Poner nombre a los resentimientos

Poner nombre a los resentimientos

El resentimiento o rencor es la sensación persistente en una persona que ha padecido una acción que considera ofensiva. Esta sensación perdura en el tiempo y reaparece cada vez que regresa el recuerdo de esa acción, imposibilitando cualquier forma de relación con el ofensor. 

Así pues, se genera una hostilidad duradera y un sentimiento profundamente negativo, que sólo puede desaparecer a través del perdón.

Sin embargo no todo el mundo quiere o puede perdonar, y menos sin hacer un proceso de elaboración del relato sobre lo sucedido, incluso aunque los motivos sean inadmisibles.

Las causas del resentimiento se encuentran en la no aceptación de lo que sucedió, sin buscar más «porqués» de los necesarios. En la inmadurez personal que se nos despierta al sentirnos perdedores o atacados y engañados por alguien a quien considerábamos compañero y amigo. En una en una baja autoestima generada per la inseguridad que aflora al sentirnos menospreciados; en la incpacidad de desenmascarar el disfraz del falso poder interior que impide curar las heridas abiertas…

El pasado no se puede cambiar, no podemos volver atrás, la vida -para bien y para mal-  siempre avanza, y en el tiempo de hacer o pensar alguna cosa que ya ha pasado… es necesario perdonar.

Quién más, quién menos, hemos padecido a lo largo de la vida situaciones en las que nos hemos sentido víctimas de la injusticia, sea como consecuencia de actos personales o de instituciones… Y nuestra primera reacción ha sido de rabia y ganas de enfrentamiento, de solucionar la situación a base de lucha, o de vengarnos de lo que nos hicieron. Y aquí surge nuestro resentimiento, de una manera totalmente natural. Pero este sentimiento “tan natural” tiene una cierta tendencia a quedarse como compañero de viaje si no hacemos nada. Y esta compañía nos traerá problemas, dolores de cabeza, e incluso puede provocarnos trastornos muy serios.

Es necesario poner nombre a nuestros sentimientos (Tsukiko Kiyumidsu en Pixabay)

¿Y por qué dejamos que nos acompañe?

Sobre todo porque nos cuesta aceptar lo que sucedió, y aquí entran en juego nuestras opiniones (basadas en valores, principios…) enfrentadas a la cruda simplicidad de los hechos. Tenemos una cierta tendencia a vestir los hechos con nuestras opiniones, generando una percepcion de la realidad totalmente sesgada. Y le atribuimos la calidad de verdad absoluta (en cierto modo para compensar una autoestima baja), y la vamos reforzando cada vez más. Seguimos intentando revertir una situación que, por el solo hecho de ser pasada en el tiempo, es totalmente irreversible.

Nuestra respuesta correcta a la situación de frustración sería una plena aceptación de los hechos, ser conscientes de que podemos superar cualquier cosa que nos suceda (con o sin ayuda) y, por lo tanto, ejercitar de modo consciente y auténtico la acción del perdón, que va mucho más allá de una fórmula gastada por el uso reiterado de la palabra, tantas veces ya vacía de significado.

Después de esta reflexión me vienen a la cabeza distintas situaciones y circunstancias en las que la aplicación del perdón a priori parece imposible porque las heridas son profundas, y el acto de restablecer una situación en la que nos sentimos agredidos física o psíquicamente requiere una serie de pasos no siempre fáciles. 

Silencio para escuchar nuestro malestar interior, para serenarnos y reencontrar el equilibrio perdido. Poner nombre a nuestros sentimientos, a cada una de las emociones, a cada dolor, para no continuar malviviendo enfadados con el mundo y con nosotros mismos.

Sanar las heridas, el sufrimiento, y así crecer. Perdonar, partiendo del hecho de que no supone olvidar; es reconciliarse con cada situación, con la propia historia personal, es serenar los sentimientos y volver a confiar en el ser humano.

Anna Bel CARBONELL RIOS
Educadora social
Sant Cugat, febrero de 2023

(Artículo publicado en la Revista RE catalán, enero 2023)

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