Artísticamente –y en concreto en el ámbito del arte religioso– Josep Maria Nuet Martí detestaba claramente dos cosas: aquellas representaciones lánguidas del Sagrado Corazón, tan poco varoniles y tan trasnochadas, y aquellas que presentaban San José como un viejo.
De las primeras se reía abiertamente, con su buen humor habitual, calificándolas de «deplorables», que era un adjetivo muy suyo. En cambio, las representaciones de San José como un viejo decrépito más bien le causaban cierta indignación.
No había seguido estudios teológicos, pero tenía sentido común y libertad de espíritu, dos cosas básicas para ver las cosas tal como son. Tenía razón de sulfurarse: «¡Por el amor de Dios! ¿Qué habría hecho la pobre María en la huida a Egipto con un anciano caduco?». Esta iconografía era propia de una época oscurantista en que toda manifestación de juventud y de vida parecía sospechosa de lascivia y pecaminosidad. Gracias a Dios, en eso hemos mejorado bastante…
Creo que, en cierto sentido, se sentía muy cerca de San José: era hombre, marido y padre. Sin perder en ningún momento el sentido de la proporción, claro. Él se sabía imperfecto, insuficiente en muchos aspectos y no podía atreverse a compararse con él, pero podía comprenderlo y sentirlo cerca.
Hombre
En su virilidad –no recuerdo haberlo visto nunca preocupado por la propia imagen, por el vestido o por el peinado; no estaba por monsergas– sintonizó muy bien con San José, el hombre bueno, sobrio, sencillo, creyente, protector, esforzado, trabajador, silencioso … Lo dibujaba y pintaba joven, arreglado con sencillez, con unos ojos de mirada quieta en que se adivinaba su interioridad. A menudo lo pintaba con María y Jesús pequeñito, acompañándolos y protegiéndolos con ternura. Solo sabía las referencias de los Evangelios y la tradición, pero intuitivamente sabía comprenderlo muy bien.
Marido
Papá recibió plenamente la formación del Dr. Tarrés, que tanto trabajó en los jóvenes de su tiempo la limpieza de corazón y el respeto por la mujer. Tenía un alto sentido de la fidelidad, de la intimidad y de la estimación verdadera. Probablemente, a través de su vivencia como marido entró fácilmente en sintonía con la vivencia de José, que, tras recibir el anuncio del ángel, en sueños, «tomó en casa a su esposa», María (Mt 1,24).
Las cuatro pinceladas que la Escritura ofrece de San José dicen poco y sugieren mucho. En la vida cotidiana de aquel tiempo, seguro que José fue en todos los aspectos un gran apoyo para María. No hace falta ser muy sabio para concluir que trabajó duro para sostener la familia y hacer más soportables a María los trances que tuvo que pasar. La comunicación entre José y María quedaba muy lejos –¡seguro! – de la palabrería superficial. ¡Cuántas cosas debían compartir! Experiencias desconcertantes, sorpresas que los maravillaban, y aquella comprensión progresiva y siempre inacabada del plan de Dios sobre su vida… El amor que se tenían era a la vez vigoroso y tierno, y se concretaba en el trabajo y la convivencia de cada día. Todo esto se adivina fácilmente en sus pinturas de San José.
Padre
Mi padre era muy casero y familiar. Representaba a menudo San José trabajando en su casa, con María y Jesús. El hecho de ser padre sin duda lo acercó también vitalmente a San José. Le hacía feliz que le pidieras ayuda para hacer algún trabajo interesante. Y me imagino que San José bien debía tener una actitud similar.
Meditar sobre las diferentes escenas de la vida de Jesús «como si presente me hallase», como enseña San Ignacio de Loyola, nos ayuda a conocer a Jesús y a quererlo. Me gusta imaginarlo jovencito, trepando a menudo en la azotea para mirar las estrellas, pidiendo a José que le volviera a explicar su sueño y el anuncio que había recibido su madre, en el largo proceso de comprender quién era exactamente y quién era ese Dios que a él le salía del corazón llamarle abbá (papá).
De José aprendió bien el oficio de artesano, al que se dedicó unos años, el cumplimiento de la palabra dada y la honestidad del trabajo bien hecho. Viendo cómo se trataban papá y mamá, con armonía y una delicadeza sencilla, aprendió a valorar cada persona como un hermano. Las actitudes tan humanas y liberadoras de Jesús con la gente sencilla que recoge el Evangelio, las aprendió humanamente en Nazaret, junto a José y María.
La sencillez y modestia de José, su bondad, su entrega como quien no quiere la cosa…, todo ello Josep Maria Nuet Martí lo plasma en sus pinturas, dibujos e iconos de San José.
Eulàlia NUET BADIA
Correctora
Barcelona (España)
Julio de 2021