Lo opuesto a la guerra es la fiesta

Lo opuesto a la guerra es la fiesta

A menudo oímos que «lo opuesto a la guerra es la paz».

Los que actualmente somos de la tercera edad, sabíamos de lo que había acontecido en la fratricida Guerra Civil Española, a través de fotografías y documentales, y de los mil y un comentarios que nos hicieron nuestros progenitores.

A parte de lo que sufrieron los adversarios a la dictadura, oficialmente España era un “país en paz”, y quedaban secuelas de la guerra, como era la presencia violenta de algunos grupos terroristas.

Después de la lucha armada de ETA, hace una década se podía decir que era un país en paz. Se había pasado (por fin) de la guerra a la paz.

Imagen de Peggy und Marco Lachmann-Anke en Pixabay

¡Qué gran suspiro vivir en paz! Y, por el contrario, qué terrible angustia vivir en la tensión de una guerra, que destruye vidas. Cierto es que, en la actual guerra de Rusia contra Ucrania, escalofriados, vemos la destrucción de casas, edificios, hospitales, … y cientos, y miles de personas muertas, de uno y de otro bando.

Los atónitos ciudadanos europeos espeluznados por tal locura deseamos que llegue la paz en esta contienda (y en muchas otras guerras actuales en el mundo).

Nos preguntamos:

¿De quién depende que acabe la guerra?

¿Qué podemos hacer los ciudadanos de a pie, que ya casi lamentablemente estamos acostumbrados a ver tanta destrucción a través de los medios informativos?

¿Es que los “importantes estadistas” actuales que gobiernan nuestros países europeos pueden hacer algo para que acabe el conflicto? ¿O son incapaces de pactar la paz? ¿O es que incluso, tanto los contendientes como los que les ofrecen armas o dinero (quizás prestado a altos intereses) deberán devolver todas estas ayudas, bien, crematísticamente o con cesiones de partes de sus países…?

¿Qué podemos hacer para conseguir que se suspendan las hostilidades?

¿Serán capaces de no expandir el odio y la violencia a otros pueblos?

¿Pactaran la difícil paz entre esos pueblos beligerantes?

¿Cómo conseguir un armisticio entre ellos?

 ¡Qué lástima que, quizás las guerras sean la continuación de otras luchas habidas anteriormente en la historia! No fueron capaces de cerrar bien las heridas y continuaron los enfrentamientos sin saber, incluso, el porqué de ellos.

¿Qué se debería hacer para que la paz entre pueblos sea posible y permanente?

De entrada, habría que hacer desaparecer los resentimientos entre opositores.

Un dicho español cuenta que “uno se casa con su vecina”, haciendo entender que con los más próximos se puede establecer una buena amistad o, por el contrario, enfrentarse a ellos.

Para algunos, la paz les parece aburrida, bobalicona, insulsa, … a diferencia de la guerra, que ofrece un estímulo de emoción.

¿No deberíamos apostar por algo que consolidara la paz? Algo que impulse a provocar un gozo de establecer nuevos ámbitos de paz; y proponer una suspensión de hostilidades pactada por los gobiernos de los países en conflicto.

Visto que es tan difícil conservar y mantener la paz, ¿qué es lo que posibilitaría su permanencia?

La “fiesta” es seguramente el antídoto que mantiene gozosamente el listón de la paz. Una fiesta que tiene en cuenta la igualdad entre personas. Y que ayuda y favorece las buenas relaciones con los próximos.

Una fiesta, que no es sinónimo de juerga juvenil, sino que ayude al crecimiento personal y grupal.

Una fiesta basada en la alegría de existir, compartiendo sus gentes sus capacidades personales.

Una fiesta que sea lo que asegure la siempre frágil y deseada paz.

Necesitamos reafirmar la paz con la fiesta.

Josep Lluís SOCÍAS BRUGUERA
Junio de 2023

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