El perfeccionismo utópico

El perfeccionismo utópico

«No seas más virtuoso de lo que tus fuerzas te permitan.
No te exijas nada que sea inverosímil. »
PROVERBIO CHINO

Un relato para empezar

Se cuenta que Dios estaba el sexto día de la creación amasando barro para dar forma al hombre. Este tenía tanta prisa por «ser» que se escapó de sus manos a medias y cayó en la Tierra.

— Esta será pues la tarea de tu vida: —le dijo Dios— acabarte de construir y así colaborar conmigo en la Creación.

Terminar de definirnos puede ser parte del sentido de nuestro viaje vital. Nuestra tarea más importante es ser y hacernos con los otros compartiendo la aventura más formidable: colaborar en el tapiz de la humanidad dando a luz una obra única y singular que haga más rico el conjunto.

Perfectos o perfectibles

Perfección: que tiene todas las cualidades requeridas, que no tiene el más mínimo defecto.

«Ahora debe hacer rodar tres, luego cuatro y luego cinco.
Llegará un momento en que le caerán todas al suelo.
Hay que aceptar que tenemos límites.»

Hay que ser muy iluso para pretender este objetivo. ¿Cuántas personas se han roto por el camino intentando conseguir esta utopía? ¿Cuántos desengaños se han llevado? ¿Cuántas energías dañadas? ¿Por qué nadie nos lo advirtió? «Nadie puede ser perfecto».

Quizá no hubiéramos hecho caso. En nuestra educación hemos recibido consignas y mensajes sobre este tema que hemos ido incorporando sin filtrar. Ya es hora de tomar conciencia de que la imperfección forma parte de nuestra vida y que intentar ser perfectos está totalmente condenado al fracaso.

¿Cuál es la fuerza que reside en el fondo de todos estos intentos de búsqueda de perfección? La necesidad que sentimos de ser queridos. ¿Y quién no quiere amor? ¡Va tan buscado! Aun así, hay que plantearse si éste es el mejor camino para conseguirlo.

Algunos de los rasgos de las personas perfeccionistas son la inseguridad en sí mismas y en sus propios méritos, el afán exagerado de control y también la percepción de no ser suficientemente dignos de recibir amor. Esta autovaloración negativa los mueve al disgusto constante: nunca serán suficientemente inteligentes, sabios, atractivos, cultos… siempre habrá alguien que los superará. Y esto lleva al sufrimiento entrando en un inútil combate donde no hay vencedores: todos son vencidos; una batalla donde uno ya está derrotado antes de iniciar la acometida. El objetivo de ser perfectos lleva a la insatisfacción crónica, al desencanto, a la auto-fustigación y la frustración. Hace sufrir porque nunca tendremos suficiente.

Sin embargo, si bien el logro de la perfección es una utopía, sí podemos recorrer un camino de perfeccionamiento de la persona que somos. Se trata de llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos más que de encajar en un molde de lo que alguien ha decidido que era perfecto.

Efímeros, únicos y singulares

En uno de sus viajes por los pequeños planetas, el Principito se encontró con un geógrafo que anotaba en un gran libro de registro montañas, ríos y estrellas.
El Principito quiso registrar su flor, pero el geógrafo le dijo:
— No registramos flores, porque no se puede tomar como referencia las cosas efímeras.
— ¿Qué significa efímero? —preguntó el Principito.
— Efímero significa amenazado de desaparición rápida.
Cuando el Principito oyó esto, se entristeció mucho. Se había dado cuenta de que su rosa era efímera.

Otra mirada sobre el tema es la que parte de la afirmación de que ya somos perfectos en lo que somos, en nuestra humanidad.

«¿Dónde está la medida de la perfección?
¿Hasta qué punto intentamos que los demás
encajen en nuestro «molde»?»

Somos seres únicos en peligro de extinción, por tanto, efímeros. Dado que somos únicos y que además vamos a morir, podríamos considerarnos especies valiosas en peligro de extinción. Especies humanas que vale la pena proteger y cuidar porque somos admirables de origen.

Basta mirar con atención un recién nacido. Yo he dicho a menudo: «Es perfecto». Y lo es porque es único, singular, no ha habido nadie como él ni nunca volverá a haber otro igual. Y esto lo hace valioso. Compararlo con otro sería injusto. ¿Por qué pues lo hacemos más adelante? ¿Acaso comparamos una puesta de sol con otra? ¿Verdad que sería absurdo decir: Iría bien poner más rojo aquí y naranja hacia abajo o apartamos un poco la nube a la derecha? Sencillamente nos quedamos boquiabiertos admirándola.

Hablo de la aceptación de lo que somos como premisa esencial para conseguir mejorarlo.

Los cánones estéticos que la sociedad de consumo nos propone hacen que muchas personas renieguen de su cuerpo, entren en espirales de conductas destructivas y rechazo de ellas mismas al no conseguir parecerse ni un poco a los modelos propuestos. Comparación, juicio de valor, reconocimiento y aprobación de la mirada de los otros… objetivos que pueden llevarnos al camino del sufrimiento.

Hay que ser críticos y darnos cuenta de que un cuerpo perfecto es cuestionable. Quizá «perfecto» es todo cuerpo en lo que ya es. Lo mismo sirve para los otros aspectos que nos constituyen.

Esto significa que hay que conformarse diciendo: Esto es lo que hay. Yo soy así. ¿Qué vamos a hacer?

En absoluto. Sencillamente afirmo que sólo aceptando nuestro punto de partida con humildad y valentía podremos recorrer el camino del perfeccionamiento, esta tarea de co-creación de un mundo del que somos responsables: el nuestro.

Fugas de energía vital

Si quieres disfrutar de paz mental, dimite de director general del mundo.

«Aprender a convivir con la imperfección,
sin hacer apología, sin conformarse y viéndola
como una gran oportunidad para crecer, es un elemento
para lograr una vida más serena.»

Si nuestro objetivo es ser perfectos en todo, tenemos muchas posibilidades de sufrir fugas de energía emocional. No está a nuestras manos controlarlo todo.

Que todo esté en su sitio, que sea la madre, amante, amiga, compañera perfecta. Ser la mejor en todo.

El perfeccionismo se da la mano con el deseo de control.

Es como aquella persona que mira de mantener al aire dos bolas y le colocan otra. Ahora debe hacer rodar tres, luego cuatro y luego cinco. Llegará un momento en que le caerán todas al suelo. Hay que aceptar que tenemos límites. Hay que encontrar la propia medida en la autoexigencia, aquel punto que nos permita salir de la zona del acomodo y seguir creciendo como personas, mejorando, limando aristas, puliendo aspectos de nuestra personalidad, adquiriendo nuevas herramientas, aportar más ecología emocional todo.

Perdemos energía emocional cuando:

  • Queremos cambiar a los demás.
  • Ponemos nuestro foco en los demás en lugar de en nosotros mismos.
  • Hacemos algo para contentar a los demás, aunque no esté alineado con nuestros valores.
  • Nos maltratamos, no nos damos reposo, nos hablamos con poco amor.
  • Nos movemos por energías emocionales contaminadas de origen: desconfianza, soberbia, exigencia, resentimiento.

El impacto ecosistémico es elevado. En los trabajos las personas que quieren perfección tienen problemas para delegar, suelen ser duros en el trato con los compañeros, castigan errores, implantan la cultura del miedo a la equivocación y, por tanto, reducen los niveles de creatividad y de motivación. Lo mismo se podría transportar a las familias, escuelas y sociedad en general.

Más benévolos con nosotros mismos

Bene = Bueno; Volo = Querer

No hablamos mucho de ser más benévolos con nosotros mismos, de querernos bien. A menudo nos fustigamos. Podemos pasar de la desidia a la hiper-exigencia con nosotros mismos. Y ninguno de estos dos extremos nos es adaptativo.

Ser benevolente supone ser comprensivo y tolerante con nosotros mismos para poderlo ser con los otros. Se trata de hacernos bien para poder hacer el bien. ¿Y qué tiene que ver este valor con el tema que nos ocupa? Pues que se trata de un elemento que puede apaciguar las consecuencias de lo que hacemos para llegar a la perfección.

«Dado que somos únicos y que además
vamos a morir, podríamos considerarnos especies
valiosas en peligro de extinción.»

Durante muchos años hemos hablado de «cualidades» y «defectos». Después se cambió la palabra «defectos» por «puntos débiles». Siempre me ha parecido que cuando hablábamos de defectos referidos a una persona era como si fuera una obra de arte con un tipo de «tara» que le reduce el valor. Quizás es por eso por lo que muchas personas se activan emocionalmente cuando se les habla de este tema y hacen defensas.

Propongo hablar de «puntos de mejora». Cambiando la palabra cambiamos también la conexión emocional. En el primer caso uno se conecta al rechazo, al desánimo; en el segundo caso, a la confianza de poderse superar y mejorar. Benevolencia pues, también en el uso de la palabra dirigida a nosotros mismos y a los demás.

La compasión y la ternura autoaplicada

Nasrudin conversaba con un amigo:
— Así pues, ¿nunca pensaste en casarte?
— Sí, que lo llegué a pensar. -respondió Nasrudin- De joven decidí encontrar la mujer perfecta. Crucé el desierto y llegué a Damasco donde conocí una mujer muy espiritual y bonita, pero ella no sabía nada de la realidad de este mundo. Continué viajando y fui a Isfahan; allí encontré una mujer consciente del reino de la materia y del espíritu, pero no era bonita y decidí ir hasta El Cairo, donde cené en casa de una mujer muy religiosa, bonita y conocedora de la realidad material.
— Entonces, ¿por qué no te casaste?
— ¡Ah, amigo mío! Lamentablemente ella también quería un compañero perfecto.

Ya veis la ironía. ¿Dónde está la medida de la perfección? ¿Hasta qué punto intentamos que los demás encajen en nuestro «molde»? ¿Cuáles son las consecuencias en nuestras relaciones?

Hay que aplicar urgentemente más compasión y ternura a nuestra vida, ambas son antídotos contra la ansiedad y la violencia. Desde estas emociones podemos acompañar a un niño, un joven, un adulto o a nosotros mismos en el apasionante viaje de «hacerse»«hacernos» mejores personas.

La compasión abraza a la mutua finitud, acompaña sin exigir, hace de almohada cuando se cae, elimina el sentimiento de soledad ante la adversidad.

La ternura cura heridas, es benevolencia aplicada, reduce el sufrimiento, anima a seguir trabajando para mejorar, acoge, elimina la violencia… ama.

Aprender a convivir con la imperfección, sin hacer apología, sin conformarse y viéndola como una gran oportunidad para crecer es un elemento para lograr una vida más serena.

Termino con un fragmento de Pico della Mirandola que quiere mover a la reflexión-acción:

«¡Oh, Adam! Te coloqué en medio del mundo
para que pudieras contemplar mejor todo lo que el mundo contiene.
No te he hecho ni celeste ni mortal ni inmortal, para que tú mismo, libremente
a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma.»

Mercé CONANGLA MARÍN
Presidenta de Fundación Ámbito Ecología Emocional
www.fundacioambit.org
www.ecologiaemocional.org
Publicado originalmente en Revista Re Catalán núm. 92 «Humans, tanmateix imperfectes»

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