Todo lo que puedo hacer

Todo lo que puedo hacer

Actualmente, hay alrededor de 1.800 millones de personas (más del 20% de la población mundial) que carecen de un alojamiento adecuado y esta cifra se prevé que aumente hasta los 3.000 millones de personas en 2030, según un estudio de la ONU del 2020.

En septiembre de 2022 a las 3:30 am y de camino al aeropuerto, en Santiago de Chile iba rumbo a Roma, me fui mirando la ciudad, como quien sabe que en mucho tiempo no volverá a ver el paisaje. Se me quedo grabada las imágenes de carpas que en fila se disponían a lo largo del bandejón central de la calle llamada Alameda de las Delicias, es una Avenida importante, conecta la cordillera con la autopista central, que une de norte a sur y también tiene acceso a la costa y al aeropuerto.

De pronto me escuche entre un resoplo murmurado “Alameda de las Delicias” el chofer me preguntó ¿qué dice?: le indique hacia la calle. “Ahí están esos flojos que quieren que se los den todo” grito”.

Se me instaló una imagen triste y se me aguaron los ojos. Esa es la última imagen que tengo de mi país, de mi casa, de mi tierra. Una fila de rucas, como ellos mismo prefieren llamarlas que es más cercano a chozas. El 80 % son migrantes que comparten con los locales, y un sabor amargo me quedo en el paladar.

Tras un largo viaje, con escalas de más de 9 horas, llegue de madrugada a Roma, me esperaban. El trayecto del aeropuerto al lugar donde he vivido por más de 5 meses fue agradable y empezó a amanecer. Después de más de 24 horas sin ver mas que el techo y piso de aeropuertos, cafeterías y baños, abrí la ventana, el calor me asalto de golpe. La imagen me devolvió la sonrisa y una cierta levedad se apodero de mí, atrás quedo el cansancio y sobre todo la imagen de las rucas, y sus habitantes.

Roma se imponía. Amaneciendo recorrimos los grandes hitos, el Coliseo romano, Circo Máximo, Plaza Venecia. No hacía más que pensar, cuanta belleza, cuanta historia. Tenía una semana para aprender a moverme,  conocer, hacer papeleos, etc., todo antes de comenzar las clases.

Fue una semana donde pasé tratando de adaptarme. Conocer la ruta a la universidad, los autobuses, metros, la casa misma donde viví, es un lugar acogedor, con aire acondicionado para el calor abrazador, y con calefacción para este duro invierno. Les debo confesar, que tales comodidades no he tenido jamás y disfrute muchísimo, de todo.

Al pasar los días, y ya con horario de clases, me aprendí una ruta para llegar a tiempo. Ya  con los días y  con la confianza que da el “conocer” me fui atreviendo a cruzar por otras calles, acortando caminos por pasajes, y veía en el suelo gente sin techo, personas solas, mayores o jóvenes.

No sé en qué momento fue, no lo recuerdo. Pero ya los veía siempre, ya no los dejo de ver. Pequeños montoncitos debajo de cartones, de plásticos.  y sigo pensando no solo en aquella imagen de las rucas de Santiago de Chile, sino de todos los que no tienen techo, y que según las proyecciones las cifras no bajarían, muy por el contrario, están previstas que aumenten.

La migración, la pobreza, la guerra, la soledad, las adicciones, los problemas de salud mental, la lista es interminable. Todo se resume a vulnerabilidad. Quedarnos sin techo no es solo no tener para una pieza, una vivienda; no es solo lo material, que si es muy importante, pero es algo más profundo aun: es el abandono más extremo.

Es no tener cobijo, no tener a nadie. Un amigo nos contaba en estos días, que el pasaje bíblico llamado comúnmente El buen samaritano, no es que él no tuviera donde alojar al enfermo y herido, es que no podía,  por las razones que fueran, pero se ocupó de él, hizo todo lo que pudo.

Como me llena de esperanza saber que tanto en Santiago de Chile, como en Roma, como en muchísimos lugares hay personas que se ocupan, de llevar un café, un pan, de conversar de dignificar a las personas que no tienen donde vivir.

Me parece hasta grotesco narrar aquí temas de viajes y lugares y la extraordinaria vida que tengo. Ciertamente no tengo nada material, pero estoy rodeada de amor, de cuidado, de manos, de abrazos, de contención… de techos.

Hoy cada día me voy a realizar mis prácticas profesionales, que requieren, por estos meses, que a las 7 am ya este caminando por las calles de Barcelona. Y veo como en los portales de los bancos, arrimados a los negocios, sigo viendo montoncitos de cartones, sé que están ahí. Otros en cambio se levantan temprano y arreglan sus cosas, están acomodando sus pertenencias en sus carros de supermercado.

En una de las caminatas, de tarde y de regreso a la casa donde estoy, casa amiga, abierta y llena de gente, que ya a estas alturas –casi 27 años de amistad- son mi familia, pasé por la parroquia Santa Anna de Barcelona y veo la estatua ‘Jesús homeless’, una representación del escultor canadiense Timothy Schmalz de Jesús durmiendo en un banco, que simboliza a las personas sin hogar que duermen en la calle.

Seguramente mañana al amanecer podre ir mirando a  varios “Jesuses”, por ejemplo los de calle Bruc, o los de la calle Gerona o la misma calle Trafalgar, algunos madrugadores ya permiten que les sonría, y es todo lo que puedo hacer, como el cuento del colibrí…. Que ante un gran incendio en medio del bosque todos salen despavoridos, las personas, los animales y un animalito mira al colibrí y le pregunta que hace devolviéndose, y el colibrí le dice, voy al lago cargo una gota y la dejo caer sobre el fuego, es todo lo que puedo hacer.

Claudia TZANIS EISSLER
Periodista
Barcelona, España
Marzo de 2023

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