La autoridad brota de la fraternidad

La autoridad brota de la fraternidad

Pareciera que después de muchas luchas y sufrimientos, hemos llegado a comprender que ningún ser humano tiene potestad sobre otro. Que todas las personas somos iguales y por eso nadie nace siendo súbdito de otro. Qué más da ser carpintero, jardinero, ministro o presidente, blanco o negro, de un país o de una nacionalidad, lo que realmente importa es que somos seres humanos y las sociedades deben darnos a todos las mismas oportunidades, porque todos somos iguales y nadie tiene potestad sobre nadie.

Nadie pidió existir, y es responsabilidad de todos ayudarnos a dar respuesta a nuestras necesidades.
Fotografía de Piotr Arnoldes en Pexel

Algunos autores se quejan de que hoy en día vivimos una crisis de autoridad que repercute en todos los ámbitos de la vida social y política, y, de forma muy directa en el ámbito familiar y educativo en general. Manifiestan que la sociedad actual está confundiendo la democracia con la carencia de autoridad y con una tolerancia absoluta. La democracia no significa tolerancia para todo, sino que la autoridad no se ejerza de forma arbitraria o despótica, que esté velada por la propia colectividad.

No debemos confundir la potestad con la autoridad. La autoridad sólo es un servicio que la gente encarga, y sea cual sea el ámbito de servicio confiado, éste debe contribuir a que se respete la libertad y la dignidad de cualquier ser humano. Las sociedades delegan en personas y en instituciones, una serie de servicios para administrar el bien común. Si la gente tiene autoridad es porque le ha sido dada por el conjunto de la sociedad, para ejercer un servicio en bien de todos.

Aquellas personas que sin recibir ese encargo quieren tener o ejercer una falsa autoridad caen en la tentación del poder. Se imponen por la vía de la fuerza, con el intento de doblegar la libertad de los demás a sus intereses. Se otorgan una potestad que no tienen, que en modo alguno pueden justificar, porque nadie se la ha podido dar. Para legitimarla, deben invocar a los dioses, a la historia, a falsas ideologías, a la fuerza, la violencia, o a un estatus económico o social, con la excusa de conseguir, según ellos, un futuro mejor para la humanidad. Sería mejor decir, un futuro mejor para ellos mismos, y después, si fuera posible, para la humanidad. Cuando nos adjudicamos algún tipo de poder es cuando nos convertimos en lobo para los demás hombres.

Este uso del poder ha puesto en crisis el mismo concepto de autoridad. Las actitudes contrarias contra aquellas personas e instituciones a las que hemos delegado el servicio de la autoridad, es resultado de la confusión existente entre autoridad y poder. Creando esta confusión cuestionamos el ejercicio de la autoridad, mientras los poderosos imponen sus decisiones y criterios a todos, apelando entre otras cosas a la crisis de autoridad que nuestro mundo está sufriendo.

Lo seres humanos somos seres necesitados, y no tenemos que avergonzarnos de nuestras necesidades, pues son parte del regalo de nuestra existencia, de nuestra condición humana. Necesitamos muchas cosas para vivir: aire, comida, vivienda, ropa, afecto, compañía, educación, etc. Y las sociedades se organizan, de la mejor manera posible, para que todos podamos cubrir estas necesidades. Lo más propio de la fraternidad es vivir atentos a las necesidades de los demás, ponernos al servicio de los otros, sin vergüenza, ni falsos miedos. De vivir en fraternidad brota la autoridad, de una fraternidad que quiere posibilitar que todo ser humano, pueda expresar humildemente sus necesidades reales, y de cómo poder subsanarlas en la medida de lo posible. Nadie pidió existir, y es responsabilidad de todos ayudarnos a dar respuesta a nuestras necesidades.

La confusión entre poder y autoridad nos ha llevado a su vez, a confundir una educación para la autonomía con una educación que quiere que seamos autosuficientes. Como si pudiéramos vivir al margen de los demás, negando la interdependencia que existe entre los seres humanos y la creación entera. Nos queremos valer por nosotros mismos, y, los demás, no son para nosotros una ayuda, sino una dificultad para lograr un ansiado bienestar. Los demás nos arrebatan el bienestar, y no queremos entender que, sin ellos, no se puede dar ese bienestar. El miedo a perder lleva a ejercer el poder, por encima del bien común, de las necesidades colectivas. El hombre autosuficiente, nunca será hermano ni querrá tener hermanos. La fraternidad supone dar y recibir, y la autosuficiencia es querer vivir sin tener que dar nada a cambio. Se nos olvida la profunda igualdad que existe en todos los seres humanos y que estamos llamados a vivir ayudándonos en todo y por todo.

La tradición judeo cristiana, dice en su libro del Génesis, que el séptimo día Dios descansó y puso la creación en manos de los seres humanos. Nos dio una misión: cuiden la creación: desarróllenla, háganla crecer, apliquen toda su mente y todo su corazón, en descubrir y conocer sus secretos y desarrollen toda su creatividad para favorecer la paz, la armonía y la felicidad de todas las especies. Hermosa tarea, que parece que hemos olvidado.

Hoy más que nunca es necesario recordar, que se necesitan hombres y mujeres que renunciando a tener poder sepan ejercer el servicio de la autoridad. Y que con su correcto ejercicio se conviertan en referentes para construir una sociedad más sólida y democrática. Una sociedad que sea incluyente, y que entienda que todos estamos llamados a vivir en libertad y dignidad.

Jordi CUSSÓ PORREDÓN
Julio de 2023

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