Hacia una cultura de los cuidados

Hacia una cultura de los cuidados

Hoy, las personas mayores (65 años o más) constituyen el grupo de edad que crece más rápido en el mundo. Según la ONU, globalmente y por primera vez en 2018, las personas mayores superaron en número a la de los niños menores de 5 años, y para 2050 el número de personas mayores superará al de adolescentes y jóvenes (entre los 15 y los 24 años). Algunas regiones, como Europa y Asia Oriental, ya se enfrentan a un reto considerable a la hora de apoyar y atender a esas personas. A medida que la esperanza de vida sigue aumentando, puede que el papel de las personas mayores en las sociedades y las economías sea más importante. Debemos adaptar los sistemas de educación, atención sanitaria y protección social para proporcionar una red de protección social a este grupo etario cada vez mayor.

Los modelos de cuidados han ido evolucionando desde una atención centrada en el seno de la familia, en la que las personas cuidadoras principalmente eran mujeres, a una socialización de los cuidados en la que la institucionalización es el recurso más habitual ante la pérdida de autonomía de una parte y la dificultad del entorno familiar para compatibilizar la atención y cuidados necesarios, con otras realidades familiares o profesionales. 

En un estudio realizado hace unos años por el Programa de mayores de la Obra Social de la Caixa, se concluía que la mitad de los ancianos encuestados expresaban el deseo de continuar en su domicilio en el caso de requerir cuidados. 

Además, es elocuente la experiencia vivida durante la pandemia de coronavirus en tantas residencias de ancianos, donde la concentración en el mismo lugar de tantas personas frágiles y la dificultad para atenderlas por falta de medios humanos y materiales, generó situaciones muy difíciles de gestionar, a pesar de la abnegación y el buen hacer de muchos profesionales dedicados a la asistencia. 

Este nuevo escenario ha hecho más visibles las carencias en el modelo de cuidados y el grave problema de salud pública que supone. Parece necesario y deseable avanzar en una reflexión que configure un nuevo paradigma en el modo de convivir entre las distintas generaciones, dando prioridad a los más vulnerables. Posiblemente se trate de un giro copernicano, que como en el caso de aquellos descubrimientos científicos de Copérnico revolucionaron el modo de entender los movimientos de los astros en el siglo XIV, en nuestro tiempo los acontecimientos vividos nos proponen un cambio en la mirada, tomarse tiempo para identificar las inercias que hasta ahora nos han guiado y reconsiderar los nuevos caminos a transitar.  

Entender que la experiencia de los cuidados se desarrolla en un contexto de interdependencia, de realidad compartida en la que, por ambas partes, personas que precisan cuidados y personas que cuidan, se ha de replantear la autonomía y el devenir cotidiano de cada una de ellas y de todas en su conjunto. 

Somos interdependientes en una realidad compartida

Un salto cualitativo hacia la cultura del cuidado

Se necesita un giro copernicano a partir de una mirada innovadora en la gestión del tiempo, de los espacios, de los estilos de vida. Veamos por ejemplo cómo:

  • Tiempos con ritmos menos acelerados, más armónicos que favorezcan la conciliación laboral y familiar; tiempos que propicien la promoción profesional a la vez que favorezcan el desarrollo personal tratando de minimizar las renuncias; tiempos para la convivencia intergeneracional que favorezcan el intercambio de experiencias y propicien la aproximación sin reparo, sin miedo a lo frágil, a lo débil, a lo sufriente.
  • Repensar los espacios: el diseño de las viviendas donde puedan convivir varias generaciones; adaptar las ciudades, los espacios abiertos, facilitar la accesibilidad a los desplazamientos en las ciudades y en los ámbitos rurales
  • Ahondar en el sentido y propósito de la vejez es una de las tareas pendientes de la sociedad actual, al menos en Occidente, donde se valora sobre todo la niñez y la juventud por lo que muestran de esperanza, de proyectos, de sueños. Pero la vejez no puede no tener sentido. El miedo o el reparo a traspasar esa superficie de arrugas, de lentitud, de limitaciones físicas, nos impide descubrir y extraer los tesoros escondidos, ignotos que posiblemente no sabríamos utilizarlos por su novedad, porque son valores de futuro que nos interpelan y aún no comprendemos su significado o éstos nos invitan a cambios profundos que demandan un enorme esfuerzo social.  

Necesitamos avanzar hacia una cultura de los cuidados, comenzando desde la infancia en las familias y en los centros educativos; promover el acercamiento intergeneracional que permita entender nuestra vejez, a la que posiblemente llegaremos. Promover más visibilidad en los medios de iniciativas que acerquen y permitan conocer mejor la diversidad contenida en esta etapa vital y los valores que ofrece. 

La vejez es nuestra vejez, la de cada persona que ya llevamos dentro el anciano o anciana que posiblemente llegaremos a ser. Reconozcamos el giro copernicano para caminar hacia una sociedad en donde nadie sobra; todos sumamos

Remedios ORTIZ JURADO
Médico de Familia
Madrid
Abril de 2022

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