Vivir en coherencia con aquello que se cree. Tal es el salto cualitativo de las democracias que nos propone la historia 14 del libro 22 historias clínicas —progresivas– de realismo existencial (Edimurtra: Barcelona,1985). León es el protagonista de esta historia. Profesor de Derecho público de 47 años. Alfredo Rubio de Castarlenas, autor del libro, entabla un fecundo diálogo con él.
Escuchemos a León: «Un estado plural debe dar esta oportunidad: que sus ciudadanos no sólo puedan profesar las ideas políticas que crean mejores, sino que puedan vivirlas en su trabajo, en su familia, en sus ocios y hasta en su muerte. No es verdadera libertad la que nos obliga a vivir como no deseamos».
Para León la democracia es como una dictadura de las mayorías, donde las minorías quedan sojuzgadas y anuladas, teniendo que alinearse a lo que la mayoría ha delegado en sus representantes en el poder.
En esta sección nos hemos propuesto, partiendo del enfoque del realismo existencial, leer la Historia a partir de los casos que nos presenta el libro. Pero, ¿acaso volviendo la mirada atrás podemos encontrarnos con democracias incluyentes? Desde que, en algunos países las democracias han ido sustituyendo a las monarquías y a las dictaduras, siempre se ha repetido la fórmula de la dictadura de la mayoría. ¡León tiene mucha razón! En la mayoría de los países hay mucha gente que no puede vivir en coherencia con lo que piensa, siente y cree. Se tendrían que crear estados paralelos dentro de un mismo territorio. Algo así como guetos.
Me viene a la memoria cómo en algunas órdenes religiosas las decisiones no se toman por mayoría de votos, sino por consenso. Es decir, que todos los congregados y congregadas en asambleas o reuniones capitulares, como solía llamarse, tenían que estar de acuerdo con las propuestas que se sometían al juicio común. El consenso es compartir un mismo sentir con respecto a algo. Los monjes jerónimos solían hacerlo así, ya que ellos observaban la regla de San Agustín, la cual propone el consenso para tomar decisiones comunitarias.
Se conservan libros de actas capitulares donde para cada asamblea se levantaba una acta. Su estructura es muy similar a la de una actual: fecha de la reunión, nombres de los presentes, acuerdos a los que se ha llegado –en este caso por consenso– y las firmas de conformidad. En dichas actas el redactado comienza diciendo: «Propone el padre prior…». El prior coordinaba la vida comunitaria, pero no lo hacía solo, sino de manera colegial con el resto de los integrantes. De ahí que las propuestas si no eran aprobadas por consenso, no se realizaban y debían buscar nuevas maneras y soluciones.
¿Podría, el consenso, ayudar a este salto cualitativo de las democracias del cual nos habla León? Porque, una cosa es a escala de pequeña comunidad de personas y otra cosa es a escala de un estado o país. El consenso realmente puede ser una manera de decidir las cuestiones comunes de manera «incluyente», ya que requiere la participación de todas y de todos. Pero también requiere una gran madurez al concebir las cuestiones públicas y privadas de manera no posesiva.
Este consenso después requerirá que se traduzca en hechos. No sólo se trata de estar de acuerdo libre y responsablemente con algo. Es imprescindible vivirlo y que esta práctica sea parte del conjunto social.
Un camino realista para que contribuyera a ir superando la dictadura de la mayoría sería comenzar a practicarlo desde las pequeñas convivencias, esos grupos humanos que de manera natural se van formando dentro del conjunto social. De ahí tendrían que buscarse soluciones creativas que ayuden a que no se pierda el consenso conforme se lleve a formas más complejas de convivencia.
Javier BUSTAMANTE ENRIQUEZ
Psicólogo social
Ciudad de México, México
Mayo de 2022