Abrazar la realidad

Abrazar la realidad

He subido a la colina más alta y me he sentado para contemplar, boquiabierta, el paisaje del valle y su río, como si se viera reflejada toda la humanidad. Subir a la colina me ha supuesto un esfuerzo de regularidad de mis pasos acompasados con la respiración en el largo ascenso. He subido con esfuerzo y he estado tentada de parar y retroceder, pero al fin y al cabo algo dentro de mí me ha hecho sacar fuerzas de donde yo creía que no había y he acabado llegando a la cima y, una vez arriba y con el corazón abierto y la mirada ancha, he observado la grandeza del paisaje y he constatado mi pequeñez. Un paisaje real para observar sin falsedades el mundo en el que vivimos y poder abrazarlo.

El sol empieza a esconderse detrás del horizonte, y el cielo se tiñe de colores que se reflejan sobre el azul del mar, mientras tranquilamente sentada en el balcón me embeleso disfrutando del paisaje excelso que a la vez me hace empequeñecer.

Y si os preguntáis que tienen en común las dos situaciones, aparte de provocar sentimientos en los protagonistas, es que, independientemente de la predisposición a disfrutar de ellas, los protagonistas de las imágenes están allí cada día, independientemente de si somos capaces de apreciarlo o no.

«Con el corazón abierto y la mirada ancha, he observado
la grandeza del paisaje y he constatado mi pequeñez.»
Fotografía: Ales Krivec en Pixabay

En ambas escenas ha habido que hacer algo especial, como huir o aparcar nuestra cotidianidad, buscando un momento concreto y definido para poder disfrutar de ambos momentos, instantes reales del mundo en el que vivimos. En ambas escenas se ha mirado desde una altura suficiente y necesaria para generar distancia y silencio, para mirar desde una cierta perspectiva, dejando fluir sentimientos y emociones.

Porque… ¿qué mejor que contemplar la realidad, tal y como es para disponernos a aceptarla y abrazarla?

Para intervenir en la realidad que nos ha tocado vivir primero hay que mirar y dejarse envolver por ella. Somos quienes somos gracias a un cúmulo de circunstancias y vivir el presente nos pide conocer el pasado, aunque no siempre nos guste, y pisar con firmeza y a la vez suavidad un presente que, también, puede no ser el soñado pero es el nuestro. Mirar y ensanchar la mirada para poder reconocer la realidad y aceptarla. Eso, no quiere decir, ni mucho menos, justificarla, ni resignarse a ella, ni dejar de luchar por lo que es correcto y justo, pero sí nos puede ayudar a trabajar y encargarnos de ella con intención de mejorarla.

Las miradas de cada uno de nosotros son diversas y personales, y todas ellas enfocan o desenfocan según la honestidad, la ética, las influencias de lo que haya vivido y los prejuicios de cada persona.

Una mirada nítida y realista no siempre es fácil, pero sería la óptima; ni nos dará la visión del mundo que quizás deseamos, aunque, por supuesto, será una visión parcial porque no podemos pretender abarcar toda la realidad, sino que debemos tener claro que, miramos cómo miramos, más bien obtendremos una visión limitada o de conjunto de la realidad. Eso sí, una mirada transparente y serena, lo máximo de libre posible y con criterio, nos puede ofrecer una fotografía a color o en blanco y negro; viva y cambiante o estática; angustiada y desesperante o con un brillo de esperanza anclada en la bondad de las personas dispuestas a abrazar y amar lo suficiente la realidad humana como para poder avanzar en positivo.

Anna-Bel CARBONELL RIOS
Educadora
España
Publicado originalmente en revista RE catalán núm. 112

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