Ultimidad y paz

Ultimidad y paz

Escucho las noticias: ¡Ha estallado una nueva guerra! Una noticia que poco a poco se iba anunciando, pero que nadie podía creía creer que llegaría a darse. Un mal augurio se hecho realidad. Una tupida tristeza ha inundado el ambiente llenando el mundo de mayor incertidumbre e intranquilidad. La pandemia dejó paso a algo aún más terrible, la guerra 

Como diría el profeta Jeremías, “No hay nada tan tortuoso y tan enfermo como nuestro corazón, ¿quién puede conocerlo a fondo?”. Realmente se hace difícil entender el corazón del hombre cuando nos conduce a la guerra, a la desolación, a la muerte. En las últimas semanas hemos visto muchas reuniones, escuchado muchas discusiones, tertulias y opiniones de todo tipo y color, hemos comprobado que todo el mundo tiene sus razones, pero por mucho que lo intento no logro entender cómo hemos llegado a una nueva guerra. Ver enemigos por todas partes, es caer en una de las tentaciones del poder, la que lleva a utilizar los argumentos de la seguridad e incluso de la paz, para iniciar un ataque. No queremos aprender de la historia y repetimos los mismos errores.

La ultimidad es clave para la paz

A menudo olvidamos que el ser humano es capaz de hacer el mal y con una actitud de prepotencia se incapacita para ver la viga de su propio ojo y, se capacita para ver la paja del ojo del vecino, o del contrario. Con qué facilidad y con qué furia nos echamos contra aquellos que no aceptan nuestra forma de pensar y vivir. Y a pesar de la inocencia de muchos, todos se convierten en culpables por la sencilla razón de que no son de los nuestros. Hay que volver a recordar con más fuerza que nunca que todo ser humano tiene el derecho a vivir su vida en este mundo de acuerdo con su conciencia, siempre que no atente nunca, por supuesto, la libertad de nadie ni provoque daño a los demás ni a uno mismo. Las democracias deben defender y propiciar ese derecho y considero de una incoherencia brutal, pensar que la guerra sea el camino adecuado para alcanzarlo.

Y es que todavía hay muchas personas que creen que el agravio, la imposición, la guerra, pueden ser la solución de los problemas. Creen que matando y destruyendo se arreglan los países, que quitando la libertad a las personas el mundo funciona mejor, que mintiendo y engañando los negocios irán mejor, que sólo siendo poderosos podremos cambiar el mundo y por tanto hay que enriquecerse y convertirse en el país más fuerte y temido de todo el planeta. No se dan cuenta de que no se pueden utilizar elementos nocivos pensando que así lograrán el bien, que nunca puede usarse el mal como un instrumento del bien.

Los seguidores de Jesús y la mayoría de los creyentes, sabemos que el camino a la paz, pasa por renunciar al mal y a todas sus pompas. Perseveramos en hacer el bien y con ello queremos mostrar al mundo que el camino del mal, de la guerra, conduce al fracaso social, al dolor y al sufrimiento. Es necesario que vivamos con fidelidad y perseverancia la humildad, el perdón, la “ultimidad” (ser últimos porque no queremos ser rivales, sino hermanos), la solidaridad, la paz, la bondad, como vía para construir y edificar la convivencia, la sociedad. Estos son criterios de vida, y pese a que mucha gente nos critique apodándonos “buenistas”, queremos construir sobre la firmeza de estos valores, y no sobre el barro del poder, la riqueza, la violencia. Estos lodos solo traen desigualdad, injusticia, que se convierten en los grandes obstáculos para edificar paz. 

Ante la situación que nos toca vivir, ante la imposición de una nueva guerra, porque antes existían otras, aunque fueran invisibles para nuestros países, me niego a vivir desde el rencor, el resentimiento, contra cualquier persona, pueblo o cultura. Si dejamos que nos invadan estos tóxicos sentimientos, no encontraremos vías para mediar en los conflictos y encontrar caminos para la paz.

Jordi CUSSÓ PORREDÓN
Sacerdote y economista
Barcelona, 7 de marzo 2022

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