Participamos de situaciones creadas en cierto modo entre todos, aunque nadie se sienta causa singular de lo que sucede.
Nuestra sociedad apela constantemente a la libertad individual, tanto que nos hace olvidar que somos sociales. Nadie se hizo a sí mismo: somos fruto de infinitas decisiones ajenas, combinadas en una ola histórica que dio lugar a nuestra concreta existencia, tan leve que podría no haberse dado si alguna de esas decisiones hubiera sido distinta. Una vez concebidos y nacidos, nadie puede sobrevivir en solitario; requerimos de un entorno de personas para vivir y desarrollarnos humanamente. Ahora vemos con nitidez que las decisiones tomadas en un punto del globo, pueden afectarnos a todos. El aire es vehículo transmisor no sólo de oxígeno, sino también de micropartículas o de virus. La convivencia social es estrecha y podemos llegar a enfermar sin habernos movido de nuestro entorno.
Esta evidencia tiene aspectos amenazadores, pero también muchísimas ventajas. Si todos podemos enfermar por causas ajenas a nuestra voluntad, ciertamente también podemos beneficiarnos de grandes logros científicos –vacunas, terapias- que no inventamos. Estamos en el mismo barco (el planeta Tierra que vuela su ruta en la galaxia). En gran medida compartimos la suerte de los demás, y los demás la nuestra.
Este vínculo invisible entre las personas forma parte de la condición humana. Aceptarlo y contribuir a que sea para bien, puede ser parte de nuestra tarea en la vida. Está basado en la fraternidad existencial, la que nos hace hermanos y hermanas por el hecho de coincidir en la existencia. Y estamos ligados también al resto de los seres vivos y de los ecosistemas. Si las redes digitales evocan siempre la conexión como gran valor de integración en el conjunto social, antes de Internet y desde el principio de la vida, todo está, estaba conectado.
Seamos corresponsables y conscientes de este vínculo que, con ventajas y desventajas, nos configura como miembros de la familia humana, capaz de reconducir sus errores en bien de todos.
Marzo de 2020