La realidad de la vida nos posibilita que nos movamos en el espacio y en el tiempo. Las personas somos capaces de utilizar bien estas coordenadas ya sea en el lugar que habitamos, como en la cronología, según los meses o semanas, teniendo muy en cuenta las cuatro estaciones que se dan en muchos lugares del planeta.
Hemos aprendido a distribuir las horas del día, también los días de la semana, para organizar los tiempos activos de trabajo, estudio, deporte, descanso… y, ¡cómo no!, de hacer fiesta.
La fiesta es una actividad propia de la humanidad. Se hacen veladas de descanso laboral, de tiempo libre, de festividades religiosas, o las de diversión, o incluso en las que se conmemora un suceso especial en un ámbito determinado. Sin embargo, la fiesta no debería de ser una evasión que pudiera propiciar un huir de responsabilidades ni ser la celebración que promueva un desenfreno.
Espontáneamente, podríamos decir que las fiestas, para que tengan un buen desenlace, deberían tener unos requisitos, de tal manera que sea para satisfacción de los que en ella participan, así como para los que la organizan.
Las fiestas tienen varias partes: primero proyectarlas anticipadamente e invitar con tiempo suficiente a la gente; después, prepararlas adecuadamente con belleza, y llegado el momento, acoger a los convocados con alegría, servirles y atenderles.
En la celebración, lo propio es estar felices juntos, reunidos, viéndose, intercambiando vivencias, cantando, gozando de la música, e incluso bailando.
Propio del convite es acudir con buen ánimo, especialmente sin amargar el encuentro gozoso del resto de los asistentes.
Y, al final de la fiesta, despedir a los participantes, con el deseo de volverse a reunir, de volver a hacer. Sin olvidar, finalmente, que el grupo que ha organizado la celebración deje todo en regla. Si es así, que todo queda bello y en orden, será como un perfume que anime a organizar otra fiesta.
Ciertamente, la fiesta es el “súmmum” de toda la actividad de las personas. En ella nos sentimos todos iguales: sin clases sociales, ni títulos, ni etnias. La fiesta es solidaria. Genera amor sincero y generoso a toda la humanidad.
Sin barreras artificiales que producen temor, complejos y represiones, cada persona siendo auténtica podemos ser un eslabón de la fiesta.
Ojalá también cada día, en nuestra agenda, dejemos un espacio para la fiesta, para compartir, para celebrar…; espacio para, por ejemplo, destinar tiempo a visitar, física o virtualmente, a los amigos.
Abril de 2021