Para una pedagogía de la interioridad

Para una pedagogía de la interioridad

Una de las características más significativas de la sociedad actual es la aceleración, obligándonos a una constante necesidad de adaptación. La educación adquiere un rol clave a la hora de ayudar a los niños y a las niñas a desarrollar esta capacidad de adaptación constante.

«Será necesario implementar una pedagogía del cuido
que nos lleve al autoconocimiento y la conciencia del ser.»

Por otro lado, tenemos que hacer frente a la multiplicación de medios y dispositivos electrónicos que permite el flujo y el acceso a la información y al conocimiento, al consumo de bienes y de entretenimiento de forma casi inmediata. Las personas recibimos una excesiva cantidad de estímulos de los medios de comunicación, de las redes sociales, de internet, de todo lo que nos rodea, convirtiéndonos en personas distraídas que vivimos bajo un estrés constante y que mostramos tolerancia cero al aburrimiento, por lo que se hace muy difícil encontrar momentos de silencio, quietud, atención y reflexión.

Incluso, la manera de relacionarnos y de vivir ha cambiado en los últimos tiempos. Todo ello tiene una incidencia en cómo percibimos e interpretamos el mundo y en que los estilos de vida y los valores sean diferentes entre las generaciones. Somos parte de una sociedad individualista, consumista, egoísta, competitiva, donde hay una frenética carrera por la satisfacción individual a todos los niveles. Estos contravalores han conseguido atrapar a las personas, midiéndolas por parámetros externos: competir con el otro para tener más, compararse para buscar la superioridad, ejercer el poder hacia el otro, convertirnos en adictos a las redes sociales, etc. Vivimos en modo automático y estamos perdiendo, si es que no la hemos perdido ya, la capacidad de disfrutar de cada momento. Echamos de menos ratos de silencio para poder escucharnos a nosotros mismos y llevar a cabo un verdadero diálogo interior, necesario para afrontar la construcción de nuestro ser y nuestra identidad.

Así pues, ante una sociedad desencantada, sobreestimulada y distraída, donde la sensación de aceleración y estrés de la vida cotidiana nos puede hacer, incluso, enfermar, hay que buscar una ruta alternativa de forma urgente. Cabe preguntarse ahora: ¿Quiénes somos realmente? ¿Cómo hemos construido nuestra identidad? ¿Es la que queremos? ¿Reconocemos o identificamos nuestras emociones? Nos toca, pues, despertar la conciencia, a una visión diferente del mundo, una nueva forma de experimentar la vida. Afortunadamente, empiezan a despuntar personas y comunidades que creen en la persona y defienden otros valores como el diálogo, la alegría por el bien de los demás, la compasión, la solidaridad y el amor. Por lo menos, luchan a contracorriente, y no se pueden permitir desfallecer.

Para iniciar esta ruta, resulta necesario potenciar un trabajo personal que unifique la mente y el cuerpo en la interioridad y desarrolle todas las dimensiones de la persona. En nuestras vidas hemos interiorizado pautas de relación y comportamiento que ahora requieren un desaprendizaje, para incorporar otros que vinculen con la propia interioridad, no impuestos sino adquiridos por convicción, por creencia personal, porque sin esta convicción no nos podemos comprometer.

Vivimos hacia fuera. Nos importa más nuestra imagen exterior que nuestro interior. Tenemos así una asignatura pendiente: vivir hacia dentro, mirarnos a nosotros mismos de manera crítica y constructiva. Hace unos años nos lo advirtió Delors (1996) en su informe, donde invitaba las escuelas a abandonar el énfasis en la enseñanza tradicional en la transmisión de conocimientos, (aprender a conocer), proponiendo tres pilares más, de los que aprender a ser es crucial, y se traduce en una apuesta por una educación que quiera contribuir al desarrollo global de cada persona, cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual y espiritualidad.

«Tenemos así una asignatura pendiente: vivir hacia dentro,
mirarnos a nosotros mismos de manera crítica y constructiva.»

Sócrates afirmaba que para el ser humano no tiene sentido vivir una vida sin examinarla. La experiencia sin preguntas es una experiencia vacía. La capacidad de preguntarnos nos lleva a un autoconocimiento más profundo y al conocimiento del otro. Por lo tanto, habrá que poner en práctica una pedagogía del ser, trabajar la atención, la percepción y poder descifrar todo lo que experimentamos. Porque la educación es fundamentalmente un viaje hacia el interior, pasando por unas etapas que suponen una maduración constante de la personalidad a lo largo de la vida de la persona. Una educación de la interioridad, entendiéndola como la dimensión esencial y constitutiva del ser humano, el ámbito profundo, intangible, que se puede desvelar, desarrollar, y hacer crecer (Meneses, a Buxarrais & Burguet, 2016).

La educación necesita volver a ocuparse del ser, de la dimensión profunda del ser humano. En este sentido, será necesario implementar una pedagogía del cuido que nos lleve al autoconocimiento y la conciencia del ser. Por ello, será necesario construir tiempos y espacios para el trabajo de la interioridad, desde el cuidado de uno mismo y de los demás, tanto en el ámbito escolar como en el familiar. Así pues, uno de los principales retos actuales de la escuela es conseguir que el alumnado se desarrolle como ser social de manera integral, ayudándoles a mirarse a sí mismos, incrementando el autodominio y bienestar personal, para favorecer el crecimiento como personas y como ciudadanos.

Aunque aún son pocos los programas y espacios para el trabajo de la interioridad en los ámbitos escolar y familiar, a estas alturas ya disponemos, en algunos centros educativos, de diversos programas educativos de trabajo de la interioridad que buscan hacer experiencia de espacios de silencio, acompañados de prácticas de respiración que permiten una mayor concentración, atención y quietud desde dentro de uno mismo (yoga, meditación, conciencia plena) promoviendo la introspección y la autorregulación. Se ha observado que estas prácticas revierten en una mayor concentración y memoria, unificando la mente, consiguiendo menos dispersión mental, la conexión entre los diferentes hemisferios cerebrales, una revitalización de la energía, un aumento de la fuerza de voluntad, ausencia de ansiedad, seguridad en uno mismo, estabilidad emocional, visión positiva y atención presente, entre otros.

Estas prácticas de trabajo interior en la escuela predisponen al alumnado a entrenar voluntariamente la mente, a centrar su atención y controlar sus emociones. Citando palabras de Paulo Freire: «la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que cambiarán el mundo», dado que la educación ayuda a desarrollar la sensibilidad no sólo de la conciencia individual sino también de la colectiva. Afortunadamente, las nuevas generaciones son más sensibles a este enfoque, les gusta y responden positivamente a programas escolares que trabajan la conexión de su ser con sus emociones.

María Rosa BUXARRAIS
Catedrática de la Facultad de Educación de la Universidad de Barcelona
Publicado originalmente en Revista Re Catalán núm. 97 «Interioritat»

Referencias bibliográficas

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