No hay tarea más incierta que educar y en situaciones extremas como la vivida resulta extenuante. Una de las lecciones evidenciadas con la pandemia es que las escuelas juegan un papel insustituible. Los profesores han estado en primera fila, y trabajando, también, desde casa, contribuyendo a paliar las enormes consecuencias que podrían derivarse en la integridad física, la salud, el desarrollo, los aprendizajes, el bienestar, la convivencia, la conciliación… La presencia imprescindible del profesorado y su dedicación, han emergido además en muchos casos, cargadas de generosidad y altruismo. La educación no se improvisa, y ahora que la realidad se va normalizando es justo que también los apoyemos después de haberlos utilizado.
La aventura en un entorno colectivo
En la escuela se abren siempre ventanas a otros mundos e intereses. Está en su razón de ser y su función, el insuflar ánimo, vida y oxigene nuestro ser, no solo en tiempos de pandemia. En la escuela respiramos junto a otros y nos socializamos, aprendemos a gestionar los conflictos y somos capaces de ir más allá de lo pensable e imaginable. Por eso, es muy importante volver, todos, a la auténtica escuela, con sus tiempos desvinculados de la sociedad y del hogar. De lo contrario, nos exponemos a una asfixia muy peligrosa, provocada por el confinamiento al que se la dirige desde fuera, y que le priva del oxígeno necesario para desarrollar los aprendizajes y experiencias que promueve.
El abandono del entorno conocido, sitúa al alumno frente a su realidad, para que crezca sobre su propio ser y participe en la construcción de lo común. En el aula se forma para la vida y, en la esencia de lo escolar, está el transformar los aprendizajes en bienes comunes, que permitan el desarrollo de todos y cada uno de los que la integran, más allá de sus antecedentes, aptitudes o talentos… La escuela es diferente de la familia y de la vida pública. Es una organización específica e institucionalizada, con normas y reglas. Se trata de una colectividad en la que se viven aventuras, encaminadas al desarrollo de habilidades, conocimientos y competencias, que potencien el ser con otros, para juntos hacer una sociedad mejor.
El más digno de los trabajos
Formarse, crecer y alcanzar las metas que cada uno elige, solo es posible desde una auténtica libertad individual, acompañada de una buena educación. Los profesores son los profesionales de la educación, y sin ellos no hay escuela. La educación abre y amplia, las ventanas a través de las que vemos el mundo, y con ello, marca el presente y el futuro. Por eso, el trabajo del que se hace cargo el profesor, es de máxima dignidad y responsabilidad, porque trabaja con el mayor tesoro: las personas. Quienes gobierna y los poderes públicos, son corresponsables también en esta misión, y han de dotar de los mejores medios a los profesores, para que puedan ejercer adecuadamente una tarea tan imprescindible en nuestra sociedad.
El trabajo educativo del profesor en la construcción personal y social de los alumnos, se basa en el cuidado de las relaciones y en la creación de climas propicios para el crecimiento, y en su conjunto constituyen una tarea y estilo educativos singulares y rigurosos. Además, la educación, al igual que la tarea del profesor, están en continua evolución, y por ello, en la actualidad, es necesario desarrollar habilidades propias del siglo XXI tales como el trabajo en grupo, la comprensión de la diversidad, el aprendizaje interdisciplinar, el pensamiento crítico, el fomento de la igualdad real, el cuidado de la casa común, la adaptación ante la aparición de nuevos retos…
El profesor no es una marioneta
Desde fuera de la profesión, puede pensarse que el trabajo del maestro se limita a dar clase y atender a los alumnos que en ella conviven. Sin embargo, su tarea es mucho más que eso, e incluye gran cantidad de faenas, dentro y fuera del aula y del propio centro escolar. A los ojos de la sociedad pueden parecer invisibles, pero sorprende más que también lo sean para los administradores educativos que son quienes dictan las normas. En las leyes educativas quedan recogidas hasta doce funciones: programar la enseñanza de áreas, materias y módulos; evaluar el proceso de aprendizaje del alumnado y los procesos de enseñanza; tutorizar alumnos, dirigir y orientar su aprendizaje; orientar educativa, académica y profesionalmente; atender al desarrollo intelectual, afectivo, psicomotriz, social y moral del alumnado; organizar actividades complementarias, dentro o fuera del recinto educativo; informar a las familias sobre el proceso de aprendizaje de sus hijos e hijas; coordinar actividades docentes, de gestión y de dirección que les sean encomendadas; investigar, experimentar y mejorar los procesos de enseñanza; etc.
Estas funciones, normalmente, no son lineales, sino que se ramifican en varias, e incluso complejas tareas, que exigen una especial preparación para llevarlas a cabo. Solamente desde la ignorancia y el desprecio hacia esta profesión, puede entenderse el desprestigio, en que con facilidad se cae, hacia una profesión de máxima dignidad, porque trabaja con las personas que han de ser motores en el futuro e impulsoras de una sociedad mejor. El deterioro personificado en el profesor, también afecta a la educación que se genera a través de ellos. El profesor, que es el que conoce la escuela desde dentro, no es una marioneta que puede ser movida desde fuera sin que ello tenga consecuencias. La escuela es un espacio y tiempo diferenciados del familiar y del público. No somos clientes de ella, ni un mercado en el que adquirimos productos materiales. Por eso, hemos de proteger la escuela también en el vocabulario que le aplicamos.
Presencia acompañante también fuera del aula
Igualmente hay que desmontar algunos mitos que falsean o simplifican la realidad del mundo de la docencia o por lo menos no la explican por completo: los deberes que se ponen, las vacaciones de los profesores, la jornada laboral de los maestros… Cuando el alumno termina las clases el profesor no ha acabado todavía su jornada. Del éxito de su actuación, depende el tiempo que se dedica a estudiar, a asimilar los conocimientos impartidos, a preparar las lecciones, a corregir, a realizar actividades extracurriculares o de apoyo fuera de horas… Para el buen encaje en el proyecto de centro, realizará reuniones de coordinación, de claustro, de padres… El profesor no es una pieza anónima e intercambiable en el aula o el colegio, sino un profesional cualificado y competente.
La docencia, por trabajar con niños, es una profesión de enorme responsabilidad. Ser educador requiere competencias múltiples y dedicación extremada, y no todo el mundo está capacitado para enseñar. El profesor acompaña siempre, asume los retos de presente y de futuro de sus alumnos y les pone delante de ellos para que los superen. Poco a poco los alumnos lo valoran más, se va convirtiendo para ellos en persona de referencia, y sin buscarlo, en el mayor influencer. Una figura reconocida y respetada dentro del aula que, lamentablemente ahora, no lo es en lo que le corresponde fuera de ella. Con el avance de la tecnología y la presencia de los ordenadores, podemos pensar que la figura del profesor no es necesaria para acceder al conocimiento, pero su papel en el aula es todavía más importante.
Los alumnos en el centro
La habilidad para crear ambientes en que se respire y posibilite la clase, solo surge con la presencia del profesor que los inculca. Sin respeto, educación, solidaridad, trabajo en equipo… poca clase puede impartirse. La creatividad y la innovación también se provocan en ambientes serenos, y aquí el profesor es el verdadero influencer con las más grandes repercusiones para la comunidad. La sociedad necesita del esplendor de esta profesión, por su papel protagonista clave en la creación social. En realidad un profesor es más que un influencer al uso, porque acerca a los alumnos, a que sus metas y objetivos, se consigan. El profesor es consciente de ello y está preparado para que se produzca, sin condicionar el futuro de sus alumnos. La cercanía y el contacto constante, le presentan continuas alertas ante los pasos en falso que puedan darse. Por eso su influencia es más relevante que otras y debe protegerse y potenciarse también por el resto de la sociedad.
Es imprescindible que todos rememos en la misma dirección para el mejor futuro posible de nuestros niños. En primer lugar ha de hacerse visible, que las familias confían que, sus hijos están en las mejores manos cuando están en la escuela. Y no solo eso, sino que su apoyo y refuerzo en las decisiones del colegio ha de comprobarse, ya que cada decisión que se toma es siempre la mejor posible y la más meditada. El poder que desde casa se ha dado a los alumnos, es contraproducente, porque se le ha quitado al profesor la posibilidad de ir por el mejor camino, cuando este no coincide con el que ellos piensan, que normalmente es más cómodo. El profesor puede decidir cosas que nos parecen inadecuadas, pero nunca han de hacérsele correcciones delante de los alumnos: eso es continuar la formación del aula en el seno de la familia.
Tesón y paciencia inagotables
En el aula se asumen retos de presente y de futuro, y se forma en algo sólido que va a servir para el resto de la vida, lejos de formas banales y superficiales de otras propuestas de las redes sociales. Lo importante es formar para afrontar y decidir el mejor futuro, y despertar la vena creativa para conseguirlo. En este sentido los profesores son los primeros ciudadanos y referentes, y junto a ellos toda la escuela pone su empeño y esfuerzo, para ofrecer a los alumnos la mejor calidad educativa. En esta presencia acompañante, el protagonismo pedagógico y el liderazgo de cada experiencia es del educando. El profesor es un sembrador de entusiasmo, curiosidad y aprendizaje, que acompaña en el largo y a veces complicado proceso de crecimiento y desarrollo.
El acompañamiento educativo es una dimensión fundamental en los procesos de crecimiento y desarrollo de los individuos y grupos. También el profesor necesita constantemente ser acompañado, reconocido, comprendido, alentado y fortalecido por un sistema social, que lo impulse en su tarea tan fundamental y laboriosa. La presencia y sintonía que él provoca en el aula, debe mantenerse a otros niveles en los diversos estamentos sociales. Esa presencia y sintonía en la escuela son milagrosas, porque producen encuentros esenciales y profundos con el otro: se abren posibilidades de experiencia, se despliega y canaliza la atención, se descubre la esencia no expresada verbalmente…
Aprendiz permanente
Llegar a la vivencia emocional profunda nos permite captar el mundo interior de quien acompañamos, y nos habla de su travesía vital. Pero este camino no es posible, si previamente no liberamos nuestra mente de prejuicios y anticipaciones. Por eso, la presencia en el ahora del alumno, es compasiva y busca señales (gestos, posturas…) reveladoras, de cómo vive su presente. Si llegamos a la auténtica conexión, la persona que acompañamos se sentirá “sentida”, comprendida y acogida desde lo más profundo tal y como es. Estas serán las condiciones idóneas para crecer y, si es necesario, aprender también a gestionar las frustraciones. Es esta educación a fuego lento, la que más hace crecer, porque ayuda con amor, a que su mundo interior no se deshaga, sino que madure bien en su mejor proceso posible.
En un entorno cada vez más cambiante, solo si vislumbran más allá de ellos y su reducto familiar y social, lograran ser dueños de su propia existencia. Los alumnos crecen en humanidad dentro de un ámbito educativo definido, dominando cada vez mejor las capacidades, que les llevaran a alcanzar el objetivo personal o profesional al que se orienten. En este proceso necesitan de personas como los maestros, que les formen también en el corazón humano y que piensen en su crecimiento, al colocarlos siempre en el centro de toda actividad. Es evidente que no todo el mundo está capacitado para llevar a cabo esta tarea, pero los maestros se han preparado en competencias múltiples para hacerlo.
Si además de su preparación, añadimos su vocación e implicación, su tesón y paciencia inagotables, su dedicación extrema, su interés por aprender lo que no saben, su capacidad para gestionar también las frustraciones y experiencias de carencia…, tenemos el mejor terreno posible para motivar, día tras día, en sus alumnos, el deseo de superar los obstáculos cotidianos que se les presenten, y orientar el camino de desarrollo de todo el potencial que atesoran dentro. Un buen profesor marca diferencias al estar ahí, por y para sus alumnos, retándoles para desafiar los límites que creen tener, potenciando sus capacidades e impidiendo que caigan en la autocomplacencia. Además de captar la atención de sus alumnos, la orienta y la forma, siendo el mejor maestro posible, para que sus alumnos alcancen, la mejor versión de sí mismos.
Josep ALEGRE
Profesor, filólogo y educador socio-cultural
Barcelona, España
Mayo de 2022