Unidos en la diversidad

Unidos en la diversidad

Fotografía de Pixabay

Muchas veces cuando se quiere hablar de «jóvenes y espiritualidad» se tiende a generalizar. Por mi parte, me resulta muy difícil integrar estas dos etiquetas, “jóvenes” y “espiritualidad”, de forma justa y coherente teniendo en cuenta la versatilidad de los dos conceptos y la diversidad de contextos en nuestra sociedad. Por eso, he querido tomar como punto de reflexión las propuestas para el 2022 que ha escrito el prior de la comunidad ecuménica de Taizé con el título ‘Devenir artesanos de unidad’. Este texto parte de una forma concreta de vivir y de ver la fe. Esta experiencia es, desde hace muchos años, una opción acompañada y compartida por miles de jóvenes de todo el mundo. Son reflexiones y pensamientos muy iluminadores y constructivos que parten de la base de una voluntad de escucha a los jóvenes, diálogo con la realidad, apertura y oración.

«Hacer crecer la unidad, crear vínculos: este es uno de los grandes retos de nuestro tiempo.» Así comienza la reflexión del hermano Alois, prior de la comunidad de Taizé. Esta afirmación me hace pensar en la propia etimología de la palabra “religión”, que en latín significa “re-ligar”. Cómo crear estos vínculos, por un lado, entre las personas y su dimensión espiritual y profunda y, por otro, cómo establecer conexiones con el resto de la sociedad, con la naturaleza y con el mundo. Esta debería ser una de las misiones esenciales de la religión, de cualquier religión, sobre todo si se quiere hacer cercana a aquellos que no acaban de entenderla o se sienten apartados. La Iglesia debería presentarse ante el mundo y de los jóvenes como un “lugar de amistad para todos” y al final esto pasa por poner atención al Evangelio y «escoger vivir la fraternidad para promover la dignidad de cada ser humano y para cuidar la creación». Estas palabras ponen luz a lo nuclear: entender la religión, la Iglesia y la dimensión espiritual no como un ente alejado, de poder o de dominio sino, todo lo contrario, como espacio para vivir en el amor y con la capacidad crear más justicia y más fraternidad entre todas las personas. Todo lo que no vaya en esta dirección (y desgraciadamente podemos encontrar algunos ejemplos) siempre hará crear reticencias, totalmente justificadas.

«Todos nosotros podemos contribuir a un futuro de paz y unidad en la familia humana. Empezando con las relaciones que construimos entre nosotros. Debemos cuidarnos unos de otros, de nuestras familias, de los seres queridos y los amigos, sobre todo en tiempos de desafíos. (…) ¿Quizás podríamos acercarnos más a los demás, sobre todo a los que espontáneamente no lo haríamos?» Son mensajes como este, que llaman al cuidado, al cariño y a la aceptación de los demás los que acercan la fe y la Iglesia al mundo. Estoy segura de que buena parte de los jóvenes de hoy en día están de acuerdo con todo lo propuesto anteriormente. Existe un punto de partida muy importante: la no discriminación, la aceptación y la voluntad de diálogo. Esta capacidad de mostrar unos valores y un estilo de vida, en este caso cristiano, que no va dirigido solo a unos pocos sino abierto a todo el mundo, es ya de entrada uno de los mejores signos del espíritu.

Fotografía de Pixabay

Cuidado con lo que podemos leer a continuación: «Propongámonos de no poner nunca una etiqueta a nadie, ni transmitir nunca prejuicios. Nadie debe quedar reducido a sus acciones u opiniones. Y el desacuerdo, incluso radical, puede expresarse sin agresión, aunque hay que admitir que a veces, en determinadas situaciones de injusticia, debe expresarse la indignación». Si este fuera el clamor que los jóvenes sintieran y vieran trasladado al día a día de la Iglesia seguro que algo cambiaría. El autor del texto acaba añadiendo: «Hay reflejos identitarios que agravan las divisiones en nuestras sociedades, y esto también ocurre en las comunidades cristianas. En lugar de definirnos en oposición a los demás, ¿podríamos desarrollar una identidad y un sentido de pertenencia que no excluya la apertura de los demás?» Poco más puedo añadir después de esa lúcida reflexión. Creo que es precisamente esto lo que nos interpela del Evangelio. Jesús propone un cambio de mirada: dejar de ver la realidad desde el prisma del prejuicio, la etiqueta y la opresión y empezar a vivir según la dinámica del amor y la acogida. Justamente, a finales del año pasado, vimos cómo se empezaba un proceso sinodal en la Iglesia Católica. Con voluntad de andar juntos, de establecer diálogo y de abrir el lenguaje para hacerlo accesible a todo el mundo. Tenemos ahora una gran oportunidad como Iglesia de hacernos presentes e inteligibles a la gente joven; de romper esquemas, derribar prejuicios y poder demostrar que otra Iglesia, otra religión y otra forma de entender la espiritualidad es posible. «Vivir la fraternidad comienza en nuestra puerta. Vamos más allá de las divisiones, creamos amistad. Y veremos cómo nuestro corazón se vuelve abierto, más amplio, más humano. ¿Somos suficientemente conscientes de que nuestra forma personal de vivir puede tener un impacto al otro lado del mundo?»

Por último, cabe destacar que ya no hay vuelta atrás entre el compromiso cristiano y el medioambiental. Este es, hoy en día, uno de los retos más significativos junto con la justicia social en el que muchos jóvenes están comprometidos. «Todos podríamos preguntarnos: ¿qué paso concreto, por humilde que sea, puedo dar en un futuro próximo para empezar o profundizar en una conversión ecológica?» Muchos jóvenes están llegando a la conclusión de que no viven aislados unos de otros, que lo que afecta a su alrededor también repercute en ellos y que, por tanto, no pueden quedarse al margen. ¿Cómo podemos ser ejemplo de esta actitud dentro de la Iglesia? «El Evangelio nos llama a superar las divisiones y a ser testigos de que la unidad es posible en gran diversidad. (…) El Evangelio nos lleva a cultivar el arte de crear la unidad. Todos podemos convertirnos en artesanos de unidad tejiendo lazos de escucha y de amistad allá donde estemos».

Maria MERCADER GARCÍA
Responsable d’Identitat i Pastoral de la Fundació Pere Tarrés
Barcelona (España)
Artículo publicado originalmente en la sección ‘Compromís educatiu i social’ de la Fundació Pere Tarrés el 19/01/2022

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