El uso del lenguaje es determinante en la construcción de la paz. Cuenta el modo de hablar, de gesticular, de responder a los argumentos del otro. A menudo, tanto en los entornos hogareños como en los grandes medios de comunicación de masas, el lenguaje se utiliza de un modo bélico, agresivo, como una forma de atacar al otro.
Tan solo basta con estar atentos a la retórica deportiva y política para contrastar esta tesis. Entonces, el diálogo se destruye y la conversación deviene una lucha verbal, una especie de competición para dejar en ridículo al otro o ponerlo en evidencia.
La pacificación del mundo también pasa por el uso de la palabra, del modo en que decimos las cosas, de cómo respondemos a los argumentos de los demás, de cómo reaccionamos a ciertas críticas, observaciones o enmiendas. El lenguaje cuenta en la construcción de la paz, porque es un reflejo de los pensamientos que surgen de la mente.
Una buena metodología para avanzar en este terreno es evitar las discusiones y distinciones inútiles que, en términos generales, descomponen el corazón y cierran la puerta a la paz del corazón. Incluso en el caso que una persona crea que tiene razón, no es bueno machacar al otro con los propios argumentos; pero tampoco es bueno disimular dándole la razón para hacerlo callar y terminar cuanto antes. Sería deseable que, sin vencer ni darse por vencido, pudiéramos concluir la conversación con la mayor naturalidad.
Obsesionados por llevar la contraria a nuestro interlocutor, estropeamos el arte de conversar, que consiste en la escucha receptiva y en el placer del intercambio ingenioso y alegre de palabras y sonrisas. Además, el lenguaje agresivo se vuelve contra el propio usuario, haciéndose más daño a sí mismo que a su interlocutor, ya que colabora en que se acentúe cada vez más el abismo entre la mente y el lenguaje.
En la vida cotidiana y profesional nos falta una terapia del lenguaje para purificarlo del exceso de pasión y verbalismo. Probablemente, el miedo al silencio nos hace idolatrar el lenguaje hablado y, consecuentemente, la oración deja de ser un diálogo amoroso, para devenir un monólogo solipsista.
Francesc TORRALBA
Filósofo
Vicepresidente de la Fundación Carta de la Paz dirigida a la ONU
Barcelona, España
Marzo de 2021