Ocuparse y cuidar. De la antropología a la teología

Ocuparse y cuidar. De la antropología a la teología

Cuidar se refiere a una dedicación y atención que se implica de manera especial y concreta hacia una persona, un animal, una cosa, una situación, un entorno… Es un itinerario personal y colectivo de mejora y crecimiento según las necesidades y posibilidades. Es un proceso de implicación social con aplicaciones directas y concretas en el marco de una práctica multidisciplinar más allá del ámbito profesional sanitario. Cuidar y ser cuidado es una necesidad humana, pertenece a nuestra esencia identitaria.

«El prójimo es uno mismo en tanto que toma la iniciativa
de hacerse cercano al otro y lo hace:
se siente retado por la necesidad del otro.»

En esta aproximación al marco antropológico del cuidado, me refiero fundamentalmente al cuidado no profesional, informal, de las personas en relación con la situación particular en la que se encuentran: una situación de debilidad, de dependencia, que por sí mismas no pueden resolver, o bien, les resulta un reto que supera sus posibilidades. No se trata solamente de situaciones de enfermedad, sino también, de situaciones de vida donde la necesidad de ayuda, de asistencia y de apoyo, se hace patente (al bebé, a la vejez, a la convalecencia, en la exclusión…). Este marco antropológico plantea el escenario en términos universales, como no podía ser de otra manera, afirmando que el ser humano como ser reflexivo (aspecto filosófico) que es, vive en un marco de creencias, valores, tradiciones… (aspecto cultural y religioso) que aprehende, comparte, transforma y transmite (aspecto social). La trayectoria del cuidar es diversa con características y evoluciones particulares.

Cuidar presupone carencia de, necesidad de atender la interrupción de la corriente de vitalidad que caracteriza el bienestar: pide reencontrar un bien comprometido, o perdido, a lo que vulgarmente llamamos salud. Por tanto, presupone una situación de parcialidad en la que se implica el bienestar total que tal carencia hace tambalear.

La relación entre cuidar y enfermedad es habitual, ya que la enfermedad es la imagen de situaciones de vulnerabilidad, de abandono. Pero no es una relación de exclusividad, ya que esta misma vulnerabilidad se da en diversidad de situaciones a lo largo de la vida donde la enfermedad orgánica no está presente como tal; por ejemplo, la marginación, el hambre, la violencia… cualquier riesgo que afecte a un status de vida socialmente normalizado entra dentro del ámbito del cuidado.

Una mirada histórica

«Cuidar es una acción de reciprocidad entre quien cuida
y quien es cuidado, es una acción donde se manifiesta
la humanidad: la sensibilidad y solicitud por el otro.»

Una mirada histórica del cuidar nos lleva a los inicios de la conciencia humana de necesidad y de pertenencia a un grupo: nos lleva a los inicios de la ayuda y ser ayudado. Entonces, se ponen en activo los movimientos individuales y grupales de asistencia en los que confluían prácticas mágicas, religiosas, de saberes populares y, posteriormente, de conocimiento sanitario. Para aquellos antepasados el vivir en grupo era una necesidad para defenderse de un entorno desconocido, a menudo, hostil y, al mismo tiempo, poder comunicarse y transmitir los avances de su ingenio. Estamos en los inicios de una función social hoy llamada «la figura del cuidador no profesional».

A lo largo del tiempo, la actitud humana del cuidar va construyendo un humus de conocimiento, se trata de lo que llamamos «experiencia». Este conocimiento es el fundamento de los marcos teóricos, las habilidades, las prácticas que actualmente constituyen un cuerpo de saberes populares y profesionales que se aplican en el cuidado de las personas. La therapia hipocrática representa un momento histórico de calidad profesional en el tema del cuidar con el objetivo de curar si se puede, pero siempre cuidar.

La acción de cuidar

«Desde una perspectiva teológica cristiana … cuidar se
convierte en un «lugar» de experiencia donde
la posibilidad de ir más allá de sí mismo es real:
se va al encuentro de la debilidad para rescatarla, salvarla.»

La acción de atender, de cuidar, pide promover condiciones de entorno favorables, actitudes de acompañamiento y de apoyo. Pide, también, un apoyo social tanto de la red de relaciones como de la administración pública. Engloba tanto actividades cotidianas básicas (comer, vestirse, caminar) como otras relacionadas con una calidad de vida que satisfaga las aspiraciones y deseos personales (comunicarse, relacionarse, aprender), o bien, gestionar responsablemente el bienestar. Incluye el cura sui, o cuidado personal, la solicitud hacia el bienestar propio como cuna necesaria para poder atender las necesidades de otro.

Es una acción de reciprocidad entre quien cuida y quien es cuidado, es una acción donde se manifiesta la humanidad: la sensibilidad y solicitud por el otro. Cuidar pide una finura humana con el fin de conseguir la «curación» del paciente, el alivio de su mal, una buena apariencia (higiene, alimentación, ocio, habitabilidad…), escucharlo, estar cerca suyo, estar atento a, velar por… Cuidar implica, también aceptar la irreversibilidad de una situación, pero no por ello obviar sus posibilidades.

Las «formas» profanas del cuidar

Se trata del cuidado profano del bienestar, también llamado cuidado informal, y abarca un amplio abanico de actividades: el cuidado de los hijos, de los alimentos, del paciente, del medio ambiente… cumpliendo funciones tan importantes como los sistemas convencionales (por ejemplo, el profesional) pero no siempre con preparación y formación adecuada.

Autoayuda/ayuda mutua se refiere a aquellas acciones particulares y grupales, al margen de las formas institucionales, que fundamentan su acción en unos saberes que derivan de la experiencia subjetiva: saberes adquiridos y transmitidos; el antropólogo Tullio Seppilli lo llama «la gestión doméstica de la salud»; se dirige a situaciones homogéneas: por ejemplo, afectados por un trastorno personal, de una enfermedad concreta, de una situación social comprometida, la víctima y, también, el victimario. Es la sociedad civil quien organiza estos grupos (alcohólicos anónimos, grupos de sida, de crónicos, enfermedades degenerativas…) no excluyendo una asesoría profesional. Las asociaciones de afectados entrarían a formar parte de este espacio de ayuda mutua. Son fruto de necesidades no contempladas ni cubiertas por las instituciones, que escapan a las posibilidades del ámbito cercano: el familiar, doméstico, vecinal. El ámbito familiar/doméstico/vecinal es la forma primaria de autoayuda vigente en la actualidad, es en la proximidad donde se forja la figura del «cuidador no profesional». En otro nivel, entiendo que las ONG’S son formas de ayuda mutua que cuidan de un tipo de necesidades no cubiertas por la sociedad pública políticamente constituida.

«La marginación, el hambre, la violencia…
cualquier riesgo que afecte a un status de vida
socialmente normalizado entra dentro del ámbito del cuidado.»

En este apartado me permito una intensa y breve reflexión sobre el prójimo y la proximidad. El prójimo no es el otro, no es quien está en una situación de desvalimiento, no es quien es cuidado; el prójimo es uno mismo en tanto que toma la iniciativa de hacerse cercano al otro y lo hace: se siente retado por la necesidad del otro. Entonces, el otro, se convierte en prójimo debido a mi proximidad. Se trata de la proximidad de quien cuida, y la manera en que se lleva a cabo, que facilitará (o no) el cuidado del otro. Consideren las consecuencias de esta lectura del texto porque el referente está en la actitud-decisión que se toma ante «la necesidad» del otro con el fin de atenderla, aliviarla, transformarla, en proceso de bienestar. El texto bíblico lo ilustra con la parábola de El Buen Samaritano, Lluc 10,25ss.

Y la teología, ¿qué? Desde una perspectiva teológica cristiana, cuidar tiene el significado de signo de la relación de la humanidad (la inmanencia) con la Divinidad (la Trascendencia) en la dimensión del tiempo presente: se sale de los propios límites al encuentro del otro dada la «excentricidad» mutua, siendo señal de apertura a la Trascendencia; siendo, también, un argumento de liberación de la experiencia del límite, de la debilidad, de la dependencia personal. Visto así, cuidar se convierte en un «lugar» de experiencia donde la posibilidad de ir más allá de sí mismo es real: se va al encuentro de la debilidad para rescatarla, salvarla. Entiendo que la «teología del cuidar», desde el texto bíblico, se inicia con Génesis 2,19b, donde se capacita al ser humano para ordenar y administrar racionalmente su espacio vital, para que dé de sí mismo todo aquello de bueno que puede dar.  El Buen Samaritano ejerce la calidad humana del cuidar; pero si ve en el otro la dimensión humana de la Divinidad (Génesis 2,7), entonces tal calidad se convierte en manifestación de la «relación excéntrica» de la que se habla más arriba.

Como conclusión: Cuidarnos y cuidar. Cuidar es un estilo, una actitud. Una responsabilidad, un compromiso.

Rosa M. BOIXAREU VILAPLANA
Enfermera y Biblista
Publicado originalmente en RE catalán núm. 109

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