El psicovirus

El psicovirus

Josep Alegre

El largo periodo que estamos viviendo tras el trance del Covid ha generado malestar, pero también ha evidenciado importantes lecciones. Todos nos hemos visto obligados a realizar cambios en nuestra vida y en nuestro comportamiento. Esta encrucijada, unos la han gestionado mejor que otros y en algunos casos nos ha dejado secuelas en forma de psicovirus que han de ser reconducidas. Las emociones, como también ha quedado patente en el transcurso de la pandemia, juegan un papel fundamental en nuestra vida. Las vacunas han bajado los efectos en el cuerpo y quizá nos hacen falta otras para potenciar las defensas del alma. La vacuna del alma está en nosotros y se llama autocontrol de las emociones.

Latir emocional

En la sociedad de la prontitud hemos de aprender nuevas formas de convivencia que sintonicen con el latir emocional. Descubrir la primera maravilla que está en ese latir interno, nos permite sentir de verdad y captar la esencia. Intuimos el milagro que se esconde en el corazón y que al desvelarse nos muestra las emociones que nos laten y aquello que vivimos de forma prioritaria. Sintonizar con esos adentros milagrosos es fundamental para uno mismo y, también, para cualquier intervención educativa. Es en esa escucha emocional donde podremos sentir la mejor versión de las personas.

La emoción es un sentimiento que genera en nosotros: alegría, tristeza, rabia, enfado, miedo… Las emociones desestabilizan, pero pueden utilizarse para que no perjudiquen. Saber relativizar y avanzar, siendo realistas, hacia la mejor versión de uno mismo, depende de cada uno. Ilusionarse con lo que se vive es comenzar a hacerlo. Autogobernarse eligiendo los caminos que más me convienen, relacionarme bien con mi entorno, poner orden en la cabeza, tener objetivos ilusionantes…, nos dispone para que todo nuestro ser se alinee para lograrlos. Esta actitud ilusionante genera optimismo y busca las oportunidades por encima de las limitaciones.

La vida, en sus subidas y bajadas, exige una continua adaptación al poner en juego los recursos de nuestra existencia. Reducir la velocidad, permite conectar con las emociones que mueven  nuestra vida y recolocar como prioritario, si es necesario, aquello que es vital: cuidar y cuidarse de uno mismo, de la familia, amigos, entorno… No se trata solo de resistir sino de proyectar, transformar, crear redes de confianza hacia el futuro cada vez más generosas. Las emociones están en nuestra vida y generan aprendizaje.

El color del aprendizaje

Fotografía: Josep Alegre

Emoción y conocimientos van juntos y son indisolubles. Los seres humanos somos primero emocionales, luego racionales y sociales. Lo que emocionalmente llevamos dentro, es lo que enciende el aprendizaje en sus formas diversas de curiosidad, atención… La educación puede cambiar el cerebro, para bien, si además de los contenidos aprendemos las habilidades necesarias para la vida.

Nuestro cerebro tiene una gran capacidad de adaptación durante toda la vida. La base del aprendizaje se realiza  a través de las neuronas espejo, que revelan en nuestro interior lo que vemos fuera. Esas neuronas se activan, tanto al realizar una acción como al observarla en otro. Eso mismo pasa con las emociones, podemos manejarlas a nuestro favor siendo conscientes de ellas y tomando control de nuestros sentimientos y conductas. Los adentros milagrosos generan vida si incluyen aspectos de motivación, de emoción y de placer.

Cada uno tenemos unas características únicas e irrepetibles: unas necesidades, unos procesos, unos ritmos…, y las emociones dan color propio al aprendizaje. Somos personas en un grupo y por eso cada ser ha de ser tratado y abordado de forma particular e individualizada. A cada uno las emociones le llevan por campos insospechados y es necesaria la brújula que marque el buen camino. Y dado que el ser humano es sobre todo social, las habilidades socioemocionales: empatía, asertividad, escucha activa, se convierten en componentes imprescindibles en la integración grupal.

Ordenar nuestro puzzle

Lo que nos impulsa, desde el nacimiento, es producto de la emoción por el placer de encontrarnos bien o para evitar dolor. Son motivaciones extrínsecas o intrínsecas que movilizan hacia la autonomía, la competencia, la conexión… Ambas motivaciones coexisten, pero es la intrínseca la que nos hace más competentes, y más si hemos de elegir. Al intervenir factores de interacción social, solo si la motivación extrínseca proviene de nuestro interior compartirá las cualidades de la intrínseca.

Fotografía: Josep Alegre

Los éxitos a corto plazo preparan y motivan para la autoeficiencia en el largo plazo. Promover climas emocionales beneficiosos, con mentalidad de crecimiento, positivismo y realismo, es la estrategia mejor ante los retos. Priorizar el proceso mejora la motivación en situaciones difíciles, ir potenciando una autonomía valiente permite actuar de manera responsable, estimular la curiosidad y la creatividad para abrir nuevas puertas al conocimiento, fomentar las relaciones cooperativas, involucrar a los estudiantes… Ciertamente, el profesorado es el instrumento didáctico más potente para generar entornos de aprendizaje positivos.

Las emociones no son ni buenas ni malas y todas tienen una razón de ser que hay que interpretar y gestionar. La educación emocional interviene para ayudar a desarrollar las competencias necesarias para saber dialogar con el corazón. Vivir nuestra emocionalidad, sintiéndonos cómodos en la incomodidad, supone ordenar nuestro puzzle. La conexión emocional en el aula de unos y otros no es estática, y por eso los educadores son de gran ayuda en el aprendizaje emotivo.

Aprendizajes positivos

Al validar una emoción en el alumno, el adulto ha de diferenciar en el emisor, cómo lo dice, lo que dice, lo que siente y lo que lo provoca. Esta actitud es básica para empezar a comprender y situarse empáticamente en su perspectiva afectiva, y desde allí acompañarlo en el proceso de autodescubrimiento. Los virus de este tiempo son bastante comunes a todos: la incertidumbre, la frustración, el miedo… y cada uno de ellos tiene su vacuna. La incertidumbre agrupa malestares, provoca inestabilidad y dudas…, y hemos de permitirnos no saber lo que pasará,  para comenzar a imaginar y construir con creatividad un futuro alternativo. La frustración se afronta aceptándola, tolerándola como algo presente pero transitorio: hay que convivir con la alegría y con el dolor. A veces, solo hacer pausa, relativizar, distanciarnos, darnos tiempo…, es suficiente.

Fotografía: Josep Alegre

Las emociones son respuesta de inmunidad psicológica con capacidad de hacernos resistentes y fuertes ante cualquier ataque. La puerta de los corazones se abre desde dentro y para dentro. Esto no es automático sino que exige pararse previamente, abrir los ojos para mirar esas emociones y decidir qué hacer con ellas. Tu esencia que se convierte en tu mejor y único presente. Frente a las dudas y desconcierto de este otro virus, podemos adaptarnos con una vacuna muy eficiente: la educación emocional que nos permita pararnos sobre nosotros mismos. Seguimos siendo frágiles y vulnerables, necesitamos aprender competencias emocionales que nos ayuden a salir reforzados de estas situaciones traumáticas.

Las emociones son patrones predeterminados de reacción rápida para la supervivencia que se activan automáticamente. Las emociones básicas son miedo, ira, asco, tristeza, alegría y sorpresa. Las transmitimos por imitación, con las miradas y las actitudes. El aprendizaje emocional el cerebro lo asocia a la supervivencia. Al sentirnos observados, reacciona instintivamente nuestro ser social y se activa todo nuestro cerebro. Las emociones son armas de doble filo y por eso hay que potenciar los aprendizajes desde las emociones positivas como la alegría, la sorpresa…, que no son tan intensas como el miedo. Hay que aprender a gestionar, entender, comunicarse con las emociones.

La arquitectura del cerebro sigue un itinerario de ida y vuelta (ojos, cerebro que está detrás e interpreta y vuelve adelante para hacerse consciente). Es al pasar de vuelta por las amígdalas cuando se activan las emociones, que han llegado a nosotros a través de nuestra mirada. Nuestro cerebro, que es previsor, se avanza al futuro. Pero a través de la motivación podemos insuflar energía extra para poder hacer frente a situaciones que no sabemos cómo afrontar. La sorpresa y la alegría, pueden ayudarnos a generar redes donde integrar mejor los aprendizajes. El cerebro nos obliga a aprender a través de la imitación, de las emociones, del trabajo cooperativo, de la actividad manual…, y también del descanso, porque también en ese momento se activa  todo nuestro cerebro.

El efecto mariposa

Ejercitar la compasión con nosotros mismos en la escucha emocional, dialogar con nuestros miedos para encontrar un punto de encuentro razonable, nos hace fuertes en el corazón. Desde ahí, responsabilizándonos de todo lo que conlleva la emoción, podremos desviarlo y liberar nuestra atención para que no nos dañe. La competencia emocional implica además conductas reparadoras, si es necesario, y toma de decisiones sobre qué hacer con la emoción. Las emociones se comunican y así: si aumenta la calma merma el estrés, si aumenta la confianza disminuye el miedo, si aumento la curiosidad decrece el aburrimiento, el aprendizaje competitivo genera tensión, la envidia bloquea la educación… Si nos consideramos capaces, nuestra auto exigencia es mayor. Lo que hay que cambiar es cómo nos sentimos para orientarnos y enfocarnos en el progreso, la expansión y el crecimiento.

Las emociones negativas, enfado, desesperación, ira…, se contagian con mucha facilidad. Las vemos en gestos del lenguaje corporal, en la mirada, en la expresión de la cara… A veces las vemos sin pronunciar una palabra. Contagiar energía positiva es igual de fácil, pero tenemos que tomar conciencia de que queremos hacerlo y de la manera que lo haremos (gestos, movimientos, comportamientos…). Esta energía ayuda a otras personas a sentirse mejor: valorado, consolado, feliz… Mostrarse abierto a los demás normalmente provoca correspondencia y es más fácil entrar en relación porque no hay barreras. Con mi comportamiento, estoy mostrando que veo al otro, que lo valoro positivamente y que es importante para mí. Si además sonrió y puedo tocarlo, acariciarlo, besarlo, darle apoyo, calidez…, se produce un efecto mariposa según el cual se van extendiendo los buenos efectos que tienen.

Fotografía: Josep Alegre

Solo juntos como humanidad completa seremos capaces de superar esta situación. Podemos enlazar nuestras emociones e influir. Podemos hacer sentir y generar la transformación emocional: abrazar con el lenguaje, tener miradas amables, transmitir alegría… Entonces el presente se transforma en solidario. Nuestra presencia ayuda al otro a tomar conciencia de su esencia, y a transmitirle al mismo tiempo el sentimiento de reciprocidad. Todo educador desencadena una presencia solidaria si se implica de forma significativa. Lo que hemos construido mentalmente, se puede cambiar si desciframos lo que lo mueve y nos responsabilizamos de ello colocándolo en la perspectiva del presente. Al pasar por el corazón, al acoger de forma segura y curativa, al situarse y actuar en lo relevante de sus vida, ayudamos a seguir creciendo.

Lo realmente importante

La moderación es la base del ritmo cerebral. El camino de la calma tiene efectos ventajosos y propicia una perspectiva más consciente y reflexiva sobre el quién, el qué y el cómo que moviliza nuestra vida. Consumir nuestra existencia rápidamente provoca estrés y estados emocionales negativos, que hay que alejar enfocándose en la alegría y la risa, que son factores que ayudan a fortalecer la interacción. Este proceder continuado, contagia y relaja la tensión individual y grupal, y contribuye a hacer cotidiano lo esencial. Centrarse en lo realmente importante y actuar con sentido, es más importante que hacer muchas cosas prescindibles.

Movilizarse por la propia vida, implica también comprometerse en construir una sociedad más amable y justa. Lo que nos define como humanos es el vínculo afectivo que nos une a los demás. La cercanía,  el contacto, la mirada…, han de seguir siendo emocionales y, si ahora no es posible plenamente su aplicación, hay que buscar alternativas subsidiarias. La vista y el oído son los dos sentidos más desarrollados que tenemos en la interacción con el mundo y hemos de aprovecharlos. Tener más consciencia de nuestra presencia, utilizar la sonrisa sincera de los ojos, valorar lo próximo, movilizar la alegría, potenciar los cuidados mutuos…, es vincularnos solidariamente.

Está en nuestras manos activar o apagar las hormonas que regulan nuestro estado de ánimo. El primer paso es reducir el estrés que nos provoca desánimo, desolación… En su lugar han de desplegarse el silencio, la serenidad, la sonrisa…, que atraen al ánimo, el aprecio, la alegría y el amor. En el proceso de cambio, hay pasos secuenciales que tener en cuenta, sobre el porqué y para qué. Este acompañamiento y crecimiento emocional requiere tiempo y activación de las hormonas que están ligadas a la felicidad y la alegría: la serotonina, las endorfinas, y la oxitocina. Todo ello contribuirá a que nuestro virus individual o colectivo no contagie su malestar, sino que gracias a esta excelente vacuna contra el psicovirus quien prevalezca sea el bienestar.

Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona, España
Febrero de 2022

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